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MinHo

Me siento tan extraño de ser quien está siendo arrastrado al departamento de Minnie en vez de ser yo quien lo hubiese invitado al mío. El hombre caminaba con una decisión que a mí me faltó en cada paso desde que me hizo la invitación en el museo. Un estúpido y raro 'sí' había salido de mi boca y el muy imbécil se lamió los labios con mi inseguridad.

El ano me punzaba, como queriéndome decir que no está listo para ser manipulado al antojo de Minnie. No lo culpo, de pronto me sentí inseguro de mi pene promedio. Me recordé sobre si me había recortado el vello. Lo rescatable es que sí lo había hecho hace un par de semanas para no verme tan desprolijo y no porque pensara en que ocurriría este encuentro.

     —Pasa por favor, MinHo. —dijo después de abrir la puerta y ofrecerme el paso.

Mis tenis se quedaron en la entrada y me sentí como un virgen al esperar sus indicaciones. Nunca había sido tan pasivo en mi vida, no después de que mi primera vez fue con una chica en secundaria a la vuelta de su casa, tan imprudentes que esa ocasión rigió todas las siguientes.

Si quería ir por una mujer, lo hacía. Nunca me importaba lo guapa que estuviera, si tenía un cuerpo de ensueño o si parecía demasiado seria, si ella me lo permitía, iba estar dentro suyo hasta que los dos nos cansáramos de ello. No me intimidaba tener sexo de ninguna manera, pues no había recibido quejas de mi polla ni la magia que hacía mi lengua por lugares diferentes a los de una boca.

¿Pero Minnie?

Me tenía con las piernas hechas agua. Mi vista no supo a dónde dirigirse dentro de su departamento, si sería buena idea seguir viendo sus sillones o la cocina abierta que me dio la impresión de que no usaba demasiado. Él había desaparecido en una de las puertas, había dicho algo pero mi cerebro se libró del sonido.

Me recordó a las películas americanas, cuando el tipo imbécil va a la casa de la chica que le gusta y termina por hacer una estupidez gracias a los nervios. Por un segundo me planteé quitarme los calcetines, o tan siquiera la chaqueta que adorna mis hombros.

¿Así se habrían sentido las mujeres que llevaba a casa?

Supongo que Minnie me dijo que me sintiera cómodo, porque desaparecer por más de diez minutos no era lo más común para con un desconocido. No dudo que haya ido a tomar una ducha, o que esté ocupado arreglando su cuarto de alguna mierda que no quiere que vea.

Un vaso de agua no se le niega a nadie. Todavía con la vergüenza en mí, me dirigí a la cocina y me serví un vaso desde el grifo, la frialdad del agua me hizo bajar el calor de mi cabeza superior, porque la inferior seguía bastante loca con el hecho de estar en el sitio de Minnie.

     —Pudiste tomar agua embotellada, no era necesario que lo hicieras del grifo.

La interrupción me hizo saltar del maldito susto. Al voltear, el idiota de Minnie me sonreía con mofa, sus ojos achicándose y esa inocencia imperdible en él, a pesar de habérsela metido a decenas de mujeres, no perdía esa chispa de pureza.

Me había sorprendido su invitación, tanto por la oportunidad de oro que tuve, como por el hecho de que soy un hombre. Solo había visto a Minnie manejar su polla dentro de mujeres, así fuera su vagina o su culo, pero creo que mi paquete le dejó muy en claro que soy un hombre. Y de todos modos estoy aquí, viéndolo burlarse de mí por no saber cómo manejar esta situación.

     —¿Es costumbre tuya asustar a tus invitados?

     —No fue mi plan hacerlo. —me mostró las palmas de sus manos y negó con ellas. Su dizque disculpa no me libró del latido constante. —Pensé que me habías escuchado, de haber querido asustarte, lo habría hecho mejor.

Esto No Es Lo Que Esperaba [2Min]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora