19. ¿Pensaste que sería así?

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Virginia escuchó el "click" de la puerta del dormitorio detrás de ella, seguido por un pesado silencio que se cernió sobre ellas.

No le dio más importancia de la que debía tener. Solo era consciente de una cosa. Aquellas palabras pronunciadas bajo el frío manto de la noche que colisionaron con su piel: "No me alcanza, Virginia."

Todo transcurrió en una milésima de segundo.

Aquellos pensamientos que tanto había luchado por ignorar, fueron desterrados por el suave susurro de Isabella sobre su boca; por sus manos sujetando su rostro y sus ojos preciosos mirándola suplicante.

A ella tampoco le alcanzaba. Y con esa revelación pulsando en sus venas, la morocha se zambulló en esos labios que la hicieron tocar el cielo y volver a caer al mismísimo infierno.

No le alcanzaba, pero comprendió que, para Isabella, esto podía ser más difícil de lo que suponía.

Virginia giró y halló a la rubia mirándola expectante. Sus manos se apretujaron frente a ella, mas no apartó sus ojos de los suyos y aquella imagen le pareció la cosa más tierna que vio en mucho tiempo.

No fueron necesarias palabras. Sus dudas eran sensatas y esperables. Sin embargo, la rubia se esforzó en dominarlas y dio un par de pasos para acortar la distancia que las separaba.

Y aquella señal fue todo lo que Virginia necesitó.

La estrechó en sus brazos y estampó su boca contra la suya.

Como respuesta, Isabella se aferró a su cuello, buscando sostenerse cuando Virginia la arrinconó contra la puerta y saboreó su boca como si de una golosina se tratara.

Enterró sus dedos en sus hebras doradas y exploró la dulce cavidad de dónde más sonidos se escapaban. Y lo que comenzó como algo suave y tibio se transformó en algo fuera de control.

Isabella respiró agitada, inclinando su cabeza hacia atrás y, en aquel regalo, Virginia descubrió que no quería solo sus besos. Quería más. Quería tanto más que sus manos ansiosas se le adelantaron y apretaron la firmeza de sus glúteos y de allí subieron, escabulléndose debajo de su blusa y robándole suspiros mientras se deleitaba con el surco que formaba su columna al arquearse.

—Dios... No pares —pidió la rubia entre gemidos y besos desesperados.

—No. —La morocha se alejó apenas lo suficiente y acarició sus labios—. Virginia. Me llamo Virginia.

—Ya lo sé —respondió coqueta, detallando su rostro con suavidad.

—Ajá. ¿Te vas a acordar?

—Sí. —La rubia se abalanzó sobre ella con ansias, y volvió a devorar su boca como lo había hecho segundos atrás.

Intentando no tropezar, retrocedió sin soltarla y se dejó caer sobre la cama.

Isabella rio—. ¿Impaciente?

—No te hagas la viva —advirtió Virginia volteándola y sosteniéndose por encima de ella.

—No me hago la viva.

—¿No?

La arquitecta negó despacio, mordió su labio y, con manos titubeantes, se aventuró a quitarle el sweater y a contemplar las líneas de tinta que decoraban sus brazos.

—Me gustan mucho tus tatuajes. Siempre me pregunté si tendrías más —susurró con un hilo de voz.

Su melena dorada yacía desordenada y preciosa alrededor de su rostro. El color rosado no abandonaba sus mejillas y, junto al brillo en sus ojos, la hacían ver más atractiva que nunca.

Flores para VirginiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora