237 18 0
                                    

El suave viento de la mañana acariciaba los crespos cabellos del joven que caminaba descalzo por el bosque. Los sonidos naturales del lugar le traían una apacible tranquilidad que difícilmente se obtendría en casa.

Cualquier persona que viese los melancólicos ojos azules de Keiji, aseguraría ver un azul mas hermoso que el del silencioso lago que rodea el bosque, aún con los mas lindos reflejos de las hojas que caen sobre él.

Ni siquiera Akaashi Keiji sabe mucho de su propia vida; a sus dieciséis años no tiene ningún recuerdo de su infancia, por mucho que intente hacer memoria, es imposible.

Pero él siente, él sabe que hay algo que falta en su vida, algo que quizás le ha sido arrebatado o ni siquiera le ha sido entregado. Tantas frías noches él solo y su consciencia lo ha llevado a esa conclusión.

Tal vez ni siquiera merezca ese algo, tal vez es mucho para él, quizás es algo con lo que no podría lidiar y está de acuerdo con eso. Con el paso del tiempo, cada año se convence más a sí mismo sobre rendirse con esa pieza faltante en su vida.

Vida que es relativamente buena, no tiene riquezas o un gran hogar pero tampoco le falta nada. Actualmente vive con un hombre que hasta donde sabe, fue amigo de sus padres, Kuroo Tetsurō.

Lo poco que Kuroo ha mencionado de los padres de Keiji es que lamentablemente perdieron la vida en un accidente del cual nunca se supo origen. El pueblo del que provenían desapareció casi en su totalidad, lo que los llevó a buscar un hogar digno para ambos.
Varias personas ayudaron en su camino, una de ellas fue Tsukishima Kei. Akaashi asegura que su vida ahora estaría completamente de cabeza de no ser por el rubio. Tetsurō es atento, claro, pero la crianza definitivamente no es su fuerte.

La versión de Tsukishima sobre su primer encuentro es sobre cómo pudo ver a lo lejos a Tetsurō cargando con un bebé. Una anciana se encontraba hablando con él y al irse, el pelinegro parecía petrificado. Se acercó, eternos segundos pasaron hasta que reaccionó a su llamado diciendo "¡Será infeliz por mi culpa! ¿Que hago ahora?"

Más murmullos inentendibles confundieron a Tsukishima hasta que logró escuchar:
"Posesiones, ¡no poseemos nada ahora! ¿Que se supone que deberíamos poseer?" concluyó, esperando atentamente una respuesta del rubio.

─ ¿Estás diciendo que no tienen nada? ¿Ni siquiera a dónde ir? ─ el pelinegro negó infantilmente con la cabeza ─ ¡Cielos, cargas con un niño. Procura no quedarte embobado en medio de la nada! Sígueme.

Tomó el niño en brazos y se sorprendió lo fácil que el pelinegro aceptó. Pudo haber sido otra persona quien ofreciera su ayuda primero, y quién sabe si tendría buenas intenciones. Ahora más que nunca sentía la necesidad de ayudarle... ah sí, a él y al hombre que parecía tener la cabeza hueca.

Su encuentro fue muy peculiar y por eso a Keiji no le extraña que su relación sea igual. Casi siempre están retándose y son demasiado orgullosos como para congeniar adecuadamente, lo que lleva al joven a salir a caminar con la excusa de ir a cortar algunas fresas para el almuerzo.

Cada que sale, sus pasos siempre lo dirigen a un sin rumbo, entre más lejos camine y menos pueda pensar mejor. Sin embargo, su mal hábito de pensar en no querer pensar lo desconecta la mayoría del tiempo. Justo como ahora, varios animalitos han comenzado a caminar detrás de él, siguiendo sus mismos pasos, por tierra y aire.

Sus labios se curvan en una tenue sonrisa cuando se da cuenta de esto y se toma un momento para descansar bajo un árbol cercano, con su canasta aún vacía.

Recarga suavemente su espalda en el resto del tronco, con los animales rodeándolo a una distancia cómoda.

De nuevo los mismos pensamientos "¿Que debería hacer realmente?, ¿Debería seguir y esperar o... terminarlo yo mismo?"

Cuando aquella última palabra cruzó por su mente, el viento se intensificó, asustando a la mayoría de sus acompañantes y nuevamente dejándolo solo.

Se levantó nuevamente, procurando cubrir su campo de visión para que ninguna basurilla entrase en sus ojos y finalmente tomando la canasta que voló bastante lejos de él.

Bien, quizás era momento de ir a casa. El silencio de la soledad le golpeaban ahora más que nunca y odiaba ese sentimiento.
Volviendo sobre sus pasos encontró una pluma, de alguna hermosa ave, con dos colores en ella. Luego encontró otra y otras más. Pensó en que pudo haberlas traído el viento de hace un momento así que realmente no se le hizo extraño ─ más bien, no quería tomarle tanta importancia ─. Quizás haría un nuevo plumero para esos lugares estrechos que Tetsurō detesta por no poder limpiarlos adecuadamente.

Por fin, aquel lugar donde crecían las fresas más dulces de cualquier otro sitio, según Kei. Él por su parte solía comer solo esas pero sin duda no tendrían comparación.

Una sonrisa melancólica se dibujó en su rostro mientras aprovechaba el ambiente para hablar consigo mismo.

─ He pasado mi vida entera aquí, si realmente quisiera algo más ni siquiera sabría hacia dónde ir. O por dónde empezar.

Uuuu¹

Keiji al instante reaccionó, creyendo estar acompañado y siendo escuchado con sus ideas pesimistas, solo para encontrarse un búho posado sobre la rama de un árbol cerca de donde se situó anteriormente.

Expresó el susto que se llevó como si el ave le respondiera para disculparse o algo por el estilo, definitivamente estaba perdiendo la cabeza así que con suficientes fresas emprendió el camino de vuelta a su cabaña.

En ningún momento, ni un solo segundo el ave se apartó de su lado, incluso lo rodeaba con un aire gentil provocado de sus alas.
Un gran disfrute para Keiji, quizá lo más parecido a una danza que no fuera solitaria. Era agradable girar sobre sus pies y sentirse acompañado en mucho tiempo, una compañía bastante distinta a la habitual.

Unos cuantos pasos faltaban para finalmente llegar a casa. El joven se sentía enamorado de la sensación de una dulce y tranquila danza, acompañada de su propio tarareo de alguna canción que seguro acababa de crear y de esa cálida compañía que extrañamente aquel ave pudo darle por un momento. No le importaría seguir viviendo si todos sus días se sintieran como ese momento.

Se sentía tonto pero igual nadie lo vería, como agradecimiento le regaló una de sus frutillas frescas a ese lindo búho bicolor, el cual la tomó de la ramita con mucho gusto y partió en vuelo. Keiji realmente no sabía si la comería o era adecuada para él más sin en cambio ahora esperaba nuevamente que ese algo que esperaba le diera la misma sensación que acababa de vivir.

𝐒𝐥𝐞𝐞𝐩𝐢𝐧𝐠 𝐁𝐞𝐚𝐮𝐭𝐲 ❨ BokuAka ❩Donde viven las historias. Descúbrelo ahora