Confesiones y descubrimientos

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“CARTA A MI PRIMER AMOR”

No sé qué estabas haciendo mientras yo nacía, quizá trabajando, o incluso solo en tu casa tomando tu amado wiski sin imaginar que a unos kilómetros de ti el amor de tu vida estaría dando a luz a tu primer amor... a tu hija mayor...

(Sisy Reis - Adaptación de una Carta a mi padrastro que lo ha hecho todo por mí).

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Armando Mendoza era el típico soltero eterno, el que, a pesar de su relación formal con Marcela Valencia y su reciente compromiso con ella, no estaba dispuesto a convertirse en un devoto esposo y padre de familia, tanto así que el solo pensar en tener un hijo con Marcela o con cualquier otra mujer le provocaba escalofríos y hasta se descomponía físicamente ante la sola idea de ser el gestor de un embarazo, por eso era sumamente cuidadoso con sus parejas sexuales, no solo por las infecciones, si no más que nada porque el nunca quiso correr el riesgo de embarazar una mujer y tener que asumir tal responsabilidad.

El no se sentía listo para ser padre y dudaba llegar a estarlo alguna vez, de hecho ni siquiera le gustaban los niños, el único infante que le gustaba y al que adoraba como a nadie era su sobrino y ahijado Robertito, hijo de su hermana Camila que ya tenía cuatro años y al que veía dos o tres veces al año debido a la distancia que los separaba, ya que su hermana vivía en Londres con su esposo y el en Bogotá.

Pero ese día algo cambió en el interior del mujeriego y egocéntrico presidente de Ecomoda. Al cruzar su mirada con esos grandes y brillantes ojitos verdes que lo miraban con curiosidad y ternura, Armando sintió un calorcito muy agradable que salía de su corazón y se esparcía por todo su ser.
Esa pequeña le sonreía como si lo conociera desde siempre y el no puedo más que enternecerse por primera vez en su vida ante la presencia de un bebé y corresponder esa dulce sonrisa con otra más amplia y llena de hoyuelos.

En sus 32 años, Armando había visto muy pocos bebés, pero de los pocos que conocía, estaba seguro de que jamás había visto una bebé más bonita y tierna como la hija recién descubierta de su asistente.

Y es que la pequeña era preciosa, tenía el pelito bien negro como su mamá, pero no parecía haber heredado sus rizos, más bien, parecía tener el cabello lacio, su piel era blanca y sus mejillas regordetas y sonrosadas. Su boquita no era grande, pero tampoco pequeña y tenía un color rojizo muy lindo, pero lo más cautivante, eran esos ojitos verdes rodeados de largas y espesas pestañas negras que parecían leerte el alma con solo mirarte y competían en belleza y brillo con las estrellas del cielo.

Armando se perdió en esos ojitos que le regalaban una mirada brillante que lo había hipnotizado y en esa dulce y desdentada sonrisa que le despertó un sentimiento desconocido para el hasta ese momento: la ternura.
Fue la voz de su asistente la que lo saco de su ensoñación y rompió el encanto de ese momento.

B (mirando a su hija extrañada): Tan raro, mi pequeña no es de sonreírle a la gente que no conoce, creo que usted le agrado doctor.

A (sin abandonar su expresión de bobo): Es que soy irresistible para las mujeres y su hija es una chica muy lista (acercándose y acariciando suavemente la manito de la niña que no tardó en atrapar su dedo cerrando casi con posesión en su pequeña mano) Que linda niña tiene Betty, pero ¿como no lo sabía yo?... Lleva tres meses trabajando conmigo y nunca mencionó que estuviera casada.

B (bajando la mirada): No estoy casada doctor.

A (dándose cuenta de su error) Di.. disculpe Betty... yo... yo pensé que...

B: No se preocupe doctor, ya me acostumbré a esa confusión en la gente.

A (intentando cambiar de tema): Y... ¿cómo se llama esta preciosura?

Un amor a primera vistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora