IX. Flores marchitas.

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    Al día siguiente del baile, Wilhelm y Lilith limpiaron el Corazón en completo silencio. Se sentían abatidos por lo visto, por la impotencia de ser testigos pero no poder hacer nada al respecto. Lo peor de todo es que ni siquiera sabían realmente lo que habían visto, era claro de que vendían mujeres... No, niñas. Como si de objetos se trataran. ¿Pero, a dónde las llevaban?, ¿seguían vivas, acumuladas como trofeos en estanterías? ¿o ya estarían muertas?... no sabían cuál opción era peor.
   Debían esperar tres días para que el Bloque Negro volviera al Corazón. El dúo apenas emitía silencio, apenas comían. Querían actuar inmediatamente, pero no les quedaba otra que esperar.

   Luego de contar cada detalle descubierto en la noche, sentían el corazón adolorido. Sabían que iba a ser difícil, una misión a fuego lento.

   —El pueblo está tan cegado... son parte de todo. No tienen ni idea a donde envían a sus hijas. —La furia se sentía en cada palabra emitida por Lilith. Mientras hablaba, masajeaba con la yema de sus dedos su sien, con los ojos cerrados.— Ni siquiera nosotros sabemos a dónde las envían, pero créeme que no parecían muy alegres de lo que sucedía anoche.

   —Lo más difícil del cambio siempre es abrirle los ojos a la gente —sentenció Will.

   Al anochecer marcharon una vez más hacia Vulpes. Wilhelm custodiaba las calles, misteriosamente desiertas una vez más. Lilith observaba el castillo, atenta a cualquier persona que entrara o saliera.
   Will caminaba pensando en cosas que no quería pensar. Las calles se encontraban una vez más decoradas como si de otra festividad se tratara, pero esta vez, los banderines tenían bordados una Luna llena, repleta de cráteres, la luna de las Diosas. Por supuesto aquella noche estaba en toda su plenitud, una esfera perfecta. Infinidades de mesas alineadas cubrían las calles, repletas de manjares y licores, pero cada silla o banqueta se encontraba vacía.

   Las campanas de los templos comenzaron a sonar, indicando las nueve en punto de la noche, y en ese mismo instante las puertas de cada vivienda comenzaron a abrirse; de ellas salieron todas las mujeres y niñas con su vestimenta favorita, sonrisas sinceras y el cabello repleto de flores de todos tipos, a juego con sus vestidos. Por primera vez, no parecían preocupadas por su forma de hablar, moverse, o comportarse. Por primera vez reían a carcajadas sin pudor.

   El hombre rápidamente se escabulló en la oscuridad antes de ser visto, no quería que su presencia cambiara los planes de la noche. Con gran rapidez subió a un tejado, a unos metros de donde se encontraba Lilith, quien ante los ruidos provenientes de la calle se había puesto de pie y observaba confusa.

   Las mujeres en la calle comenzaron a tocar instrumentos, probar los manjares, cantar canciones y brindar con sus fuertes tragos, incluso algunas fumaban, observó Lilith. Las niñas correteaban sin miedo a ensuciar sus vestidos, perseguidas por los fieles pastores que meneaban sus rabos. Cada mujer y niña se encontraba en la calle, festejando una causa desconocida para Lilith. Todas y cada una de ellas. Excepto las cuatro debutantes desaparecidas, Lorenza, y Kaira.
   Sin perder el festejo de vista, Wilhelm comenzó a saltar entre los tejados sin esfuerzo hasta llegar junto a Lilith quien le regaló una sonrisa de bienvenida, como una niña.

   —¿Cómo un festejo tan bello tiene lugar en un mundo tan horrible?

   —No sé el nombre de la festividad, pero cada año ocurre a la noche siguiente de la llegada de los debutantes —respondió Will—. Sé que no ha sido fácil para ti, viendo aquellas muchachas apenas unos años más pequeñas que tú... Por eso no quise arruinar la sorpresa —Sin dejar de mirar hacia la calle, Will se sentó junto a Lilith y continuó:

Hogar de pocos - El Despertar de las Silenciadas Ⅰ #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora