Te busqué, cuando la desesperación era poca y cuando era mucha. Te busqué, en un templo y en mi interior. Te busqué, cuando ame y cuando odie. Te busqué en la cruz, en textos, en el rocío de la mañana y en crepúsculo. Te busqué en lo más simple y te busqué también en lo más complejo.
Me enseñaron a agradecerte por lo bueno y a no culparte por lo malo, a justificar los errores de los demás en tu nombre, y a castigarme con tus palabras.
Una tarde rodeada de personas sonrientes y corazones jovenes, me di cuenta que hace un tiempo ya no recordaba con exactitud la última vez que te había buscado, que ya no me consolaba con un futuro incierto que decían habías creado para mí. Ya no me desesperaba por las palabras que decían ser tuyas, ni las recompensas ni castigos en tu nombre.
Hace ya tanto tiempo de la jovencita asustadiza de no encontrarte, de la que se dejo de creer un cuento para adultos de corazones carentes de emociones propias que justifican su actuar en textos escritos por vencedores, por hombres que no cumplían ni sus propias palabras.
No niego tu existencia...¿sus existencias? Pero ya no me produce nada la amenaza de sufrimiento eterno cuando en esta vida pasas tantas penurias y el alma se marchita en el eco de gente que aún busca en ti su salvación.
