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Su mejor amiga era con quien más cercano era. Ella era quien cuidaba de él en clases, quien le enseñó a defenderse en una pelea, quien se maquilló con él por primera vez.

Se hicieron los piercings de las orejas juntos, después vinieron los del labio; al final acabaron comprando las mismas cadenas para unirlos.

A veces no sabía que sentía por ella. Las hormonas eran algo peligroso después de todo, y la pubertad nublaba la mente tanto que todo se volvía extraño y nuevo de repente.

Ella fue su primera amiga, su primera confidente, también se llevó su primer beso.

Cuando crecieron un poco más ambos supieron que sus sentimientos se acercaban más al cariño amistoso que al amor romántico, así que su relación no fue más allá de lo platónico.

La echaba de menos, a veces más que a sus demás amigos. Se sentía mal por eso. Tan mal que cada día dejaba más atrás sus caras, su recuerdo, los momentos tanto buenos como malos.

La culpa le sofocaba, y el recuerdo de sus ojos sin vida le consumían como las llamas que se llevaron sus cuerpos.

Cuando miraba las fotos que tenía con ella, ya fuesen las de la pared de su cuarto o las de su móvil, no podía evitar encogerse al verla tan feliz. Todos se veían llenos de vida, todos menos él.

Era casi irónico.

Durante un tiempo dejó de dormir en su habitación. Simplemente le agobiaba. Eran demasiadas miradas, demasiados objetos prestados cuyos dueños ya no podrían reclamar, demasiadas voces procedentes de los rincones más escondidos entre las sombras.

Cada madrugada se despertaba sudando y ajetreado, sus manos no se podían mover y su garganta tenía un nudo que le dejaba sin respiración.

Ganyu siempre estaba a su lado, sentada sobre la alfombra del salón, sus ojeras cada vez más notorias pero su respiración tranquila mientras dormía a su lado.

Solía despertarse después de un rato y, solo con una mirada, sabía cuando debía subirse al sofá y tumbarse a su lado, dejar que Xiao llorase en silencio entre sus brazos. Él agradecía que ella no le preguntase nada, que le dejase desahogarse sin pedir nada a cambio.

Ya no podía mirar las plantas de Ganyu de la misma forma, los tallos teñidos de un verde que le hacían ver rojo.

SolitudeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora