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Observó la adoración que tenía en aquellos ojos, así que le dió un beso en la frente.

–¿Qué pasa?– preguntó después del beso.

–Estoy tan enamorado – dijo Xue Yang.

Saltó sobre su cama. Al abrir los ojos notó la oscuridad intensa a su alrededor. Pasaba más de la media noche, y si adivinaba, eran más o menos las 3 AM.

Además de una leve confusión, había lágrimas en su rostro. Las sintió luego de algunos segundos de estar despierto. Talló sus ojos en un intento de quitar el sueño y el agua salada que brotaba de sus lagrimales. Se levantó con lentitud, descalzo, sintiendo el suelo tibio.

Sin prender las luces de la cocina, logró preparar un té. Por fin, sentado en su sofá, se atrevió a mirar el teléfono. Confirmó distintas cosas, empezando por la hora; siempre despertaba en la madrugada. Otra de las cosas que confirmó fue la fecha: otro día más sin Xiao Xingchen.

Se tumbó en el sofá sintiendo llegar una vez más todas las lágrimas. La tristeza se convertía en agua y en un nudo pegado a su garganta. Cómo parte de la tortura para recordar a Xiao Xingchen, abrió la galería de su teléfono para mirar las fotos tenía de aquel chico.

Tenía algunas fotografías de ellos juntos. La que más le dolió: Xingchen lo veía con dulzura, distraído, teniendo en cuenta que la cámara lo estaba apuntando, sin embargo no hizo nada más que mirar a Xue Yang.

Siguió pasando foto tras foto, hasta que se topó con un vídeo. A pesar de una carita triste, Xingchen le habló con dulzura a la cámara, deseándole un buen día porque estaban lejos en aquel momento.

Ya no sabía qué era peor: los sueños recurrentes que tenía de ellos juntos, o los recuerdos que no podía borrar.

Cada noche creía superado el tema, hasta que un sueño de ellos dos juntos le hacía recordar cuando se tenían, cuántas promesas no cumplieron; los planes que se vieron interrumpidos. Incluso si los sueños tenían que ver con cosas que no hicieron, le recordaban todo lo demás.

Odiaba la situación, pero se odiaba más a sí mismo.

Aún esperaba los mensajes de Xingchen, aún anhelaba seguir en contacto con él, quería saber de él, quería escuchar su voz otra vez. Aunque él había terminado con la relación, una parte de sí quería que su aún querido exnovio lo buscara.

Con las manos temblorosas, apagó el teléfono y bebió toda la taza de té en un solo trago. Hizo un gesto de asco al terminar, no era lo más apetitoso para beber. No tenía ni una pizca de azúcar. Aventó la taza en el comedor y regresó a su cama, a su habitación, a su solitaria habitación.

A pesar de que se cubrió con las cobijas, el frío cubrió su cuerpo como un recordatorio de que no tenía nadie quién le pudiera dar un poco de calor. Entonces no pudo más y volvió a llorar, sintiendo todo tipo de culpas.

Se decía que tenía que ser fuerte, que todo lo que hizo fue por el bien de Xingchen, que por más que lo extrañara no podía volver a hablarle, porque el daño que le hizo había sido mayor a todo lo bueno que le había dado. Se reprochó, una y otra vez que era un idiota, que se merecía estar solo, que no valía nada de lo que Xingchen le dió, ni siquiera su amor, su tiempo o su atención.

Abrazó la almohada gruesa con la que dormía. Sus brazos extrañaban aquél delgado cuerpo, sus ojos extrañaban ver la sonrisa radiante, sus manos picaban por tocarlo una última vez y sus oídos extrañaban el eco de la risa extraña y ruidosa de Xingchen.

Giró en su cama hacia la izquierda sin soltar su almohada. Unos días atrás había salido a disfrutar de la ciudad, hacer recuerdos nuevos en aquel lugar. A mitad de camino se paralizó ya que a la lejanía creyó ver a Xingchen. Pero no era Xingchen, el único rasgo que tenía similar que tenía, además del tipo de ropa que vestía, fue la altura.

In die nachtDonde viven las historias. Descúbrelo ahora