Once años

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Te gusta Megumi. Te gusta su actitud despreocupada y el sonido de su voz. Te gusta que sea divertido y que te haya enseñado a hacer sombras con los dedos. No te salen muy bien pero te gusta hacerlas porque a Megumi también le gustan. Te cuenta lo que pasa en la secundaria y sobre algunos de sus compañeros y profesores, te encanta escucharlo porque te habla como si fueras un adulto. Ven películas, escuchan música, comen dulces y toman refrescos hasta muy tarde en la noche. Amas los viernes.

El resto de días de la semana te la pasas hablando de Megumi con tu madre, y ella solo se ríe de tus historias, tal vez le alegra que hayas encontrado un nuevo amigo ahora que ya no vas a la escuela.

Megumi trabaja en una cafetería toda la semana excepto los viernes que son sus días libres. En ocasiones vas a verlo y él siempre te invita un helado de chocolate con fresa, tu favorito.

Un miércoles por la tarde, después del turno de Megumi, deciden ir al parque. Comparten un helado y caminan con tranquilidad tomados de las manos, le habías insistido hasta el cansancio en hacerlo porque aún eres un niño que no puede cruzar la calle solo. Y aunque es cierto, la verdad es que te gusta tocar a Megumi, su piel es suave y a pesar de que sus manos están siempre frías, te dan cierta sensación de cercanía.

Llegan a un punto alejado del parque donde los árboles son más frondosos y la hierba del suelo más alta. En la rama de un gran árbol, encuentran un neumático colgado con una soga, Megumi te ayuda a subir con algo de dificultad. Continúan comiendo helado y, después de un rato, el mayor se recuesta sobre el tronco del árbol, observando al sol ocultarse detrás de los edificios a lo lejos. Su sonrisa ha desaparecido y ahora solo mastica un chicle casi de manera automática. Tratas de llamar su atención, pero Megumi está perdido en sus pensamientos.

Luego de unos minutos, el mayor agacha la cabeza y deja salir un largo suspiro. Vuelve a mirarte, pero esta vez con un particular brillo en los ojos y la sonrisa que aparece de nuevo en su rostro.

—Sukuna —te llama mientras da un paso hacia adelante. Te gusta cómo suena tu nombre en la voz de Megumi—, ¿alguna vez has besado a alguien?

Has visto besarse a tus padres. Has visto a tu mamá besar a tu hermano, ella te ha besado a ti también, pero de alguna forma sabes que Megumi no se refiere a ese tipo de besos. Recuerdas los besos de la televisión y lo incómodo que es verlos, incluso podrías decir que te dan asco. Sacudes la cabeza y el mayor suelta una risita que te hace creer que has respondido de manera errónea.

Megumi se te acerca. Están frente a frente porque sigues colgado del árbol. —¿Te gustaría?

Miras de reojo los labios del mayor. Rosas, suaves, se curvan de lado cuando Megumi te sonríe.

—Cierra los ojos, será nuestro secreto. —Acuna tu mejilla con una mano y por un segundo ves que su muñeca tiene un corte, pero no le das importancia, asientes con la cabeza mirando fijamente a los ojos contrarios y le obedeces, pronto los labios de Megumi se presionan contra los tuyos. Es cálido y húmedo. Sientes cosquillas en el estómago y el olor a goma de mascar que el mayor comía minutos atrás.

Solo dura unos pocos segundos y piensas que está mal. Los chicos no se besan, pero no querías que Megumi se enojara y creyera que eras un bebé. Eres grande, no eres ningún bebé. Aún así, no logras convencerte del todo.

Megumi regresa a su lugar bajo el árbol y observa el último resquicio de luz solar que se oculta tras los edificios frente a ustedes. Suelta un bufido y empieza a caminar de vuelta a casa.

—Vámonos, Sukuna —te llama unos pasos más allá, intentas alcanzarlo y caes al suelo de cara. Megumi trata de ocultar su risa con el cuello de su chaqueta mientras te ve levantarte de un salto, sacudirte las hojas del pantalón y correr hacia él.

Pavlove | Sukufushi |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora