Desde aquel día todo concluyó para Julián. Angelina, aun que nada reveló de lo ocurrido, se guardaba muy bien de encontrarse nunca en el camino de su antes inseparable compañero; y éste, por su parte, cuya rudeza y aislamiento se acentuaron desde la escena del arroyo, evitaba cuanto podía el trato de aquella a quien tanto amaba.
Perfecto conocedor de aquellos campos llenos para él de dulces recuerdos, seguía por veredas ocultas los pasos de Angelina, persecuciones que esta ignoraba siempre y que a serle conocidas le habrían llenado de justo espanto.
Así las cosas, sin que ninguno se apercibiera de semejante cambio, pasaron muchos meses; Julián desesperado y Angelina desconfiada y esquiva.
Entre tanto la hermosura de aquélla aumentaba de asombrosa manera, y ya por todos los alrededores proclamaban su belleza; para convencerse de ella pasaban o venían a estacionarse por allí algunos mozos de las aldeas y caseríos circunvecinos.
Era extraño a su procedencia, su estilo de hermosura. La rudeza en el desarrollo de formas propias de las hijas del campo, no caracterizaba el hermoso tipo de Angelina. Sus facciones tenían la suave delicadeza de las mujeres de la mejor sangre, y sus formas ajenas a esa morbidez tirante de las naturalezas silvestres, se delineaban dulcemente, suaves en sus curvas, y se extendían hasta su fin, casi con lánguida laxitud.
Era su estatura más bien pequeña que elevada; su cuerpo no tenía esas exuberancias que ocultan los detalles plásticos; y el desligamiento armonioso que se advertía en sus curvaturas, sugería la idea de que en aquel cuerpo, cualquiera que fuese su posición, nada quedaría velado, ningún detalle ocultaría las bellezas de otro, presentando a la mirada que tuviese la dicha de verlo, el más franco, bello y generoso conjunto que imaginarse pueda.
Las facciones de Angelina no eran atildadas: eran ampliamente hermosas. Frente pequeña, pero de exquisita forma: ojos par dos y un poco hundidos pero maravillosamente bellos; nariz alta y recta, de palpitantes fosas, y la boca grande pero muy graciosa, tenía una seriedad de muy buen tono, y una expresión sensual prometedora de muy ardientes transportes.
Tal era poco más o menos Angelina. Y no sin justicia había llamado sobre sí la atención de toda la vecindad y encendido en el pobre Julián la pasión de furia que había de tener fatales y horro rosas consecuencias.
Así las cosas, conoció a la preciosa niña, Felipe, uno de los mozos de mejor solar de las cercanías. La impresión de agrado fue mutua: después de haberse visto dos veces ya se amaban, y Angelina sin que aquel nuevo sentimiento la asustase, dejó que su amor creciera libre, espontáneo, fuerte, robustecido y caldeado por su naturaleza virgen y extremadamente fogosa. De Julián no se preocupaba, ya no le temía: pero he aquí que un día sin saber como se dio cuenta el desgraciado mudo de lo que pasaba en torno suyo: descubrió los amores de Felipe y de su adorada Angelina, y de aquel pecho de fiera herida se escaparon rugidos espantosos que al pasar por su boca muda tomaban modulaciones terribles.
Los celos prendieron en su alma y con astucia de tigre espero la ocasión de vengar en Felipe su amor despreciado y sus horribles torturas.

ESTÁS LEYENDO
Angelina
Historical Fictionesta historia es de un escritor Hondureño llamado Carlos F. Gutiérrez