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Sociedad, maldita sociedad, cuna de las mayores enfermedades de la humanidad.

Dios bajó y me dijo una vez:

«Gatito, pequeño gatito, deja de sufrir y sé feliz. Te lo permito.»

Fue un día especial para mí, le agradecí a mi creador por tan gran oportunidad que se me fue presentada. Tomé mis cosas y huí de mi hogar. Pocos días pasaron para que comenzara a haber carteles repartidos por la ciudad, todos, obviamente, con mi rostro y nombre impreso en ellos; "Fideo", era un criminal, pero no había vuelta atrás a mi firme voluntad.

Vague por las calles de la ciudadela, era un bello lugar, muy montañoso para mí gusto, subir escaleras y en este caso montes era muy tedioso, pero, por mi propósito, podía tolerarlo. Solo tenía cuatro patas peludas pero con mi valentía lucían cómo diez patas de elefante, podía hacer lo que quisiera. Por ello, avancé y avancé, cuando me cansaba, dormía unas dieciocho horas para recomponerme, al despertar, continuaba por unas tres horas hasta que me volvía a cansar. Así era mi día a día.

Conseguir alimentos y bebida no era complicado, en verdad, solo tenía que poner un rostro tierno y acercarme a la primera casa de adultos mayores. Era más fácil de esa forma, el precio a pagar era un par de caricias, pero hasta eso, lo disfrutaba. Aunque era una espada de doble filo, algunos eran muy amables y otros muy mezquinos, pero la gran mayoría siempre me quería acariciar el lomo.

Me encontré varios mininos cómo yo por el camino, en callejones más que nada, sucios y hambrientos, no se sabían los métodos de convencimiento, o tenían mucho miedo para hacerlo. En ocasiones me detenía, por cansancio, a dormir con ellos o hablar un rato a base de maullidos, les contaba mi historia y situación. Muchos no la comprendían, se molestaban porque estaba en lo correcto, ¿no? la tristeza en sus ojos me demostraba que querían estar en una situación como la mía, anterior a la actual, de convicto. Pero bueno, no estoy como para recapacitar acerca de mi filosofía de vida, había mucho tramo para recorrer.

Y claro, un camino nunca estaba libre de baches. La cantidad de caninos que habían por la calle era inmensa; somos enemigos naturales, de pequeño creía que eso solo era un mito, siento que tenemos tanto en común como para serlo. Aunque tarde o temprano descubriría, lamentablemente, que era cierto. Había perros relajados en mi camino, pero otros que se me ponían en frente una vez nos mirábamos, o nos oliamos. Me libro con facilidad de ellos, suelen ser muy lentos y grandes, con tan solo treparme a un árbol era suficiente. Perros estúpidos, no consiguieron esa ventaja evolutiva. Me quedaba dormido de esperar a que se fueran, los pájaros me daban la chance.

No era tan seguido, pero se volvía cansino.

Ir por los techos era más sencillo, había menos peligros, exceptuando el de ir de techo en techo, afortunadamente no estaban muy separados los unos de los otros. Había mucho tráfico de gatos, siempre que pasaba por esos sitios mínimo me encontraba con alguno, era más agradable que encontrarme con un perro, eso sí que sí.

Y en un momento tan tranquilo de mi travesía me pregunté.

¿Por qué había salido?

De verdad, no recordaba aquel motivo que me hizo acatar las palabras de Dios. Miré al cielo y no había más que nubes, ese hijo de perra se había escapado.

Me frustré, mi vida hogareña era demasiado cómoda, ¿por qué la había abandonado? ¿había tiempo para rectificar?

Claro que lo había, era demasiado hermoso como para que no me perdonaran.

Y regresé, mi sentido de la intuición era muy bueno, aunque tardaría días para hacerlo, tenía que volver exactamente por los mismos lugares que transite. Me paraba a hidratarme y comer un poco, aunque tenía sueño, no quería descansar, quería llegar lo antes posible a mi domicilio para que mis amos me abrazaran y cargaran, que me hicieran dormir sobre sus camas y amoldar esos cuerpos rechonchos con mis propias garras.

No sabía que tanto me faltaba, pero iba por un buen camino, reconocía aquellos lugares transitados, tarde o temprano llegaría a mi destino, por lo que me ponía más contento y mi cola se movía de lado a lado.

—¡Cuidado!

Me asusté por un fuerte chillido del asfalto, además de aquel grito que me hizo saltar, pero no evitar aquel objeto que iba a unos cincuenta kilómetros por hora, chocó contra mi cuerpo y me quedé dormido.

Desperté poco después, aunque no me dolía nada, no sentía mi cuerpo de todos modos. Mi respirar, los olores habían desaparecido, y mi cuerpo… mi cuerpo estaba justo en frente de mí.

El Gato del Humo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora