Un Mundo sin ti

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Cuando Ricardo conoció a Manuela ella se había acabado de divorciar, tenía una hija de cinco años. Un amigo en común los presentó. A Manuela le pareció un hombre muy atractivo, además de educado. Ricardo no disimuló el gusto que sentía por ella, desde el principio le mencionó lo linda que era y la invitó a salir. Ella lo dudó un poco porque su divorcio había sido reciente y no le interesaba comenzar una nueva relación, sino dedicarse por completo a su hija, igual se sentía sola y decidió darle una oportunidad.

Cuando comenzaron a salir se dio cuenta que era un hombre con un corazón enorme, divertido, amable, caballeroso, siempre pendiente de ella y de su hija, le enviaba flores, chocolates, cartas para conquistarla. Ella comenzó a enamorarse de sus detalles, de sus entregas, de su forma de quererla.

Se hicieron novios y después de un tiempo pensaron que lo mejor era compartir el resto de sus días. Manuela lo pensó bien puesto que tenía una niña en casa, pero él era un hombre excepcional y le prometió ser un segundo padre para su hija. Y después de un año de noviazgo se fueron a vivir juntos.

Dos años después, Manuela quedó embarazada, era un hermoso niño al que llamó Gael, su hermana mayor estaba feliz, ya completarían la familia y su mamá había cumplido su sueño de darle un hermanito. Gael era muy parecido a su padre, pendiente de su hermana mayor y de su mamá. Su padre le había enseñado que a la mujer se le debe consentir y cuidar. Los cuatro eran muy unidos. Cuando Gael cumplió los 5 años, decidieron casarse, su boda estuvo llena de invitados que pensaron que el amor que se profesaban era maravilloso. En mitad de la boda le pidió a su hija que si le permitía ser su padre y darle la adopción. Ella se sorprendió, lo abrazó y con lágrimas en los ojos le dio el si.

Eran una hermosa familia. Ricardo era un padre muy comprometido con la crianza, llevaba a sus hijos al colegio, iba a reuniones escolares, los ayudaba en sus tareas, cocinaba, recogía a su esposa en el trabajo, estaba pendiente de la casa, además de sus actividades laborales.

Disfrutaban su tiempo libre, salían sin ninguna excusa a bailar o a cenar, dormían abrazados, escuchaban y bailaban la misma música, tenían planes y objetivos en común para sacar a sus hijos adelante, hasta habían pensado abrir un negocio para el futuro de los niños. Tenían grandes planes que el destino arrebató.

En las noticias comenzó la alerta por una grave enfermedad, que estaba cobrando muchas vidas en el mundo. Los síntomas eran gripe, malestar, tos y pérdida del gusto y del olfato. Manuela se contagió, comenzó con tos, luego perdió el olfato, y tenía episodios de ahogo, así que Ricardo diariamente debía llevarla a la clínica para que le hicieran nebulizaciones. Ricardo se angustiaba viendo a su esposa en ese estado, pero le daba ánimos para seguir adelante. Ella era la pieza más importante del engranaje familiar.

A la siguiente semana, Ricardo se contagió, tenía tos, gripa, malestar general, dolor de cabeza. Al cuarto día, no podía respirar, su saturación de oxígeno llegó a niveles muy bajos y tuvo una crisis donde perdió el conocimiento. Manuela al ver que no conseguía ayuda para llevarlo, tomó su carro sin saber conducir y lo llevó a la clínica. En varias ocasiones casi colisiona con otros vehículos, pero logró llegar. Allí lo recibieron y lo dejaron hospitalizado. A los dos días de estar internado Ricardo llamó a su esposa y con mucha tristeza, pero de forma tranquila le dijo:

—Amor, me van a entubar, me debo despedir. No sé si vaya a salir de esto. Sabes que te amo con todo mi corazón y te amaré siempre, así no esté presente. Recuérdales a nuestros hijos que los amo, cuídalos y dales todo el amor que tengo para ellos. 

Manuela con lágrimas en los ojos, sacó fuerzas de donde no tenía para decirle: —Vida mía, no pienses así, vas a salir de este estado, voy a pedirle a Dios por ti, eres mi motor, no puedes irte amor de mi vida.

Las clínicas estaban llenas de pacientes enfermos y no permitían el ingreso. Sus familiares debían esperar en casa la llamada del médico para informar su estado. Esta llamada la hacía el medico de turno una vez al día y se demoraba máximo un minuto, tenían muchos pacientes a los que llamar. Era tanta la angustia de las familias por sus seres queridos que se quedaban fuera de la clínica esperando alguna noticia. Ricardo entró a la unidad de cuidados intensivos y perdió el contacto con el mundo externo. Manuela intentó entrar a la clínica diciéndole al guarda de seguridad que le llevaba algunas cosas a su esposo, pero no se lo permitieron. Se quedaba arrodillada en la entrada del hospital llorando y suplicándole ayuda a Dios.

Manuela entró en un estado de impotencia y angustia, no podía ver a Ricardo ni saber cómo estaba. Ya no quería vivir, solo esperaba el momento en el que el médico la llamara, una vez al día, y en un minuto le contara el estado de salud de su esposo. La salud de Ricardo era cada vez peor, su cuerpo ya no reaccionaba bien, los órganos estaban comenzando a colapsar. Su corazón era cada vez más débil. No mejoraba, sino que cada día estaba peor, se acercaba la fecha de cumpleaños de Manuela y no quería pasarla sin él. Después de estar cinco días en la Unidad de Cuidados Intensivos el cuerpo de Ricardo no soportó más y murió. Murió solo, sin saber que estaba muriendo. Con un cuerpo lastimado, pero con un alma llena de vida. Las enfermeras todos los días veían morir pacientes, el hospital estaba lleno de cuerpos sin vida que no tenían como evacuar.

Cuando le avisaron a Manuela, sintió un hueco en su corazón, su mundo se partió en dos, ya no podía seguir viviendo, pensaba que la vida era muy injusta por llevárselo a él, que era un buen hombre, el mejor que había conocido. El hombre de su vida se había ido. Se había ido "su todo". No le entregaron el cuerpo sino hasta dos días después, en una cajita que llevó hasta su casa y luego al cementerio. Allí le habló, lo lloró y lo perdonó por haberla dejado sola.

Ahora, su recuerdo está en todo lo que tiene, en Gael, en su amor por sus hijos, en las cosas que anhelaron, en las canciones que él le dedicó o que le recuerdan el amor tan grande que se tenían. No puede mirar un amanecer u observar una fotografía sin sus ojos humedecidos. Lo extraña todos los días de su vida, observa el rincón de su cama en el que ya no está y se acuesta allí, buscando su aroma. Manuela ahora vive por sus hijos, porque le prometió a Ricardo que lo iba a hacer. No hay un día que se despierte y no recuerde todos los planes que anhelaron o todas las cosas que hicieron o que él les dijo. Solo está esperando el momento en que sus almas otra vez vuelvan a estar juntas en el cielo o en otra vida.

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