El Collar 2

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Azriel despegó sus labios en una sonrisa curva.

—Tampoco a mi me interesa compartirte con ningún macho bastardo —sus manos subieron por mi espalda hasta enredarse en mi cabello. El cobrizo presente en él refulgió como fuego ardiente pese a la poca luz que se filtraba. Realmente la respiración se hacía difícil en el interior de su crisálida.

—¿Debo suponer que es una promesa lo que escucho de tu boca? — fue lo único que pude pronunciar.

—Mi boca puede hacer mejores cosas, sacerdotisa... —reafirmó del mismo modo arrogante y lujurioso. Un deseo salvaje apretó mis rodillas mientras me devoraba mentalmente de la cabeza a los pies, deteniéndose en ese lugar palpitante entre mis muslos que de repente dolía por él. Su pecho se hinchó con una fuerte inhalación. —Pero en efecto, Gwyn, es una promesa.

Me quedé observándole, mi rostro congelado en el tiempo. Azriel era el macho más hermoso que yo había visto, ya lo supe entonces aquel día y me confirmaba en estos instantes. Era muy probable que me arrepintiera de este breve pero locuaz encuentro, pero sería algo que solucionaría más tarde, tal vez durante mis sesiones en la biblioteca.

Tras un ligero carraspeo de garganta intenté domar mi pulso frenético.

—Entonces podemos decir que en eso estamos de acuerdo—sentencié al fin. Mis palabras salían de mis labios sin orden alguno. – Y también que hemos hablado, y hemos solucionado un tema...

Una risotada áspera salió de su garganta a modo de respuesta. Y fue el sonido más cálido y vibrante que había tenido el placer de guardar en mi memoria. Me mordí el labio para contener la traidora sonrisa.

—Tienes unos ojos tan jodidamente hermosos —él habló, y supe enseguida que pretendía sonar distendido.

—Gracias. — mi voz estrangulada al tragar. El rio de nuevo con suavidad. Claro que la intencionalidad no llegaba a reflejarse en sus maravillosos pozos de miel.

Aquellas sombras suyas vibraron, dispersaron la picardía de los ángulos de su rostro hasta sumirlo en una clase diferente de oscuridad. Una más brillante y genuina que me congeló un suspiro entre dientes. Esas sombras extrañamente iluminadas franquearon el paso a unos pocos rayos de sol y me mostraron el dolor que ahondaba en sus pupilas. Uno crudo y visceral. Un sufrimiento que podía ver con claridad como un punto ennegrecido sobre un mar de luces. Puede que fuera una historia aún por desvelar, una retorcida que le hería como mil alfileres sobre la piel. Si profundizaba un poco más en esa bruma soleada, veía el filo de una montaña de dolorosos recuerdos pugnando por liberarse, cuya silueta de riscos acerados era lo único que Azriel alguna vez permitiría que el mundo conociera de él. 

El corazón se me partió en mil pedazos al sentir su sufrimiento esparcirse y tallarse en mis huesos. De una forma que no pude entender seguí tirando de esa cuerda invisible hasta que la cadencia lejana de unos latidos apresurados llegó a mis oídos. El dolor de un niño que clamaba a la oscuridad y rugía al desgarrarse los pulmones.

Oh, por la Madre...

Era tan inmensa esa fuerza que le consumía que un impulso irrefrenable por rodearle con mis brazos se abrió paso en mi interior con el tirón de mil caballos de guerra. Después solamente hubo calma, un océano manso y claro salpicado de motas negras. Si las tocaba, había más latidos, más dolor... Y por un instante, pude verme destronando todo lo que alguna vez había causado aflicción al ser tan maravilloso que me salvó y que, para mí era, era... algo que no podría tener jamás.

Sin saber muy bien cómo, solté esas riendas que no sabía que había cogido. Tal y como vinieron, hundí mis emociones y la maraña de sentimientos hasta lo más hondo de mi ser. Totalmente aplastados, tirados al fondo de un mar ennegrecido. Azriel nunca podría ser. Porque todavía... porque yo... estaba rota.

Red StormDonde viven las historias. Descúbrelo ahora