10. Tu mundo es una mierda.

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¿Quién dijo que soy hetero?

Aún días después del cumpleaños de Imogen, Isabella podía escuchar su propia voz dentro de su cabeza. Acostada en silencio o incluso mientras se concentraba en algún proyecto en la oficina, aquella pregunta regresaba a su mente tan inesperadamente como había salido de sus labios.

¿Cómo se te ocurrió? ¿Qué hiciste?

Isabella se había besado con una mujer. O mejor dicho, ella había besado a una mujer.

Y no a cualquier mujer.

A Virginia.

La persona que más la irritaba, que la sacaba de sus casillas con apenas una palabra. Solo existiendo, la morocha la llamaba como la miel a las moscas. Y, cual insecto hambriento, la rubia había caído en la deliciosa trampa de sus labios.

Ay, no. Basta.

Desde luego que después de esa noche no volvió a verla. De hecho, hizo todo lo posible para evitar cruzarse con ella. Sabía que trabajaba en el turno de la tarde y contaba con la existencia de Cris, a quien usó de interlocutor principal.

Es que, ¿qué iba a decirle? ¿Con qué cara la miraría?

¿Cómo iba a explicarle que aquel beso fue producto de la desinhibición, de los innumerables vasos de alcohol que bebió?

Porque era eso, sí. Sobria, Isabella jamás se habría atrevido a hablarle así, mucho menos a acercarse de esa forma, a mirarla maravillada como si de una reliquia se tratara.

Debía dejarlo atrás, no podía permitir que ese beso la afectara más de lo que ya la hacía.

Debía dejarlo atrás, sí. Incluso así lo había dicho Virginia.

"Espero que hayas tomado lo suficiente para olvidarte de esto".

Isabella exhaló nerviosa. ¿Cómo iba a olvidarse? No es que se hubiera emborrachado con quince litros de vino y quedado inconsciente. Y ni así habría sucedido. Las propiedades amnésicas del alcohol estaban sobrevaloradas.

Se miró en el espejo retrovisor del auto y encontró su reflejo ojeroso. El sueño se había resistido a llegar en las últimas noches y era evidente en su rostro.

Porque lo cierto era que no podía, ni quería olvidarlo.

Ya no tenía que ver con Virginia, sino con ella misma. ¿Es que acaso estaba sintiendo cosas por una persona de su mismo sexo? ¿Cosas que la hacían preguntarse cómo se sentiría tocar un cuerpo semejante al de ella, o cómo reaccionaría ante la posibilidad de descubrir la sensación de permanecer piel con piel con otra mujer?

Nunca se lo había cuestionado, no de esa forma tan real y palpable. Nunca lo había imaginado, ni había cerrado los ojos para recrear cómo sería.

Y le gustaba. Le gustaba lo que le sucedía a su cuerpo cuando esas imágenes entraban en su mente. Le gustaba como cada célula de su piel parecía volverse extra receptiva a los estímulos que le preveían sus propias manos, o alguno de sus juguetes.

Le gustaba como se escuchaba el nombre de Virginia en sus labios, en un susurro bajo, casi tímido, mientras algo en su interior se detonaba y la hacía temblar sobre las sábanas de su cama.

Basta. Es una fantasía, nada más, se dijo al notar el calor en sus mejillas. Isabella era adulta. Ya había pasado el momento para cuestionar esas cosas. Era curiosidad. Solo eso.

Un bocinazo la hizo reaccionar y, viendo que el semáforo estaba en verde, apretó él acelerador y condujo hacia la oficina.


Flores para VirginiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora