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Tras meses de vagar las calles frío y solo, El Gato de La Princesa estaba soñando con un lugar cálido y cómodo donde dormir.

Una noche, El Gato estaba caminando sin dirección por las calles cuando, accidentalmente, atrapó su patita en una trampa. 

El Gato, asustado, empezó a sacudirse tratando de escapar pero su pierna estaba bien atrapada y comenzó a sangrar. El líquido cálido empezó a brotar lentamente, causando más nervios en él todavía. El joven que puso la trampa emergió de las sombras, listo para quitarle la llave del cuello; pero fue entonces que otra figura apareció detrás de él. 

La figura misteriosa lo golpeó en la nuca, haciéndolo desmayarse y luego se inclinó sobre El Gato. Cuidadosamente, liberó su pierna de la trampa y extendió sus brazos. El Gato se movió lentamente, no solo por la pierna lastimada, sino también por su miedo y falta de confianza en los humanos desconocidos. Al ver lo asustado que estaba, la figura se quitó la capucha, revelando el rostro de una joven dama con una dulce sonrisa y un par de lentes. La Guardiana.

El Gato, al verla a los ojos, se sintió más seguro y caminó rengueando hacia sus brazos. La joven sonrió y sostuvo al felino suavemente. Lo cargó en sus brazos hasta que llegó a su cabaña. Una vez ahí, La Guardiana esquivó a las decenas de otros gatos tratando de oler sus piernas y hacerla tropezar. Finalmente, La Guardiana logró llegar a su cocina. Colocó al Gato de La Princesa sobre la mesa y se preparó para tratar su herida. 

La joven se lavó las manos y se puso un par de guantes médicos. Luego, con una olla de agua caliente y una esponja, desinfectó la herida de la pierna. Una vez que ya estaba limpia, la sangre se detuvo y comenzó a cocerla, cuidándose de no lastimarlo. El Gato gruñó un poquito pero, a parte de eso, permaneció bastante silencioso y quieto.

"Eso es," lo felicitó La Guardiana, sonriendo amorosamente mientras continuaba cociendo "wow, tienes mucha tolerancia al dolor. Los otros gatos que vienen aquí se quejan mucho más."

Terminó de cocer, cubrió la pierna en vendajes y le dio al Gato un tazón de leche. El Gato, tan hambriento que estaba, bebió la leche con entusiasmo. La Guardiana le sonrió aún más grande y le acarició la cabeza suavemente.

"Aaw, pobrecito; tuviste una noche difícil."

El Gato, disfrutando sus caricias, comenzó a ronronear. Pero, accidentalmente, La Guardiana pasó la mano por su cuello y descubrió el collar con la llave. La joven dejó escapar una exclamación de sorpresa. 

"Esta llave... tiene el sello Real... sé a quién le perteneces... ¡eres El Gato de La Princesa!"

Al oírla gritar, El Gato saltó, asustado otra vez. La miró con ojos muy grandes y su pelaje se puso de punta; comenzó a entrar en pánico, creyendo que trataría de tomar la llave. Pero ella simplemente alzó las manos y sacudió la cabeza. 

"¡No no no, tranquilo! No voy a tomar la llave, no te preocupes. No vale la pena intentar, es claro que La Princesa no quiere casarse y mucho menos con alguien como yo. Y no, tampoco quiero venderla, eso sería cruel."

Tomando El Gato en sus brazos una vez más, lo cargó de la mesa a una almohada en el suelo y le dio un pequeño beso en la frente.

"Duerme bien. Cuando te recuperes, te devolveré al palacio."

Sorprendido pero feliz, El Gato se recostó a dormir.

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Por las siguientes semanas, La Guardiana cuidó del Gato de La Princesa como si fuera uno de los suyos. Le daba leche y atún y toda clase de otros bocadillos. Lo dejaba jugar con otros gatos pero siempre tenía cuidado que no lo lastimaran, y hasta le daba mimos y caricias. 

El Gato parecía ser más inteligente que los demás. Mientras otros gatos salían a cazar y le traían pájaros y roedores muertos, El Gato de La Princesa parecía darse cuenta de que la dieta de un ser humano era diferente y, entonces, le traía chocolates o galletas.

Mientras los demás gatos rechazaban la idea de un baño, El Gato de La Princesa aceptaba los baños con tranquilidad y obediencia, facilitando el proceso. Otros gatos hacían sus necesidades dentro de la casa sin importar cuantas veces les dijera que no, pero El Gato desaparecía hacia el bosque siempre que quería ir al baño, como si necesitara privacidad.

En una específica ocasión, La Guardiana estaba sentada en el sillón, leyendo un libro cuando El Gato se sentó en su regazo y empezó a mirar las páginas del libro como si las estuviera leyendo. Cuando la joven terminó de leer y quiso pasar la página, El Gato levantó su patita y trató de hacerla volver a la pagina anterior. La damisela se rió, entretenida.

"¿Porqué haces eso? no puedes leer."

El Gato maulló y continuó insistiendo hasta que pasó la pagina.

"Eres muy inteligente," confesó ella "La Princesa te tiene bien entrenado."

Le rascó la cabeza y ronroneó.

"Tal vez, algo demasiado entrenado. Todo este juego es cruel. Tú deberías poder volver a casa, no estar siempre huyendo, y La Princesa debería poder ser reina sin casarse."

La joven suspiró.

El Gato dejó de mirar al libro para mirarla a ella. Ella le regresó la mirada, confundida.

"¿Qué?"

El Gato le respondió con otro maullo. Ella se rió y le pellizcó la nariz. 

"Me pregunto como será La Princesa cuando no hay nadie más, cuando no tiene que verse perfecta para sus padres o nosotros."

El libro permanecía abierto en el regazo de la joven, olvidado e ignorado por El Gato y por ella. Ella dejó salir otro suspiro, esta vez uno de admiración y contemplación. 

"Es tan hermosa e inteligente, pero ¿cuánto de eso es ella tratando de impresionar a la gente?"

El Gato sacudió la cabeza, haciendo que su collar con la llave tintineara. Por un instante, La Guardiana sintió la tentación de tomar la llave. Pensó en arrancarla de su pequeño cuello y usarla para sí misma o venderla. Hubiera sido tan fácil tomar la pequeña llave de un animal indefenso. Pero se negó a hacerlo. No podía. No debería.

"Ella merece ser feliz, ya sea gobernando sola o con alguien digno de ella. Y yo soy solo una humilde plebeya obsesionada con los gatos. No tengo madera de princesa consorte. Más bien reina de las bolas de pelo."

La joven se rió de su propio chiste. El Gato todavía la miraba, con sus ojos asimétricos y misteriosos. Ella puso los ojos en blanco y sacudió la cabeza.

"Puede que este juego sea solo La Princesa jugando una broma elaborada a sus padres. Porque cree que nadie logrará quitarte la llave. Que ingeniosa, su alteza. Aunque diría que su sentido del humor es algo trastornado para mi gusto."

Esa noche, El Gato se quedó dormido en su regazo y ella nunca se quejó.

El Gato de la PrincesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora