3. LA CASA

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Llegué a mi casa en tiempo récord, en seis minutos. Estaba jadeando del calor y sudando.

Cuando dejé la bici en el trastero improvisado que teníamos al lado del gran porche, vi la puerta entornada.

No pinta nada bien.

como precaución, cogí mi daga de la mochila y el spray pimienta.

La daga, me la regaló mi abuelo cuando cumplí los 18 para protegerme. En Mantis era legal.

Entré en silencio, me quité las zapatillas para evitar dejar huellas o que cruja la madera del suelo.

Me paré en seco, intentando no respirar muy fuerte para agudizar el oído y ver donde estaba mi abuelo en la gran casa.

Tras unos segundos de absoluto silencio, escuche un paso en la planta de arriba.

Subí cautelosamente e identifiqué que el sonido provenía del despacho de mi abuelo.

Al llegar, su puerta estaba entornada.

-¿Abuelo?...- susurré para evitar que nos encontrasen si es que había algún intruso. Hice el ademán de abrir un poco más la puerta y al asomar la cabeza, vi a mi abuelo estresado caminando de un lado a otro.

-Eva, han entrado en la casa- me dijo alterado al girarse en mi dirección.

-¿Quién, sabes algo?- traté de calmarlo haciendo que se sentara.

-Más bien, quienes- señaló las diferentes huellas. Eran de gente alta, eso seguro. Lo más curioso es que eran pisadas descalzas con un poco de tierra. Esas personas venían del bosque.

Mi abuelo, empezó a reir como si hubiese descubierto lo mejor del mundo.

Lo miré sin entender nada. -¿No te das cuenta Eva? Son los pardium- dijo con total ilusión.

-¿Y por qué han entrado sin decir nada y lo han revuelto todo?- me crucé de brazos esperando su respuesta.

-Buscan algo. No sé qué exactamente pero lo descubriré- dijo pensativo.

¿Qué podrían querer de esta casa? Nunca nadie ha entrado en cuarenta años que lleva construida.

Era muy extraño. El abuelo me miró haciéndome saber que iríamos al bosque.

-Ha llegado la hora, Eva- me dijo suspirando mientras me sujetaba de los hombros.

-Tienes que saber la verdad. Los cuentos que te contaban no eran mentira, son verdad- dijo con temor de que no le creyese.

Pero yo sí le creía, era mi abuelo después de todo. Él nunca me mentiría.

-Pues enséñame abuelo- dije con firmeza.

Asentimos a la vez y cada uno se fue a su cuarto para prepararnos para la excursión.

Me quité la ropa y me puse unos leggins negros gruesos, un top negro con un chaleco de cuero. Me coloqué mis botas militares y en el muslo, me coloqué un cinturón con mis mini navajas y una linterna. Me guardé la daga en el bolsillo interno del chaleco y recogí mi larga melena en una coleta alta.

Bajé a buscar a Elmo que vendría con nosotros para protegernos de los animales salvajes. Le puse un arnés para protegerlo de las ramas.

Al terminar de prepararlo, nos encontramos con mi abuelo en el vestíbulo. Llevaba unos pantalones de trekking, unas botas militares y una ballesta junto con flechas.

-Bien, en marcha- dijo mientras salíamos y cerrábamos la puerta con todos los pestillos posibles.

-Escúchame bien Eva, esto es importante- dijo con seriedad, no estaba de broma.

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