Capítulo 4

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Mientras el sol se asomaba a la mañana siguiente, los comercios cercanos al parque comenzaban a despertar

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Mientras el sol se asomaba a la mañana siguiente, los comercios cercanos al parque comenzaban a despertar.

Celestine estacionó su confiable camioneta en el aparcamiento que había reservado para adultos mayores y cruzó despacio la calle que la separaba de su amada casa de té.

En el pasado había sido un chalet donde la élite se reunía para mantener una buena relación con sus vecinos. Las risas de cada baile, los besos robados tras las escaleras y las aventuras secretas parecían haber quedado impregnadas en sus habitaciones.

Las paredes del frente estaban revestidas en ladrillos. Ventanales con vista al parque bendecían con luz natural los salones principales.

Letras de madera sobre la pared frontal daban la bienvenida a Dulce Casualidad, una casa de té que llevaba casi veinte años siendo punto de encuentro para cualquier generación.

Al atravesar sus puertas, Celestine aspiró el aroma cálido de los panificados recién horneados.

Los empleados recorrían las mesas con desenvoltura, ya fuera limpiando o entregando un pedido. Vestían jeans y zapatos negros, camisa a botones color café con el logo de la casa y delantal atado a su cintura del mismo verde limón que un pañuelo en su cuello. El toque juvenil lo daba un sombrero inclinado sobre la cabeza.

Observó a la pareja de mediana edad que siempre llegaba antes que cualquier cliente. La mesa junto a la puerta estaba reservada para ellas.

—Buenos días, jóvenes —saludó con una sonrisa—, ¿cómo ha ido la última semana?

—Todo tranquilo, Celestine —aseguró Esther mientras dejaba su capuchino sobre el platillo y tomaba una galleta.

Sus ojos estaban atentos a los nuevos clientes. Los observaba hasta que se dejaban caer en una mesa o se acercaban a los mostradores, atraídos por la amplia variedad de pasteles.

—Esta ha sido una primavera cálida. Si te quedas una hora verás que el lugar no tarda en llenarse —agregó su compañera, Curvy.

Conservaba una mano en su croissant y la otra cerca de su pierna derecha, el arma reglamentaria que solo un ojo experto podría descubrir.

Ambas oficiales pertenecían al equipo de seguridad de Celestine desde el primer día. Trabajaban con Dolina, el guardia que vigilaba las cámaras en otra habitación.

Estos tres halcones reconocían el peligro apenas cruzaba las puertas. Y lo hacían cambiar de opinión con el bello poder del diálogo. Las amenazas de llevarlo a la cárcel mientras señalaban sus propios revólveres eran discursos que persuadían a cualquier problemático.

—Bienvenida, Celestine. —Una joven de cabello corto acababa de aparecer de la nada tras la anciana, silenciosa y ágil como una gacela—. ¿En qué puedo ayudarle?

Artistas del desencuentroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora