49 | Argel

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Odiaba la palabra despedida.

Nací junto a ella, crecí junto a ella, sufrí por ella y es una completa mierda.

Puede que yo sea el problema, porque no era simple casualidad que mi madre, mi hermano y mi mejor amiga se fueran de mi vida sin despedirse.

Tal vez desprendía algún tipo de radiación sin darme cuenta.

Tal vez yo me despedía de ellos antes de que decidieran dejarme.

—Sé que fui un cabrón contigo y no pienso culpar a mi pasado por las palabras que te dije.

Lanzo la mochila a la cama mientras lo atiendo, mi ritmo cardíaco empezaba a acelerarse, no quería dejarlo, habíamos creado un lazo muy profundo desde que nos conocimos y así no quería que terminase.

—Lo fuiste.

—Lo sé, me comporté como un imbécil con la persona que siempre ha estado para mí.

Empiezo a guardar mis cosas, intentando no mostrarme nerviosa por estar encerrada junto a él en una habitación, la presencia de Huxley controlaba la gravedad de las cuatro paredes.

Podía sentir su mirada quemándome la nuca.

—¿Quieres que te cuente algo? —musito dándole la espalda —. Solía compararte con Knox desde que supe que era tu hermano, es más, jamás hubiera imaginado que ustedes fueran hermanos, son Mercurio y Neptuno, tan alejados en personalidad y en pensamiento, y debo aceptar que en mi estúpido juego de elegir entre los dos siempre ganaba Knox.

» Luego de un tiempo entendí la razón, la razón por la que él ocupaba la lista de cualidades positivas y tú la de negativas, Knox me reflejaba calma, algo que en mis antiguas relaciones nunca tuve, y sabes qué es lo más absurdo de todo esto, que nunca tuve calma porque yo tampoco transmitía calma.

» Desde niña odiaba toda muestra de cariño que viniera de alguien que no fuera mi familia, me fastidiaba la consolación de los desconocidos, detestaba las muestras de caridad, porque eran el pan de cada día cuando se enteraban de que mi madre me había abandonado, incluso culpaban el hecho de haberme criado con dos hombres por tener un genio del demonio.

» Por lo mismo crecí con muchas inseguridades, que al final salieron a relucir cuando intenté salvar lo que tenía con Ukweli, en ese punto no entendía el desprecio, ni la indiferencia, ni sabía qué era que te utilizaran, hasta que él fue mi mejor maestro. Nuestros espíritus nunca se conectaron y yo me esforzaba en ser lo que él quería que fuera.

» Siempre fui una tormenta andante, Ukweli lo odiaba, Naeel lo odiaba, hasta que yo empecé a odiarlo también, empecé a odiarme a mí misma, porque no sabía cómo cambiar esa faceta mía, tan autodestructiva, tan hiriente, pero no entendí que debía aceptarla hasta que entré a esa fría celda y estabas tú, de espaldas a mí, apareciendo en mi vida por casualidad.

» Esa lista de comparaciones se fue a la mierda cuando entendí que nunca me ha gustado la calma. Mi existencia nunca ha estado en calma. Y no me refiero a la calma de llevar una vida tranquila sin problemas y tristezas, me refiero a la calma de saber qué pasará después, qué movimiento debo realizar para mantener todo en equilibrio. Jamás me acostumbraría a eso.

Guardo todas mis camisas blancas en la mochila, acomodándolas a un lado de mi pantalón de repuesto, ya estaba un poco desgastado gracias a los entrenamientos, pero seguía siendo un bonito recuerdo del primero que usé cuando llegué a este sitio, los demás se rompieron en su totalidad a la altura de las rodillas por los arrastres con los francos.

—Nunca quise que pensaras que te estaba comparando con Clerc, ni crearte inseguridades por volver a verla —expresa Huxley acercándose a mí —. Hay personas que te marcan de por vida y que sin importar lo que hagas no puedes borrar ese recuerdo de tu memoria, porque de alguna forma influyeron en que tú no siguieras siendo el mismo de antes.

Adiós, VitoriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora