Girasoles ©

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"Yo nunca miré directamente al Sol. En cambio, miré el girasol".
   

    "Las miradas se volvían hacia él como girasoles hacia el sol". Eso era lo primero que pensaba cuando veía a Hinata Shoyō. No podía entender cómo alguien tan frágil podía irradiar tanta alegría y calidez. Porque no importaba cuántas veces lo viera, esa luz que irradiaba era un imán para las personas, siempre atrayéndolas sin esfuerzo. Y yo no era la excepción.

    Nunca entendí cómo podía ser tan feliz pese a ser tan frágil. Con un cuerpo que día a día se debilitaba luchando constantemente y, de alguna manera, siempre encontraba la forma de sonreír. Esa luz era irritante.

    A su vez, me atraía, simplemente no lo podía ignorar. Sin darme cuenta me encontré cuidando de él, casi sin querer.

    —Tsukishima —me sonreía con un brillo cegador, que el mismo Sol envidiaría—, ¿en qué piensas?

    Apoyó su mentón sobre mi hombro, giró su cabeza para mirarnos a los ojos. Suspiré y casi al instante respondí—: En ti.

    Los ojos de Hinata se agrandaron, sorprendidos por mi respuesta, y luego volvió a su semblante usual, sonriente.

    —¿Es así?

    Por un instante me quedé mirando esos ojos brillantes, mi corazón latía más rápido. Quería decirle tantas cosas, cómo su luz empezó a iluminar mi vida, cuánto quería asegurarme de que su luz jamás se extinguiera, pero como siempre, no encontraba las palabras. O más bien, no tenía valor.

    —Yo también pienso mucho en ti, Tsukki —Hinata rió suavemente, esa risa que siempre me desarmaba—. Estoy muy agradecido por tu amistad.

    Desvié la mirada, incómodo por la intensidad de mis propios sentimientos. Sentimientos que no debía tener por él. Pues el brillante Sol no debía ser opacado por la oscura Luna.

    —A pesar de ser una carga.

    —No eres ninguna carga —por su expresión, pareció que no creyó del todo lo que dije. Aunque mentiría si dijera que no era cierto, al comienzo me pareció irritante tener que jugar con mi vecino enfermizo obligado por mi hermano. Pero ahora ya no es así—, yo realmente disfruto tu compañía, Hinata.

    Entonces, Hinata casi saltó del banco donde se encontraba sentado. Se giró a mi dirección.

    —Vamos a dar un paseo por el campo de girasoles -sugirió Hinata de repente—. El atardecer allí es hermoso, ¿no crees?

    Asentí, sin apartar mis ojos de su deslumbrante presencia, pues tenía un brillo en la piel que hacía difícil apartar la mirada de él. Los días pasaron antes de que Hinata pudiera salir a dar un paseo por el campo, primero debía asegurarme de que se encontraba completamente bien.

    El día llegó, decidimos dar un paseo por el campo, un lugar que Hinata amaba. Rodeado de girasoles que seguían al Sol. Hinata corría entre ellos mientras que los girasoles parecían perseguirlo. Él se veía con una sonrisa tan amplia que parecía que nada podría apagarla, siempre me sorprendía.

    Él tenía un brillo en su cara, una gloriosa mirada en sus ojos.

    —¡Tsukishima, apúrate! —reí ante su demanda. Me apresuré para alcanzar el sol—. ¿Sabes por qué me gustan tanto los girasoles?

    Negué con la cabeza, interesado en escuchar su explicación.

    —Porque siempre buscan la luz, sin importar cuán oscuro sea.

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