Prólogo

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Igor Kolin

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Igor Kolin

"Después de una guerra
siempre hay un pacto, 
pero este derramaría
demasiada sangre".


Tres caballeros bien trajeados para la ocasión y unos cuantos pares de corbatas de apariencia sombría que andaban desenfocadas de mi retina seguían mis pasos, "los testigos".

Esa mañana había sido de lo más normal. Una ducha caliente que despejara las malas ideas, un retoque de mi pelirroja barba escocesa y, tras eso, una fatídica reunión. Mi padre continuaba centrado de forma casi exclusiva en lo que él bautizó como "La dulce venganza". Iba a seguir su consejo y hacerme el súbdito, solo por esta vez. Estaba claro que no sería una mañana común tal y como hubiera pretendido. Sin embargo, yo era todo un "rey vikingo", no necesitaba ser renombrado para planear las grandes conquistas, tenía un as sobre la manga siempre y lo más importante, mis propias metas.

El ansiado momento había llegado. Los ojos color miel de mi primo Domi perseguían próximos mis pasos y dos de mis hermanos me acompañaban a cada lado, por si me perdía. Ahora la familia parecía velar solo por los siniestros deseos de mi padre, o mejor dicho, de los peores. La sed de venganza es sumamente poderosa, sobre todo si era obra de ese viejo retorcido. Sus intenciones estaban por encima de cualquier cosa, y yo, el hijo menor del vejestorio, no sería ninguna excepción.

Estábamos allí solo por una razón: el patriarca tenía un objetivo. Si eso pasaba todos nos convertíamos en mortales peones de su maquiavélico tablero, sacrificar alguna pieza del juego a veces era necesario para entonar una victoria. A mis veinticinco años hacía mucho que eso me había dejado de importar, tenía mi propio estilo y una particular forma de alcanzar lo que quería. Madurar demasiado rápido, a veces, es peligroso. Por eso me gustaba tomarme mi tiempo para todo, ese momento llegaría, pero aún no.

Todos ellos caminaban con las espaldas bien anchas y el pecho lleno de orgullo, pensaban que estaban consiguiendo algún trofeo que colgar a la pared cuando solo era una simple partida más. Y créeme, aquí lo más sensato era no participar si preferías continuar con vida. Al parecer, ser paciente no era una virtud entre los antepasados de los Kolin, solo mía. Les consumía las ansias, y eso era lo más parecido a echarte una soga al cuello en un mundo lleno de buitres por devorar carne con apellido. Mi padre utilizaba mal la cabeza, y eso es justo lo que hace que una manada de hienas pueda con un león, hay que saber cuándo atacar.

El final de ese brillante pasillo marmolado se me antojaba a cada paso más estrecho y parecía engullir cualquier emoción que pudiera reproducirse en mi sesera. En mi mundo no había cabida para pensar con el corazón si pretendías sobrevivir.

Mis zapatos llegaron hasta la atenta mirada de una tela opaca de color negro que colgaba del techo y que hacía la función de puerta, a alguien le había parecido una buena idea decorar aquel antro al que llamaban iglesia. Al menos habían aceptado con el color. Particularmente hubiera preferido enterrar a alguien ese día, Domi o hasta mi mismísimo padre hubieran sido excelentes candidatos, pero ninguno estábamos allí para mandar a nadie bajo tierra. Debíamos cumplir con un contrato entre dos familias que se odiaban. Mejor llamarlo así, era lo único que iba a pasar en ese sitio, no se haya la paz con el demonio solo con un par de firmas.

Un nuevo animalillo con el que jugar (+18) ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora