III

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Me levanto del suelo con la poca fuerza que me queda. Todo me resulta agotador, incluso el intentar mover las piernas. No tiene sentido. Nada en este momento lo tiene.

Camino hacia el baño y cierro con seguro, me alejo sintiéndome a salvo porque sé que no hay nadie en casa. Observé mi rostro en el espejo por unos minutos, las ojeras por el piso y la palidez se robaban toda mi personalidad. Aun siento un pequeño ardor en mi mejilla derecha pero no es algo que no pueda soportar. Pasé mi mano por la mitad de mi cara y no pude evitar sonreír. A pesar de todo no sé si me quedan ganas de reír o simplemente me estoy volviendo loca. De lo único que estoy segura es que por más que haya una sonrisa plantada en mi rostro, por dentro sigo siendo una persona que se encuentra completamente rota.

Tomé mi bolso y comencé a maquillarme, mientras lo hago no puedo evitar tararear. Eso es algo que realmente me tranquiliza. Cuando terminé volví a acariciarme el rostro una vez más, una última vez para inspeccionar que todo esté bien.

Una lágrima. Eso fue lo que se deslizó suavemente por mi mejilla, haciendo que de un golpe rompa el espejo que tenía frente a mí. De pronto, el suelo del baño se encontraba repleto de cristales de todos los tamaños. Comencé a tomarlos uno por uno, me miré al tomar el trozo más grande.

Lo roto no tiene arreglo.

Observe una última vez, aun con el maquillaje que traigo encima se puede ver lo devastada que estoy. Simplemente hecha pedazos. Sé que todos lo notan, pero nadie pregunta, todos suponen cosas, pero nadie sabe la verdad. Todos hablan, pero ninguno de ellos sabe que yo sé que lo hacen.

Salí corriendo de ahí, tomé mi bolso y me dirigí a la parada del autobús. Como todas las mañanas, me encontraba meciendo mis pies de un lado a otro, esperando la llegada del gran coche amarillo. Suspiro por la tardanza de éste y lo único que queda en este momento para que el tiempo pase más rápido es hacer lo que siempre hago. Meto mi mano en la mochila y tomo un cuaderno que tiene todas mis anotaciones, algo que siempre llevo conmigo, sin importar el momento o el lugar. Porque tiene cada recuerdo y cada palabra, una expresión y algo que siempre quise decir. ¿Por qué no lo digo? Eso sería lo más sencillo, pero siento que el mundo no está preparado para tal cosa.

"Recordé un momento que sucedió hace unos minutos atrás, algo tan atroz que me devastó por completo. No quiero aceptarlo. Por supuesto que no. Pero a veces la gente debe de dejar de dar pelea y arrojarse de vez en cuando, supongo que es en ese preciso momento, en el momento en el que tocamos el suelo, en el que nos damos cuenta de cuánto hemos luchado. Simplemente debemos mirar atrás y observar cuántos muros hemos derribado... Tranquila pequeña, está bien que choques, porque estás aceptando que has podido avanzar, lo seguirás haciendo. Créeme. Pero es momento de descansar".

Duele escribir cada palabra, siento como mi corazón siente cada una de ellas y lo único que pide es un pañuelo para llorar. No hablo de llorar horas, hablo de años, quizás una eternidad. El dolor se acumula y cada vez lastima más, es como una cuchilla que se adentra poco a poco y, aun cuando se está curando, sigue doliendo como la primera vez.

La bocina hizo que dejara todo a un lado, tomará mi mochila y corriera al bus. Note como todos se arrojaban cosas, los murmullos llegaban a mí y la risa de los del fondo opacaba todo lo demás.

Tome asiento al lado de la única persona que tolero en el maldito mundo. Inspeccione a Evan por un momento, no entendía qué estaba haciendo ahí, desde que sus padres le compraron el coche no lo he visto pisar el bus. Estoy hablando de meses sin subirse aquí.

—¿Y tú qué? — cuestione esperando una respuesta. Lo bueno de Evan es que jamás para de hablar, lo que significaba una cosa, que sea lo que sea que le preguntes te lo contaría dos veces.

Pequeños SusurrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora