Contemplo la pequeña, amarillenta y antigua planta ubicada sobre el alféizar. Me pregunto cómo sería vivir como una. Cuánto tiempo llegaría a soportar encerrada en un salón de clase, donde treinta adolescentes dejan su olor a pesar en el ambiente. Cómo sobreviviría sin estar al aire libre o no pudiendo disfrutar del gran sabor a libertad que brinda la naturaleza. ¿En qué momento la planta llega a su máxima capacidad de vida? Seguro yo no soportaría ni un día, ya que, desesperada y exhaustamente, buscaría la muerte instantánea.
¿Quien querría pasar toda una vida sofocada hasta más no poder? ¿Es válido querer un poco de paz?
Aparto mis ojos de aquel ser marchito y me concentro en el gran viento que sacude la puerta de entrada. El oxígeno que se cuela por el dintel es escaso para la gran cantidad de personas atadas al escritorio con un único objetivo que cumplir, pasar de año.
Algunos mechones se pegan en mi frente gracias a la alta temperatura que envuelve Brasil, jadeo sonoramente, intentando buscar aire fresco aunque sé que no es posible. El verano ataca con todas sus fuerzas, sofocándome.
Mi pierna se remueve, inquieta al tratar de buscar la posición ideal al igual que mi columna. No puedo. El dolor punzante y alterno allí es cada vez peor, el respaldo de la silla se me clava una y otra vez. Mis dedos resbalan por mis palmas a causa de los húmedos que se encuentran.
La profesora Britt, por otra parte, no para de hablar ni un segundo. Sus labios, los cuales parecen un fino hilo pintado de rojo cobrizo, se mueven por sí mismos, como una máquina sin palanca. Sus ojos nos escanean de a uno, estudiante por estudiante queriendo saber si estamos prestando atención a la gran clase de química. Sin embargo, mi mente se encuentra en blanco, sin poder procesar todas las palabras que salen de su boca. Repito una y otra vez que estudiaré más tarde en casa, sentada en el tapiz de mi cuarto, pero sé que no es así por que, al llegar ese momento, no me encuentro capaz.
Me quedo observando sus ojos marrones, sus largas pestañas negras como el carbón y el embrollo de cabello rubio ceniza enrollado en un moño torcido. Los murmullos me aturden, mi sien palpita con rabia y mi respiración es pausada. El tiempo corre como el cemento, mientras que mi único anhelo es que suene la campana.
Su mirada se clava en la mía, y un parvo hormigueo se hace presente en mi estómago, anunciando por décima vez en el día mis nervios al hablar frente a extraños. Por que eso son para mí, personas las cuales veo todos los días, pero a la hora de encontrarnos por fuera del instituto, no te dicen ni el más mínimo adiós. Ya no presto atención a clase, me quedo observando a mis compañeros y pensando en cómo llegar a encajar, aunque sea, en el típico papel de una persona normal. ¿Qué es ser normal?
La mirada de Britt continúa su recorrido por diferentes rostros, y allí recién tranquilizo la impaciencia que se mantiene dentro de mí como una enfermedad incurable. El cansancio me carcome, estoy segura que dos bolsas negras permanecen debajo de mis ojos en este momento. El insomnio por las noches ya es común, una rutina.
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Un último aliento
General Fiction¿Que pasaría, si la vida entera fuera una tragedia interminable? ¿A caso podría volver a sonreír, o quedaría atrapada en mentiras?