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"Arman".

Rubica miró al hombre que intentaba protegerla de las bombas que caían sin preocuparse por su propia seguridad.

"Arman".

"Por favor... no digas nada más".

Ya no podía sentir su cuerpo. Ella sabía que el final estaba cerca, pero no estaba triste por su muerte. Aunque su vida había sido dramática, había sido normal.

"No hay esperanza para mí."

"Rubica, no."

Intentó usar lo que le quedaba de fuerza para al menos esbozar una pálida sonrisa. Si alguien la hubiera visto, habría sentido dolor en su corazón. Su sonrisa era así de triste.

Sólo trató de memorizar el pelo blanco de Arman y sus amables ojos arrugados usando su vista desvanecida.

"Quiero decirte algo".

Arman negó con la cabeza, sabiendo que serían sus últimas palabras. No quería escuchar sus últimas palabras. Quería que ella creyera que podía sobrevivir. No podía imaginar vivir sin ella.

"Ar... man", dijo Rubica.

Ya tenía setenta años y había aguantado bien. Había sufrido mucho, trabajando en una pequeña abadía en una tierra arrasada por la guerra.

Sin embargo, sentía que había llevado una vida bastante decente. Había encontrado la felicidad curando a los heridos y ayudando a la gente que sufría por la guerra tanto como ella.

Antes de la guerra, no tenía ningún lugar al que acudir. Irónicamente, esta le dio un lugar donde quedarse. Sin embargo, aún le quedaba un remordimiento en su corazón. Era que no le había dicho a Arman que lo amaba.

Él había aparecido hace una década en la Abadía de Hue, donde se alojaba Rubica. Era otra víctima de la guerra. Era ciego. Sin embargo, Rubica nunca había visto a nadie tan capaz como él. Sabía muchos idiomas, lo suficiente como para comunicarse con todos en la abadía, donde vivían varias personas de muchos países y sabía mucho más.

Si Rubica no hubiera tenido su ayuda, no habría podido salvar y curar a tanta gente.

Además, era muy amable con Rubica. Cuando ella trabajaba un poco de más, él le preparaba comida para que se recuperara antes, y siempre se ofrecía para hacer el trabajo duro. Rubica se enamoró de él. Sin embargo, no se atrevía a decirlo en voz alta.

Era una mujer mayor, que se marchitaba más y más cada día. Su confesión de amor habría sido algo para reírse. Se avergonzaba de la primavera que le lhabia llegado en su vejez. Por eso, no podía decírselo a Arman.

Ahora, se arrepentía cuando llegaba el momento de enfrentarse a la muerte. Los seres humanos son tan tontos, independientemente de la edad. Levantó su débil mano para tocar la mejilla de Arman.

Su piel estaba tan arrugada como la suya. Aunque era bastante guapo, era tan viejo como ella.

¿Por qué se había enamorado de él?

Sin embargo, disfrutaba más mirándolo a él que a los hombres jóvenes y guapos. Este pensamiento la hizo sonreír.

¿Por qué había dudado? ¿Por qué había renunciado, pensando que los demás pensarían que estaba mal? Había experimentado más que suficiente de lo que esperaba de la vida.

"Arman, yo..."

"Rubica, yo..."

Hablaron en el mismo momento. El viejo corazón de Rubica comenzó a latir rápidamente. Ella quería decirle el último sentimiento que le quedaba.

ESDLDWDonde viven las historias. Descúbrelo ahora