Ojos de Maldad

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Nunca había sentido la violencia tan cerca, hasta el día que me tomaron por la espalda y me atracaron.

Tenía veintitrés años. Me había acabado de graduar de mis estudios universitarios. La tristeza me acompañaba y un ladrón aprovechó ese instante de susceptibilidad para agarrarme por la espalda e intentar quitarme el bolso. En esos momentos no soy yo, sale de mí una fiera que no reconozco, pero que me habita.

Ese día había estado con mis amigas compartiendo. Todo estaba tranquilo y estábamos disfrutando la velada, hasta que una de ellas se refirió a mi cuerpo, haciendo un comentario de mal gusto, las demás comenzaron a reírse. No podía creer que las que consideraba mis amigas se estaban burlando de mí. Ya era el momento de irnos, éramos estudiantes y el poco dinero que teníamos en el bolsillo era para comprar cervezas, por lo que no teníamos dinero para el taxi, además nuestras casas estaban a unas cinco cuadras de distancia por lo que decidimos ir caminando.

Dos amigas y yo salimos de allí pasadas las doce de la noche. Nos fuimos hablando y recordando un poco la velada, aunque yo permanecía un poco más callada. No olvidaba lo que había acabado de pasar. Llegamos a la cuadra de una de ellas, nos despedimos continuamos hacia la nuestra. Cuando estábamos próximas a llegar a nuestras casas, un hombre me agarró el maletín que tenía cruzado sobre mi pecho. Venía tan pensativa que no lo sentí, hasta que ya estaba sobre mí.

Enel maletín tenía unas gafas que había comprado esa tarde; mi primer celular, regalo de grado que mi madre me había dado con mucho esfuerzo; un cuaderno con el primer cuento que había escrito, además de mi billetera con mis documentos; todos objetos valiosos para mí en ese momento.

Este hombre tomó con fuerza mi maletín. Yo, con una mano agarraba mis cosas y con la otra le mostraba mi puño diciéndole: —¡No me va a robar! 

Los dos forcejeábamos hasta que me hizo perder el equilibrio y caí al suelo. En ese momento llegó otro hombre y comenzaron a darme patadas en varias partes del cuerpo. Estaba enceguecida por la rabia y no percibí que en sus manos tenía un puñal. Salí de mi estado, por un grito que decía: —¡Suéltalo!, ¡te va a chuzar!

Me di cuenta que la que me gritaba era mi amiga, que presenciaba la escena a unos pocos metros de distancia. El otro hombre que la había atacado a ella, al ver que no llevaba nada, se abalanzó sobre mí a ayudar a su colega a continuar con el trabajo.

Nunca sentí la maldad de frente. Tuve mucho miedo. Los ojos de ese hombre me miraban con resentimiento, con odio, con nada de empatía. Tuve rabia, me sentí impotente y terminé cediendo. Todos los días mueren personas por no ceder ante el atracador. En ese momento no pensaba en nada más que en golpearlo en la cara. La maldad si existe y nunca la había visto de frente. Solté muchas cosas que quería que se fueron en ese maletín. No tuve más remedio que abrirle mi mano, para que me arrebatara un poco de lo que con mucho esfuerzo se había conseguido. Ese instante permanece en cámara lenta en mi memoria.

Me levanté del piso con rabia e impotencia, salí corriendo detrás de ellos, un par de metros, pero me di cuenta, que perdía mi tiempo. Eran más rápidos, además ese día no tenía el calzado adecuado para perseguirlos. Me dolía la pierna, la mano y la cadera. Los hombres salieron corriendo calles abajo. Después lloré de rabia e impotencia.

Recuerdo que observé a mi alrededor, algunas personas curioseaban desde sus ventanas y al darse cuenta que las miraba, se escondían detrás de las cortinas. Un vigilante se acercó y nos dijo: —Esos hombres desde hace rato las venían siguiendo. Qué triste observar que a otro lo lastiman y no tener el valor para ayudar.

Esta historia la tengo muy clara en mi memoria, pero no recuerdo cómo llegué a mi casa, ni como desperté a todos, con mis gritos. Me cuentan que golpeé la puerta con fuerza, dando puñetazos con las manos. Desde esa noche no pude dormir en mi cuarto, que quedaba al lado de la ventana. Me despertaban gritos diciendo: —¡agárrenlo! Me asomaba con el corazón latiendo a millón y veía como corrían detrás de alguien con algo que no era suyo. Quedé unos días adolorida por los golpes y con el alma magullada por haber conocido de frente la maldad.

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