Capítulo IV

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Psicología de un psicópata

Siempre se busca un culpable, un objetivo donde podamos desviar todas nuestras frustraciones, haciéndolo blanco de nuestras críticas, de nuestras carestías. La sociedad actúa como mediadora, como enlace entre lo bestial y lo humano. El hombre define una moralidad, una ética sugestionada, concebida en el laboratorio de un “estado” determinado que le reviste de las herramientas, de las palabras y de las ideas en las que debe pensar. Entonces la pregunta que nos embarga es la siguiente ¿Qué es lo correcto entonces?

El término “asesino en serie” fue acuñado por un descerebrado cuando trabajaba en Quántico en el caso más sonado de la historia, atribuyéndosele al más famoso aún “Ted Bundy”. Una especie de ídolo para aquellos que disfrutamos de la sangre y la posesión.

La naturaleza humana es muy compleja para el hombre común. Pero, para nosotros los depredadores, que acechamos de noche y nos regodeamos de nuestro poder, se nos muestra tan simple, tan perceptible, tan evidente, que es imposible evitar matar.
El rostro es el espejo del alma, refleja las dudas, los temores, los miedos y la vulnerabilidad del hombre. Y hay rostros que con solo mirarlos te dicen abiertamente, mátame. Entonces mi tarea no es solo por puro placer, por puro desahogo. Estoy llamado a segar la paja del buen fruto; soy el enviado a liberar a esas almas presas que piden a gritos “poséeme”.

El hecho de que se haga algo execrable para la sociedad, ello no determina que sea malo en si mismo. No, al contrario. Que tenga los cojones para disfrutar matando, no significa que este mal, no, significa que puedo hacer lo que muchos piensan y no hacen.

He perdido la cuenta de cuantas han pasado por mis callosas manos, cuantos he maniatado, estrangulado o acuchillado. Pero de algo estoy seguro. Nada como sentir las ultimas pulsaciones de un ser que se la va la vida sin poder evitarlo. Sentir como la tibieza del cuerpo pasa a un frío gélido. Como el último suspiro exhala antes de partir definitivamente. La razón no alcanza para describir con palabras las sensaciones que emanan del cuerpo que ejecuta. Sentirse poderoso, arrebatándole toda la esencia a otra alma. Es ser Dios encarnado, decidiendo quien vive y quien muere.

Recuerdo mi primer asesinato. Toby mi perro. Le tenía mucho cariño, hasta que un día apreté tanto su cuello que dejó de respirar. Recuerdo aún la erección que me provocó. Sus ojos cristalizados y sus convulsiones. No sentí remordimientos. Nada pasó por mi mente, solo placer. Entonces, lo comprendí todo. Estaba por encima de la media. Tenía la facultad, el poder de arrebatar la vida sin pena y dolor.

Era una habitación pequeña, pero bien amueblada. La cena estaba servida. Solo estábamos Betty, Smith y yo. La conversación fue muy frugal, amena en ocasiones. Smith me contó el deceso eminente de su esposa, cosa que esperaba con ansias, pero que no acababa de suceder. Betty no estaba acostumbrada aún a nuestras charlas deshumanizadas, por lo que con la excusa de lavar los platos se retiró a la cocina.

-Y bien mi querido amigo, ahora que estamos solos. Cuéntame. Traes el rostro encendido. En algo gordo estas esta vez, suelta la sopa de una vez y no te hagas de rogar-

-¿Y cuándo lo he hecho? Nunca he tenido secretos para ti-

-Es cierto. Pero canta ya, dime que fuiste tú el de la chica del lago-

-Y quién más. Creo que el único con tan buen gusto por los alrededores soy yo- Smith soltó una carcajada.

-Debes tener cuidado Rob, las cosas no están pintando bien. Estás llamando mucho la atención y exponiéndome- lo miré asombrado.

-Por qué lo dices. Cuándo te he dado problemas…-

-Esta mañana vinieron a verme dos agentes. Preguntando por ti. No quiero problemas con la policía. Sabes que te admiro, por tus huevos de hacer lo que ya me gustaría a mí, pero no puedo permitir que lo que he construido se vaya a la mierda por tu morbo. Mi castillo terrenal de placer debe continuar…-

-Te entiendo. No te preocupes sabes bien que al principio es así, todo se levanta como ventisca, pero después toma su lugar. Sabes que no cometo errores, llevo años en el negocio y sé cuidar mis espaldas. Además,siempre tengo la opción de mudarme- sonreí despreocupadamente, pero sabía en el fondo de que las cosas no eran igual que siempre. Esta vez sentía verdadero miedo, un terror que solo me excitaba más pero que era consciente que me llevaría al fin.

Betty regresó con el postre. Un flan tres leches estupendo. Mientras comíamos noté que Robert estaba muy nervioso. Miraba constantemente su celular. No podía ser posible. Mejor era desechar esa idea. Una voz en mi interior me decía que no confiara. Robert me había traicionado. Me había vendido. Lo miré y el comprendió al instante. Su frente estaba perlada de grandes gotas de sudor. Betty estaba impaciente mirando hacia la puerta. Unos infrarrojos apuntaban directamente a mi cabeza. Debía moverme rápido.
Con un movimiento rápido me abalancé hacia Betty. Una ráfaga impactó contra su costado. Volteé la mesa y sentí la madera crujiendo por los impactos de bala. Robert estaba en el suelo con la garganta ahogada en sangre, lo miré con desprecio y sonreí.

A estas alturas la casa debía estar rodeada. No tenía escapatoria. Tenía dos opciones, entregarme o ser baleado como un animal. Las voces no se callaban. Me cabeza daba vueltas.

-¡Soy invisible! soy invisible, invisible, invisible…no pueden verme, soy invisible-

Me puse en pie y salí caminando. Las balas pasaban por mi lado y no podían tocarme. Era invisible e invencible. Me reí, me reí de esos idiotas, no podían verme, no podían matarme. Abrí la puerta y salí.
No había nadie. Ni un solo poli. Miré hacia la casa y vi la carnicería. Llevé las manos a la cabeza y no pude contener un grito ahogado. Mis manos estaban llenas de sangre. Las voces seguían molestando.

-¡Asesino! ¡Impotente! ¡No sirves para nada! ¡Mataste a tus amigos! ¡No se te para cariño, no te preocupes bebé, todo estará bien, mamá está contigo- y reían, reían sin contemplación!

-No soy un asesino, ¡cállense la puta boca de una vez!”-

Salí corriendo, dejé el auto. Dejé lo que quedaba de mi alma en esa casa, en esa sala. La noche era oscura, sentía frío.

-Hola Robinson, que tal, me extrañaste-

-No, tu no, no puedes ser tú-

-Pues sí,soy yo, así que aparta- Hamlet volvía a dominarme, ya no podría controlarme. Volví sobre mis pasos sin poder evitarlo. La imagen de Robert y Betty salía al encuentro. Pisé sus masacrados cuerpos y me dirigí
al cuarto de los niños, aún estaban dormidos, los contemplé y estrellé sus cuerpos contra las paredes. Hamlet disfrutaba. Luego violé a Betty, y salí disparado. Me desnudé en el auto y conduje sin rumbo, desnudo y con ganas de matar.

Cuando las ovejas, son lobos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora