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Los errantes

té verde y bollería - 緑

Hueles a polvorón de naranja y compota frutal, mermelada y acitrón, como un comienzo, brotando entre la carne errante; té verde y bollería, suavísima; la piel cálida, de tonos claroscuros que se inclinan sobre las olas, una flor buscando sol, el disco que se hunde en el horizonte coagulado; la brisa estival que agita el hastío, el tuyo, la angustia entre la yema de tus dedos, lo que no alcanzas, lo que no eres, lo que te hiere, lo que te llena y te vierte sobre el jardín que te crece entre la garganta. Sísifo y la roca. Suspiras. Danza la zozobra, la forma de una farola, la que te define en cuyas paredes existes al ellos existir. Estás hambriento. Piensas en un plato hondo con caldo caliente, bebiéndolo con la lengua tibia, bífida; el estertoroso respirar, el alivio ansiado. Moribundo adorador. Suspiras, floricultor sediento. Estás malherido, y sigues hambriento, lastimoso, abandonado; soñaste un sueño, caminando al cielo con la terneza del cándido. Estás solo, estoy solo, estoy solo, por eso no esperas que de la ausencia germine el aroma picante del ají, el shinachiku, de brotes de bambú, el balanceo alado de un letrero de luna neón y la cabeza sierpe enfundada en un gorro pequeño, como las varas que le brotan de la espalda curvada en esferas arboladas de sangre y granizo. Manos escamosas, fruta de dragón, aliento ardiente, de udon y un silbido que se le escurre entre la boquita pálida, entre la cicuta nerviosa. Limpia una tacita de porcelana curtida y en una pequeña sartén que se ríe, se fríen dos huevos revueltos, bañados en aceite y sal, soledad, mar. En medio de la nada, de lo que es todo cuando encuentras que, de hecho, estás lleno de grietas y que es en la tristeza y la honda incomprensión que te compones, ha aparecido un puesto de comida ambulante.

sopa de lentejas, ramen, receta de la casa.

De pie, el vientre contraído, la pelvis trémula, te acercas de puntillas, lo miras, hombre de rostro amable, y le pides una orden de ramen picante, vegetariano por favor; te contesta con su lengua distante, poética, hablando en lenguas que no reconoces, aunque has soñado con ellas, eres un soñador. En la esquina hay una pequeña radio del color del salmón y que se asemeja a un gato panzón, podría serlo; una planta carnívora, de boca carnosa y dientecitos afilados, y a su lado, la escultura de un simio diminuto. Nadie habla, nadie escucha. En la radio suenan los murmullos distantes de los preparativos del festival anual que recibe a los visitantes del otro mundo, y de pronto, frente a ti hay un plato con ramen humeante y que, cuando lo olfateas, te arruga la nariz, estornudas y te ríes, exhausto. Tomas los palillos entre los dedos, la piel reseca, casi escamosa, aunque no lo es, tú solo eres tú, no eres nadie más que lo que eres tú, y sorbes los fideos apretando la panza llena de tripas angulosas. Está hirviendo, y sorbes, tomas la cebolleta necia, un trozo de huevo cuya yema cocida te parece terriblemente blanda; el wakame, si es una invasora, a ti, francamente, no te preocupa, suficiente es estar viviendo a pedazos, como morir despacio; y presionas los vegetales hervidos. Arde en tu garganta, el dueño te observa sereno, y te da un pañuelo, estás llorando y te deshaces entre sorbos, ¿por qué lloras? ¿Acaso pica demasiado? ¿Acaso duele demasiado? La luz naranja sobre tu cabeza. Los peces noctívagos, coloreando el cielo. Se sienta a tu izquierda un espíritu con la cabeza de zorro, viste un kimono, y las colas se le escurren entre la tela, como sopa en la merienda; ordena un plato de fideos y una taza de té, por favor. La serpiente te dice que también hay té para ti, y algo de sake. Bebes ambos, suavemente, como estar muriendo, como estar viviendo, pero no dejas de llorar; se mece la luna sangría; la criatura a tu costado dice que ha sido un día cansado, que merece tomar este plato, este té, mereces descansar, y de pronto, la roca cae, ya no la subes, la dejas ir, estás en casa.

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Este es un regalo para una amiga muy querida, intenté hacerlo no tan oscuro, como lo hago usualmente y me moví entre algo más del estilo fantástico, aunque probablemente no lo he logrado muy bien. Y, solo quiero decir, estoy feliz de que existas, de que hayas nacido y de que nos hayamos encontrado, gracias por ser tan mágica, espero que en algún lugar, que alguna parte del mundo se sienta como el hogar después de un día cansado.

Sobre mis escritos, tengo un montón pendientes y prometo subirlos, porque ya están escritos, solo necesito editarlos. Gracias por leer, y también espero que puedas soltar la roca absurda, tal vez algún día, tal vez sería bueno.

Los errantes ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora