silence.

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Prefacio.

Elektra.

Escocia. 2006.

El convento estaba construido con gruesa piedra. Las habitaciones de este eran un cuadrado en el que apenas cabían una cama y una mesita de madera, carcomida por la humedad.

Esas eran las habitaciones más espaciosas, pues la de Elektra era más pequeña. No había una cama, sino un cúmulo de paja, con una manta encima, y un taburete de madera dondehabía una túnica gruesa negra, que habían dejado allí las monjas por si quería cambiarse.

Llevaba ahí recluída... ¿Cuánto? ¿Cinco años? ¿Seis? A saber. Elektra solo llevaba la cuenta de los días por las veces que la hermana Sophie le llevaba comida; tres al día.

Y es que, en la habitación en la que estaba, no había si quiera una ventana que permitiera el paso de un poco de luz. Por si fuera poco, era el cubículo con las paredes más gruesas de todo el convento.

La puerta de madera tampoco se quedaba atrás en grosor, pues a parte de ello, tras ella, se encontraban unos barrotes de hierro que impedían la huída de Elektra.

Claro, que tampoco podría haber huido, pues unos grilletes la fijaban a la pared e impedían que se separase de esta más de dos centímetros.

Oyó que la puerta se empezaba a abrir. La hermana Sophie asomó la cabeza tras la pesada madera, y se dispuso a abrir la verja de metal, para llevarle la comida a Elektra. Ella, por su parte, no levantó la cabeza cuando la oyó manipular con las llaves de los cinco candados que cerraban la verja de metal. Elektra se mantuvo inmóvil. Estaba tan, tan sumamente cansada de luchar que había decidido simplemente rendirse.

No la iban a rescatar. No la iban a sacar de allí. No conseguiría huír, y nunca abandonaría aquel estúpido convento.

-Elektra... La cena-. Dijo Sophie, simplemente. Así que era ya de noche. Elektra no levantó la cabeza, aunque las tripas le rugían.- Vamos, Elektra, tienes que comer.

Elektra, antes de hablar, se humedeció los labios, resecos y agrietados.

-No tengo hambre-. Contestó en un murmullo quedo, seco y casi sin vida.

-No seas tonta, Elektra. Mejor que no nos contradigas-. Advirtió la hermana Sophie, que tenía muy poca paciencia con ella.

-Déjame.

Sintió, de repente, un tirón en el pelo. Sophie había dejado la bandeja de la comida en el suelo, y ahora sujetaba el cabello de la chica y la obligaba a mirar.

-Cállate, estúpida. No sabes que esto es por ti, por tu alma, y tú lo desprecias, como si nada. Esto es un regalo de Dios, tendrías que estar agradecida-. Sophie tenía una pequeña separación entre los dos paletos, lo que hacía que las "S" sonasen más aspiradas, con un ligero silbido, y, además, escupía de vez en cuando.

-Oh, misericordioso Dios-. Contestó con socarronería, Elektra.- gracias por traerme esta bazofia que la hermana Sophie me hará comer a la fuerza. Gracias por no darme lo que quiero, lo que deseo: la muerte.

Eran palabras duras para una niña de trece años, lo sabía, pero estaba demasiado cansada de la vida como para seguir queriendo vivir en ella.

Oyó el grito ahogado de Sophie, y sabía qué iría a continuación. Sintió la sangre en la boca antes que el dolor.

-Niñata...- Masculló Sophie.- la madre superiora te acogió, maldita -. Desde hacía cinco o seis años, ese era el nombre que Elektra tenía para los que sabían de su existencia en el convento.- Ella te lo dio todo, y tú permitiste que un demonio habitase en ti. Después de ello, la madre no ha parado para quitarte ese demonio. Deberías estar agradecida.

Sin contestar, Elektra se lamió el labio inferior, ahora sangrante por la bofetada de Sophie. Abrió los ojos, aunque no se había dado cuenta de que estaban cerrados, y ya no eran los grandes ojos cansados y grises de siempre, sino, que, ahora se habían convertido en amarillos, completamente, y con una gran pupila negra en el centro. Fue solo un segundo, pero lo suficiente para que Sophie los viese y soltase rápidamente el cabello sucio de la chica, que hizo que su cabeza cayese pesadamente hacia abajo, lo que le impidió ver que un pequeño pajarito, probablemente un ruiseñor, se había colado en la celda y se escondía en una de las esquinas superiores más oscuras, pasando inadvertido incluso para Sophie.

Sophie se recuperó del susto cuando vio que Elektra no volvía a subir la cabeza. Cogió la bandeja con la comida y se sentó en frente de la niña, con una cuchara cargada de sopa en la mano, dándole de comer.

-Vamos, maldita. Contra antes comas, antes me iré y antes te dejaré en paz-. Habló con un deje despectivo. Odiaba ese trabajo que la superiora le había impuesto ¿Encargarse de la maldita, de que comiese? Bah, ella tendría que estar supervisando la biblioteca, y no viendo como la estúpida niña se resistía a comer.

Aunque, finalmente, la chica le hizo caso y empezó a comer, con la cabeza agachada, levantándola solo cuando era necesario.

Cuando el plato de sopa estuvo vacío, Sophie le dio un poco de agua, un trozo pequeño de pan y se levantó con la bandeja en las manos. Se dirigió a la puerta. Primero cerró la verja de metal con los cinco candados, pero antes de cerrar la segunda puerta de madera, dijo:

-Ah, por cierto, mañana vendrá el padre F'Laher. Tienes sesión con él -. Entonces, por fin, Sophie contempló con una sonrisa, el estremecimiento de terror que recorrió el pequeño cuerpo de la chica que estaba en la celda, a punto de ser encerrada otra vez.

Pero esa noche, hubo algo distinto.

La luz desapareció en cuanto la puerta de madera se cerró tras Sophie.

Elektra dejó caer sus hombros, rendida. Los ojos le pesaban, pero no por cansancio, si no por abandono. Luchó contra el impulso de llorar, y ganó la batalla, pues ni una lágrima cayó de los grises ojos, aunque acabaron llorosos del esfuerzo.

Levantó la cabeza.

La celda era oscura, y solo se colaba una pequeña luz debajo de la madera, una luz cambiante, como de una... ¿vela?

Elektra se extrañó. En la zona del convento donde estaba encerrada, eran necesario velas pues no había iluminación artificial cuando el sol caía, y Sophie dejaba la suya en un candelabro a la salida de la celda, y la recogía cuando se iba, siempre.

Pero habían pasado ya diez minutos desde que se había ido, y la luz de la vela había vuelto.

La madera chirrió cuando se abrió de nuevo, arrojando luz dentro de la celda.

Elektra agachó el rostro. Si Sophie había vuelto, no quería que viese sus ojos a punto de desmoronarse.

Los candados de la verja de hierro tardaron mucho en ser abiertos, más de lo habitual, pero, pese a la curiosidad que carcomía por dentro a Elektra, no levantó la vista hasta que oyó el último candado caer al suelo. Se abrió la verja, y una silueta entró.

Las botas negras que Elektra alcanzó a ver no coincidían para nada con algo que la hermana Sophie se pondría. Extrañada, Elektra levantó muy lentamente los ojos.

Desde luego, los pantalones negros no pertenecían a Sophie. Al igual que la chupa de cuero negra del chico que la portaba.

Elektra abrió la boca, sorprendida... el chico que se encontraba ante ella era pálido, con la piel como de porcelana, y los ángulos marcados en los pómulos. Su boca era fina, dibujaba una sonrisa que a Elektra la dejó más descolocada aún. Su nariz era también angulosa, y sus ojos, oh, sus ojos eran grises, con un círculo amarillo que rodeaba la pupila. Su rostro estaba enmarcado por una melena negra que caía por su frente, pero sin taparle los ojos.

Aquella mirada, era exáctamente igual que la de Elektra. Su pelo, negro como el carbón, también era igual a la de la chica. Y su voz...

-Hola, Elektra-. Sonrió, haciendo una pausa-. Soy Luke, tu hermano.

Magissa.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora