Capítulo 1

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Igor Kolin

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Igor Kolin

"Las palabras siempre deberían de acompañar a los hechos".

Un simple papel puede joderte bien la existencia. Eso y un par de firmas me comprometían a partir de ahora a fingir una vil mentira. Todo apuntaba a que mi vida se acabaría convirtiendo en una macabra obra de teatro. No significaba una mierda para nadie, pero aquello había sido lo más parecido a entregarle tu alma al diablo.

Mis ojos se encogieron ligeramente acompañando a mi entrecejo tras atravesar los marcos de esa monumental puerta maciza de dos hojas exageradamente enormes que bien podían ser de la edad media. Sacar mi cuerpo de esa estancia que olía a incienso era un nuevo deseo para conservar lo que quedaban de mis tripas, si es qua alguna vez había tenido de eso. Tras ponerle ese anillo dorado al dedo a la joven apareció también una pulsera invisible a mis muñecas. Esto en lo que acababa de zambullirme de cabeza sin tan siquiera contemplar si quedaba agua en el lago resultaría ser aún más largo que una guerra de cien años. Aunque en esta ocasión las familias estuvieran aún más corrompidas que el propio clero.

La calle apareció bajo un sol algo apagado, era media tarde, pero ese brillito cegador de cierto tono rosado me había obligado a ajustar mis pupilas, al menos durante unos instantes antes de poder enfocar de nuevo la visión fuera. Realmente bonito para tal y como había ido el día.

Salí solo de aquella iglesia sabiendo que mi padre sacaba pecho como si acabara de conseguir el negocio del siglo. Para mi deleite y exasperante "sorpresa" le encontré regocijándose con una sonrisa maliciosamente radiante, y rodeado de familiares que se daban golpes de pecho, antes de perderlo de vista. Se equivocaba, había subestimado a la madre de esa chica de pelo largo y piel oscura con la que casi choco antes de doblar la calle. «Sasa».

Paré ante ella. Su mirada ligeramente arrugada irradiaba una premeditación ensoberbecida y demasiadas intenciones malintencionadas. Sabía reconocer cuando Lucifer se disfrazaba de mujer. Antes de esa tarde no la había visto nunca, esa señora parecía vivir en una sombra perenne. O mejor dicho, ella era esa sombra. Pude ver cómo me dedicaba una desquiciada sonrisa que bien podría ser prima hermana que la del mismísimo Belcebú antes de hacerse a un lado para dejarme pasar, había conseguido lo que quería o eso pensaría ella. Por alguna maquiavélica razón que desconocía me prefería a cualquiera de mis hermanos. Continué ahí parado, frente a ella. Yo lideraba esa misma sombra, la más oscura, y ella era consciente de ello, de todo lo que yo era. Hay palabras que no es necesario pronunciar. Sin intercambiar ni una sola, continué mi camino bajo esa calzada empedrada. Quedarme a comer perdices solo hubiera ocurrido en un cuento de hadas.

Terminé de doblar la esquina hasta llegar al coche, un superdeportivo negro y de gran cilindrada. Acomodé mi trasero sobre el cuero del asiento y cerré la puerta. Salir de ahí cuanto antes era algo que debía hacer, pero me tomé un respiro. Desajusté de mala gana esa corbata de seda que parecía estar ahogándome, la tiré contra el cuero del asiento del copiloto, y me quité la chaqueta del traje. Aquello era solo un disfraz. Bajé la visera parasol que ahora colgaba del techo y descubrí ese espejo como si una parte de mí necesitara reconocerse. Mis ojos se miraron. Una mezcla de un color miel dorado especialmente verdoso apareció apoderándose por completo del reflejo. Afortunadamente me adaptaba rápido a los desvíos que tomaba mi calculado destino. Tener a mi padre contento mantendría unida a la familia, pero mis planes no habían cambiado. Esa pequeña negra tan solo sería una distracción más, una distracción útil. Mis negocios seguirían creciendo. Pasé la mano por mi cara acariciando el largo de mi barba justo antes de arrancar. Igual, me fastidiaba tener que jugar al ajedrez fingiendo tener a una reina sobre el tablero.

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⏰ Última actualización: Sep 23, 2022 ⏰

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Un nuevo animalillo con el que jugar (+18) ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora