Relato corto: Cuenta hasta diez

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Relájate y cuenta hasta diez. Típico, ¿no? La frase que todo el mundo está harta de escuchar cuando tiene que autocontrolarse. Te lo repiten tus amigos, tu familia, tu pareja... Aunque, pensándolo bien, ahora lo necesitas de verdad.


Estás en la ciudad, concretamente en el centro, a altas horas de la noche. Te das cuenta de que la vida en la ciudad no es tan prometedora como parecía. La vida en el campo, donde vivías con tus padres, era mucho más sencilla y tranquila. El ruido de los vehículos de la gente que va y viene de trabajar sonaban como terremotos, alterando el silencio de esa noche indiferente. Las motos de los repartidores que regresaban a sus respectivos centros, los altos árboles zarandeándose, todos esos aspectos te hundían la moral. No podías dormir plácidamente después de un día atareado, y el estrés comenzaba a invadir tu ser. Necesitabas tranquilizarte, y para eso, debes relajarte, y contar hasta diez...


Uno... Los vehículos rugían con menor intensidad, salían de tu cabeza, sientes como la presión va disminuyendo poco a poco, aunque no es suficiente.


Dos... Escuchas el tic tac de tu reloj de pared, ubicado en el salón principal. Es buena señal, puesto que tal es la tranquilidad que eres capaz de percibir cualquier sonido presente en tu hogar, por muy mínimo que fuese.


Tres... Escuchaste un ruido extraño, se asemejaba al rechinar de los tablones de madera de tu pasillo, pero te convences de que el sonido vino de fuera. La fría brisa de otoño se colaba por tu ventana se colaba bajo tus sábanas, ocasionándote algún que otro escalofrío.


Cuatro... La puerta de tu piso se abre, y puedes llegar a escucharla por la paz en la que te sumergías. Piensas que tal vez sea un vecino, que regresaba del trabajo y se dirigía a su casa.


Cinco... Unos pasos fugaces subían las escaleras. La velocidad era inhumana, el ruido era comparable al de una estampida de bisontes, y descartas casi instantáneamente la posibilidad de que sea un vecino. 


Seis... Unos segundos de calma se hicieron presentes, pero duraron poco, pues escuchas dos o tres golpes en la puerta de tu recibidor. Dicha puerta finalmente se abre, para acabar cerrándose.


Siete... Vuelves a escuchar el rechinar de los tablones de madera del salón principal, esta vez con más intensidad, y de forma uniforme. uno... dos... uno... dos... 


Ocho... No puedes apartar la mirada de tu puerta entreabierta. Te agarras con fuerza a la sábana, te tiemblan las manos, tu vista se vuelve borrosa y te ves forzado a parpadear, pero cuando lo haces, la puerta que antes estaba entreabierta, ahora está completamente cerrada.


Nueve... La oscuridad es casi total en tu cuarto. Eras capaz de percibir un par de ojos, blancos como la nieve, que te miraban fijamente desde los pies de tu cama.


Diez... Buenas noches...

 Buenas noches

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