- Lilith… ¿Qué haces aquí? – preguntó echando un vistazo al resto de mesas. Por suerte, nadie parecía reparar en ella.
Sus ojos grises danzaron del resto del local a las dos personas que se habían sentado.
Una era Lilith. Centinela de la academia. Vigilaba que los alumnos no incumpliesen las normas y que nadie no autorizado penetrase en los territorios del colegio o de la Gôute. Pese a su reducido tamaño –era más bajita que Elektra – era una gran luchadora. Su diminuta estatura le era una ventaja a la hora de combatir, por la agilidad que le proporcionaba. Además, su don le permitía saber los movimientos de su adversario con antelación, y anticiparse a ellos. Era rápida y se movía con gracia cuando caminaba, y cuando luchaba, era una fiera. Nada se salvaba de sus espadas cortas. Llevaba el pelo anaranjado corto, para que no le molestase a la hora de la pelea, y sus peligrosos ojos castaños la observaban con cierto grado de diversión.
Al lado de Lilith, estaba un chico, un par de años mayor que Elektra. Estaba trabajando de centinela, aunque no lo era.
Se rumoreaban muchas cosas sobre Cristián Dan, el rumano que había llegado con una blanca purísima camisa de fuerza y había sido reclamado y apadrinado por el Maestro Kreukniet.
Todas las alumnas de la academia barajaban varias teorías; era el hijo perdido del maestro, le debía algo, eran pareja… cada teoría era más desparatada que la anterior.
Por ello, Elektra solía pasar de los rumores.
Los inquietantes y febriles de locura ojos azules de Dan se habían clavado en los ocelos gris tormenta de Elektra.
-Hola, pajarillo-. La saludó con una sonrisa forzada. Tras ello, se mantuvo totalmente quieto y callado, cediéndole la palabra a Lilith.
-Yo… -dioses, ¿qué podía decir?-. ¿Cómo me habéis encontrado?
-Cielo, dejas pistas por todos lados -. Contestó Lilith con socarronería, echando un desinteresado vistazo a la carta, en la que se exponía una numerosísima lista de todo tipo de tés.- Elektra, disimula, se supone que eres la camarera. Cierra la boca-. Ordenó mientras enseñaba la carta a su acompañante, que imitó su papel a la perfección y leyó la carta con parsimonia, dando tiempo a Lilith para que hablase con Elektra sin levantar sospechas.
Todo aquel cuidado la exhasperaba.
-¿Saben ya qué van a tomar? Tengo mucho trabajo -. Por supuesto, eso era totalmente falso, pues la tetería había dejado de estar llena desde hacía tiempo.
- Sí, queremos una tetera mediana con té negro -. Anunció Lilith-. ¡Ah! Y que vengas con nosotros cuando nos la terminemos. Sabes que no tienes otra opción, Elektra.
La chica de ojos grises apretó la mandíbula, mientras sus ojos cambiaban de sentido, y se fijaba en Ted. Sabía que, una vez fuera con ellos, no volvería a pisar la tetería.
También sabía que era inútil protestar, pues por las buenas o las malas, la habían descubierto.
Y tendría que volver a la academia. Bueno, al menos, algo bueno sacaría del asunto.
-Hay un problema. Jeremy, el hijo del jefe, me ha obligado a tener una cita con él.
Casi inaudiblemente, Dan emitió una risa cargada de burla, pero Elektra le ignoró, y habló con la chica centinela.
-Así que, o hacéis algo con él, o tendré que seguir en el mundo de los mundis.
Sin mediar otra palabra, Elektra giró sus talones y marchó con paso lento a preparar la tetera.
Con parsimonia, pues quería retrasar el momento de su ida sin retorno, atendió a los últimos clientes y sirvió la tetera a los centinelas en posición final.
Por fin, tuvo que hablar con Ted;
-¿Ted? Necesito… mi finiquito.
El hombre se giró y abrió la boca para hablar, altamente sorprendido.
