María

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María vivía con sus dos hijas en una casa arrendada en un barrio humilde de Medellín. Tenía treinta y cinco años y sus hijas quince y diecisiete años. Arreglaba casas, mientras ellas estudiaban en un colegio público de la ciudad. Trabajaba de lunes a viernes de siete a cuatro de la tarde, regresaba a casa justo para hacer la comida y terminar las labores del hogar. Se acostaba cansada, escuchaba noticias y se dormía.

Una noche mientras sus dos hijas dormían, un hombre entró a su casa. María sintió ruidos, pero pensó que era algún animal. Mientras estaba acostada en su cama, notó en la puerta de su habitación a un hombre. Era un vecino que le coqueteaba, pero ella no le prestaba atención. Desde la muerte de su esposo, María había estado sola, no estaba interesada en involucrarse en ninguna relación. Solo vivía por sus dos hijas, trabajaba y se esforzaba por darles lo necesario para sobrevivir en esta ciudad que cada vez se hacía más costosa.

María no salía de su asombro y pensó —¿Qué quería a estas horas de la noche? ¿Qué pretendía hacer? Se levantó de su cama lo más rápido que pudo, pero no logró huir de las manos de aquel hombre que se abalanzó sobre ella y le cubrió la boca. La miraba con rabia y con deseo. Mientras tenía una mano en la boca de María con la otra se bajaba la cremallera de su pantalón. Le alzó la bata y la tocó con sus dedos sucios, mientras bajaba sus pantys, luego sacó su miembro y la penetró con furia. Ella le suplicaba con sus ojos que no lo hiciera, pero él sólo prestó atención a su deseo.

No podía gritar porque tenía miedo de que sus hijas se despertaran y fueran también objeto de aquel hombre. Sin remordimientos la golpeó en varias partes de su cuerpo, la maltrató a su antojo, le mordió su cuello y sus pechos. María sentía su aliento a alcohol mientras la besaba a la fuerza y su sudor la fastidiaba. La tomó de su cuello e intentó ahorcarla para ocultar su crimen. Ella luchó con todas sus fuerzas, pero él era más pesado y fuerte que ella. María a pesar de ser una mujer enérgica era delgada y no lograba quitárselo de encima. Él le susurró: —puta, si le cuentas a alguien mato a tus hijas— mientras la agarraba del cuello. María dejó de luchar, no quería morir de esta forma, debía garantizar el bienestar de sus niñas. Pensó que esto haría que se fuera, pero al contrario lo excitó más verla tan frágil y sin ganas de luchar. No dejó un solo espacio que recorrer con sus cochinas manos. Cuando ya estuvo satisfecho, observó a María, pensó que no respiraba y se fue de allí. Contempló a las dos jóvenes que se encontraban dormidas en sus cuartos, pero decidió que esa noche no se arriesgaría tanto. Lo dejaría para otro día.

Al darse cuenta que ya no estaba, María se levantó y se fue para el baño, vio heridas en su rostro, hematomas en varias partes de su cuerpo y un desgarro del cual goteaban un par de gotas de sangre. Se bañó, se limpió las heridas, se puso otro pijama, cambió las sábanas y se acostó a dormir. En la mañana se levantó dejó el desayuno listo y se fue a trabajar. Sus hijas ese día entraban un poco mas tarde a estudiar y no se encontró con ellas. Al llegar a la casa donde trabajaba su patrona notó los golpes, por más que la interrogó ella no quiso mencionar nada, solo quería terminar rápido su trabajo. Gabriela la jefe de María no logró convencerla de contarle ni de ir al médico. Sacó fuerzas de donde no tenía para terminar su trabajo. Solo le pidió ayuda para poderse ir esa misma noche de su casa.

En la noche, cuando llegó a su casa, sus hijas notaron en ella, los golpes y la tristeza, ella les contó que había sido violada pero no quiso decir quien lo hizo, simplemente les avisó para que estuvieran prevenidas. Esa misma noche empacaron todas sus cosas y desaparecieron de aquel barrio que les había abierto sus puertas. Él no podía saber que María estaba viva porque podría matarla, mientras que María no podía denunciarlo porque temía que su familia sufriera por su culpa. Salieron del barrio a las ocho de la noche antes de que el regresara del bar al que acostumbraba ir.

Gabriela les había conseguido ayuda en una fundación donde se podían quedar un par de días mientras encontraban donde quedarse. María no volvió a dormir tranquila, tenía pesadillas donde ese hombre la volvía a tocar, no podía estar sola en su habitación y de ahí en adelante quiso una habitación grande para que sus hijas y ella pudieran estar juntas en todo momento.

A las pocas semanas María notó que no llegaba su periodo, era una mujer con un ciclo regular, por lo que decidió realizarse una prueba de embarazo casera. La cual le confirmó su sospecha, estaba embarazada. Pero no iba a acabar con la vida de aquella criatura que no tenía la culpa de lo que había hecho su padre.

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