Los gritos aún resuenan en tus oídos mientras te secas los ojos con la manga de tu sudadera. Estás sentado en el último escalón de madera de la entrada de tu casa abrazando tus rodillas e intentando no volver a llorar. No te gusta llorar, tu nariz se queda roja y te duele la cabeza después, pero ahora no lo puedes evitar; esta vez tu madre tomó a tu hermano y se fue de la casa. Te había preguntado si querías ir con ella y ni siquiera había esperado tu respuesta. Se había marchado diciendo que no la querías y que no valorabas todo lo que había hecho por ti.
Suspiras porque crees que tiene razón. No eres el hermano ejemplar que esperaba que fueras y mucho menos el hijo ideal que tenía algún talento y sacaba buenas notas en la escuela. No. Tenías quince años y lo único que hacías era quejarte de la secundaria, llenarte de comida chatarra y masturbarte pensando en tu vecino cinco años mayor que tú. De repente, podías entender la razón por la que tu madre se había ido. Te sientes patético. Eres patético.
Ocultas tu rostro entre tus rodillas y cierras con fuerza los ojos. Quieres desaparecer un momento, dejar de sentir, olvidar, quizás de esa forma todos los problemas se irían. Sin embargo, las lágrimas regresan y tienes que volver a secarlas con tus mangas. Frotas tus manos por el frío y te maldices por no haberte puesto algo más abrigador; consideras entrar a la casa pero eso significaría ver el desastre que es tu padre ahora con más alcohol que sangre en las venas. Así que suspiras de nuevo y te resignas a congelarte en tu propio jardín.
Minutos después, ves a Megumi caminando con prisa hacia su casa, parece cojear ligeramente. La imagen se te hace tierna y divertida. Lleva un abrigo enorme, guantes y un gorro de lana con dos pompones, cortesía de Tsumiki por su cumpleaños número dieciséis, estuviste ahí cuando abrió ese regalo. Quieres ir a saludarlo, pero te das cuenta de que tú mismo estás hecho un desastre, decides quedarte en dónde estás y apoyas tu barbilla sobre tus rodillas, lo saludas con una mano cuando te ve. Responde tu saludo y luego vacila por un momento, pero al fin se acerca a ti.
—¿Puedo? —te dice, señalando el espacio vacío a tu lado. Asientes y él se acomoda muy cerca tuyo. Puedes sentir su calidez cuando sus piernas se rozan. Notas que te está viendo pero tus ojos no se apartan del suelo—. Sukuna.
—Mhm. —Acabas de encontrar una hormiga que salió de entre la tierra y de alguna manera te recuerda el día en el que tu madre te habló de Megumi por primera vez.
—¿Estás bien? —suspiras por tercera vez y cierras los ojos. Cuando los vuelves a abrir, giras la cabeza y Fushiguro está frente a ti. No le dices nada, solo lo miras y sabes que él ya ha notado tus ojos rojos y está haciendo suposiciones en su mente—. ¿Pasó algo?
Abrazas tus piernas y vuelves a poner tu cabeza sobre tus rodillas.
—Sukuna —insiste Megumi y te da un golpecito con su codo.
—Mamá se fue y se llevó a Yuji —le dices finalmente.
—Pelearon otra vez.
—Sí.
Permanecen en silencio un momento, hasta que Megumi se pone de pie y te extiende una mano.
—Vamos —te dice, luego se quita los guantes para guardarlos en el bolsillo de su abrigo, se muerde el labio y te vuelve a extender su mano, notas antiguos moretones, apenas visibles, en sus muñecas. Cuando tomas su mano se siente cálida, por un momento te parece que no es Megumi, pero vuelves la vista hacia arriba, observas su rostro y te das cuenta de que nunca has visto algo más lindo.
—Megumi —dices su nombre mientras te pones de pie, estás dispuesto a seguirlo a donde sea si te mira de esa forma. Maldita sea.
—No digas nada, ven. —Empieza a caminar hacia su casa, sin soltar tu mano, busca las llaves en sus bolsillos y abre la puerta— ¡Tsumiki, ya llegué!
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Pavlove | Sukufushi |
Fanfiction-A las chicas les encantas, Sukuna -dice Megumi con frialdad. Haces una mueca, apretando los dientes. Megumi se inclina sobre ti, su cálida respiración choca con tus mejillas. Sus pupilas están dilatadas, grandes y oscuras-. Pero a ti no te gustan...