-¿Y eso por qué, Helena? – preguntó apenado -. ¿Ha sido por algo que he hecho yo? ¿Es por Jeremy? No hace falta que te vayas… si necesitas menos horas de trabajo para estudiar más no habría problema…
El ver a aquel hombre tan compungido por su marcha, Elektra se sintió conmovida. Cierto era que había trabado buena amistad con el dueño, pero no pensó que la echaría tanto de menos. En un acto involuntario, agarró las manos de su jefe, y le miró tratando de consolarle.
-No es nada de eso, Ted. No te preocupes, por favor-. Elektra mordió su labio inferior, deseaba que aquel hombre no se viera tan desolado por su marcha-. De hecho, no tienes que pagarme el finiquito. Y las propinas de hoy, quédatelas.
Los ojos del camarero reflejaron la negación antes incluso de que su rostro se moviera de izquierda a derecha repetidamente.
-Ni hablar. Ahora mismo te doy un cheque, y todas las propinas te las llevarás -. Ordenó, de nuevo adquiriendo su tono autoritario, aunque teñido de una ligera nostalgia.
Con una efímera sonrisa, Elektra asintió a su jefe.
-Voy a cambiarme, te dejaré el uniforme doblado en la taquilla…
Se giró y caminó a los vestuarios, donde se desprendió de la camiseta reglamentaria, y dejó al aire la parte superior de su cuerpo, el cual tenía tatuada un águila con las alas extendidas, ocupando toda la parte superior de la espalda.
Una voz la sobresaltó, junto un “clic” perteneciente al móvil de Jeremy.
-Bonito tatuaje. Es precioso, Helena. Te queda genial -. Comentó con sorna.
Elektra se dio la vuelta, con la cara enrojecida, por lo que aquel sinvergüenza acababa de hacer. Cruzó el vestuario en cuatro pasos, y antes de que el chico pudiera decir “¿Qué…?” el puño de Elektra se había estampado en los carnosos labios del chico, y estos comenzaban a sangrar.
Dignamente, Elektra se colocó su propia ropa, mientras Jeremy se recomponía de lo que acababa de pasar.
Antes de salir, Elektra se volvió a acercar a él, cogió el móvil, borró la foto que él había hecho con su espalda desnuda y lo estampó con fuerza en el suelo. Oyó con satisfacción cómo se quebraba la pantalla, y acto seguido, sus pasos se encaminaron a la puerta, sin que su sonrisa disminuyera.
Una mano cogió y apretó su muñeca con dureza, colocando su brazo en un ángulo extraño, de manera que si Elektra se movia, corría el riesgo de acabar con el brazo partido.
-¿CÓMO TE ATREVES, IMBÉCIL?
Elektra, con sus nervios a flor de piel, cerró su mano de nuevo en un puño, pero antes de tener de nuevo oportunidad de estampárselo de nuevo, la puerta de plástico se salió de los goznes, cayendo al suelo con estruendo. El tiempo pareció realentizarse, y con cara de total impasibilidad Dan caminó sobre la puerta y miró a Jeremy.
-Suéltala.
El agarre de Jeremy se aflojó, y le dio el espacio suficiente a Elektra de liberarse y clavarle el codo en la nariz. Ojalá le quedara una bonita cicatriz.
-Vete, Elektra -. Ordenó Dan, con voz neutral.
-¡SERÁS PUTA! – exclamaba Jeremy con la mano en la nariz, tratando de taponar la herida y la sangre que de ella manaba.
- Bah, no tengo prisa, podía haberme defendido sola, lo tenía todo cont… - un nuevo estruendo la alertó. A su espalda, alguien se había aparecido. Iba vestido de negro, de pies a cabeza, con una capucha que dejaba en penumbra su rostro. Las mangas de lo que parecía una sudadera normal, cubrían las manos de aquella figura, sin embargo, al moverlas, se descubrieron, y Elektra tuvo que taparse la boca con ambas manos para contener un grito.
Aquellas manos estaban en carne viva, y con la piel ennegrecida, con pellejo colgante y unas uñas como afiladas garras, impecablemente perfiladas y teñidas del color rojo seco de la sangre. Un caído.
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Magissa.
FantasyElektra es una bruja, de 21 años de edad, que estudia en la prestigiosa academia "Magissa", situada en Praga, República Checa. Su vida tuvo unos comienzos difíciles, pero sin ellos, no sobreviviría a los retos que a continuación se le pondrán en su...