No pude seguir leyendo el artículo del tabloide que tanto aborrecía, cada vez que oía o leía mi nombre junto al de mi mamá, era como si se refirieran a otra persona. Ha pasado un año desde su muerte y todavía lo sentía como si fuera el día anterior.
Me sobresaltó el repique del teléfono. Era Danilo.
—¿Hola?
—Hola, ¿cómo estás? —preguntó.
—Bien —respondí malhumorada.
—¿Segura?
—¿Por qué crees que no estoy bien?
—Hoy se cumple un año.
—¿Lo recuerdas? —no podía creerlo.
—¡Por supuesto! Todo lo que tiene que ver contigo está presente en mis pensamientos.
Guardé silencio pero no pude evitar sonreír al suspirar. ¿Cómo era posible que unas simples palabras me hicieran sentir mejor? «Sus» simples palabras tenían la capacidad de mejorar cualquier situación. Me había enamorado de uno de ellos y no podía evitar confiar en él. ¿Por qué? ¡Era uno de ellos!
—¿Sigues ahí? –preguntó Danilo con esa voz que amaba con todo mi ser.
—Sí.
—¿Te sientes en condiciones de actualizarte hoy? —me preguntó cauteloso.
—¿Tienes noticias?
—Sí.
—Entonces sí estoy en condiciones —le respondí segura.
—Ábreme la puerta.
¡Estaba afuera! Nueve meses juntos y todavía me preocupaba que me viera desarreglada. Me miré en el espejo del corredor camino a la puerta, tenía la cara hinchada por el llanto y llevaba una simple franela que me llegaba a mitad de muslo. Era de él, así que podía sentirse halagado de que en mi momento de tristeza me estuviera acompañando una prenda suya. Abrí el portal sin asomarme en la mirilla.
Ahí estaba, mirándome fijamente, sin moverse, esperando a que yo diera el primer paso. Me conocía muy bien, sabía que era explosiva y que no estaba en mi mejor momento. Era de sabios esperar a que yo reaccionara primero.
Me acerqué lentamente para darle un beso en la mejilla y su olor me atrapó inmediatamente, adoraba su perfume, varonil y embriagante. Desvié mis labios hacia los suyos y de inmediato sentí sus brazos rodearme. Seguidamente me empujó con delicadeza hacia adentro y cerró la puerta tras nosotros.
Sus manos me estrecharon con fuerza acercándome más a él. Su aliento era fresco aunque él estaba caliente por la temperatura exterior que era elevada. ¿Cuánto tiempo estuvo esperando afuera de mi casa antes de atreverse a llamarme? La vigilancia formaba parte de su profesión, y una vez más, me acordé de que era uno de ellos.
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Secretos Peligrosos
FantasyLa venganza es un plato que se sirve frío y tiene mal sabor