El trance

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Allí estaba, flotando en el vahído de lo que alguna vez fue su cordura. Divagando en el océano de su mente, turbio ahora. Estaba, o de pronto se imaginaba, parado en la negrura de la nada. Aunque claro está que el negro es técnicamente la suma de todos los colores, ergo, no era una nada sino más bien una aberración de sentimientos tan condensados que opaca han toda pizca de ser. Llamémosle, locura.


Loco el hombre que piensa diferente, así piense como es.


Entonces en el ambiente y en el vacío retumba una voz, tierna e inocente. Y dice:


—Lance.


—¿Ah?—pregunta dubitativo el chico.


—Sabes quién soy.


—¿Lo sé?


—Claro, ya me conoces, aunque no nos hemos presentado formalmente.


—¿En dónde estoy?—pregunta ya con más nervios—¿Qué es este lugar?


—Donde estés no importa, en lo que a mí concierne, estás tirado en un sucio baño de colegio. Y respecto a donde estoy yo, pues tú no eres más que una representación etérea aquí, importa aún menos.


—¿Me desmayé?


—No, en este momento probablemente esté la psicóloga del colegio apuntándote al ojo con un oftalmoscopio, aunque sigues despierto.


—¡No!-exclamó furioso-. ¡No puedo volver a psicología!


—Cálmate, Lance, soy Mayra y puedo ayudarte.


La piel del muchacho se puso rugosa y fría, como la de un muerto, o al menos eso sintió. Al oír eso sintió finalmente lo que nosotros llamamos acá, locura. Comenzó a transpirar, la garganta se le ennudeció y enmudeció. Tragó algo de saliva, espesa, para intentar refrescarse y poder volver a hablar, aunque es lo que menos querría, y lo que más temor le infundía. Responder... Las manos le temblaban como si estuviera en aquella presentación de Romeo y Julieta hace años, cuando él al hacer de Páris casi arruina toda la obra por olvidarse de una simple línea. De hecho, todo el cuerpo le temblaba, como cuando rompió el televisor de su madre a los 9 años, y no hallaba en dónde diablos esconderse para llevarse consigo su secreto. El sudor comenzaba a sentirse más pronunciado en las partes un poco pasadas de peso, en donde se acumulaba la segregación viscosa y húmeda.


No quería, no podía, no era capaz de escupir de su labia ni una palabra. Y sabía que debía hacerl...


—Lance, necesito que hagas algo por mí, no soy ninguna voz en tu cabeza que vive solamente porque tú me permites vivir en tu enfermedad mental. No, en estos momentos, de hecho, tú estás respirando gracias a mí.


—¿Pero.. Qu...?


—Sí, soy real.


—Qué... ¿Qué quieres de mí?-pudo decir finalmente-.


—Quiero que mates, por mí.—dijo con una voz tan, pero tan tierna...


Aquí el joven sale de ese extraño trance, encontrándose recostado en la camilla de enfermería con la psicóloga hablando con la coordinadora, la enfermera y sus papás.

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⏰ Última actualización: Apr 29, 2015 ⏰

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