Un mundo tan grande y tan pequeño

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Era un día gris; las nubes pomposas impedían el paso de los rayos del sol y el viento  hacía bailar las hojas de los árboles de otoño. Aquella tarde había decidido romper con la rutina e ir por un café. Elijo una de las mesas que dan hacia la calle, me siento, coloco mi mochila en el asiento contiguo y, de inmediato, ordeno un café con leche y un sanguche de pollo y palta. Examino las mesas a mi alrededor, todas están copadas por familias o parejas. Salir sola después de mucho tiempo me hace sentir un poco nerviosa y me pone alerta. Tomo mi mochila y saco un libro "La maestría del amor". En primera instancia sirve como escudo para pasar desapercibida, pero luego me sumerjo en el capitulo del día y me olvido de todo alrededor. Tras unos minutos, escucho mi nombre a lo lejos:

¡Cassandra!

 Mi pedido está listo.  

Disfruto cada bocado y considero ordenar otro sanguche igual. De pronto, recuerdo que tengo una cita con el psicólogo a las 5pm. Tomo el celular y observo la hora. Son las 4 y 47pm. Devuelvo el libro y celular a la mochila y la cuelgo sobre mi hombro; ordeno la mesa y salgo a pasos agigantados. Mi departamento se encuentra a 10 minutos de la cafetería. No habría problema si estuviese manejando, pero en esta ocasión voy a pie, por lo que empiezo a preocuparme un poco. Después de recorrer unas cuadras, veo mi departamento a lo lejos. Llego, subo las escaleras, logro abrir la puerta, enciendo el ordenador e ingreso a la reunión. El reloj marca las 5 y 17pm. El aplicativo me envía a la sala de espera, por lo que aprovecho para controlar mi respiración y encontrar la forma de justificar mi tardanza. Es mi primera cita en  psicología, aún no conozco a la psicóloga, ni sé su nombre. Esa es una de las consecuencias de  separar citas por internet. La ventana empieza a cargar, la luz de la cámara se enciende. Estoy en la sala principal. 

La cámara del otro usuario permanece apagada por unos segundos, pero veo la inscripción debajo Psic. Vasco Lunati. De inmediato, pienso en uno de mis excompañeros en el instituto de idiomas. Elimino aquel pensamiento de inmediato. El mundo es tan grande; es imposible; menuda tontería. Aprovecho para disculparme por mi tardanza.

- Buenas tardes, disculpe por la tardanza...salí por un café y en realidad no sé como se fue la hora tan rápido - Titubeo un poco mientras veo que la cámara se enciende. 

- No te preocupes, Cassandra, un gusto compartir esta tarde. Dime, en qué puedo ayudarte?

Me quedó en shock; Aquella voz despierta recuerdos que ya creía olvidados. Permanezco en silencio ¿Cómo podría olvidar esa voz, aquella mirada risueña, aquellas cejas pobladas y ese pequeño lunar cerca del ojo izquierdo? Noto que él permanece expectante, mientras me pregunto si se acordará de mi; de aquella chica misteriosa y risueña con quien compartía salidas en el instituto de idiomas hace 6 años. Aquella chica que lo quería en secreto.

Sí, vengo a terapia para trabajar en mi autoexigencia. Siento que a veces puedo llegar a cargar con muchas responsabilidades, y es que la verdad siento la necesidad de controlar todo y que todo salga como yo lo quiero - Titubeo nuevamente. 

Permanece en silencio unos segundos

¿En qué situaciones te sientes así?

- En el trabajo, soy comunicadora y trabajo en una agencia de marketing. Soy yo la encargada de del área de creatividad, y me cuesta delegar funciones, porque mis compañeros no se toman las cosas con responsabilidad

¿Entonces tú haces el trabajo por ellos?

No yo solo los guío

¿Cómo los guías?

Empiezo diciéndoles que se necesita y luego yo hago los arreglos respectivos.

Entiendo, ¿Qué pasaría si dejas el trabajo como ellos lo entregan?

No puedo permitirme eso. Amo mi trabajo y no puedo defraudar a las empresas con las que trabajamos. No puedo entregar un trabajo mal hecho. 

Por qué el trabajo de tus compañeros debe ser corregido, son ideas que no van con el objetivo que asignado?

Así, siguieron los 45 minutos de sesión. Al final, Vasco se despidió de mi amablemente. Creo que estaba a punto de decir algo, pero simplemente calló. Después la idea de que no me recordará no se me hacia tan mala, pues si bien ya no era la niña tímida e insegura de antes; aún me costaba expresar mis emociones y confiárselas a alguien más. La cuestión se hacía más sencilla cuando no tenía relación alguna con la psicóloga, pues, según yo, no habría forma de que pueda contarle mis penas a mi familia, amigos o a quién tuviese la malicia de ventilarlas algún día. Tal vez suene muy exagerado, pero de adolescente y niña había confiado cosas tan importantes para mí en las personas más preciadas que tenía, pero aquellas me demostraron que ni en la familia a veces se confía. Crecí con esa idea, aprendí a callar y si bien intento cambiar ello, aún es una batalla con la que lidio constantemente. Tal vez Vasco no me recuerde, creo que puedo lidiar con ello. Pude apagar el amor que le tuve, pude lidiar con el hecho de no tener una historia de amor juntos, me resigné al hecho de ya no verle nunca más, de no hablarle, de no traer de vuelta su recuerdo cuando le necesitaba. Ya había logrado dejar atrás todo ello ¿Por qué volvió?









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