Era media mañana cuando despertó, y lo hizo con un solo objetivo. Edgar estaba decidido a encontrar ese licor, necesitaba consumirlo y volver a reencontrarse con su reconfortante olor, sanador de mil problemas. Su plan era sencillo: iba a ir hasta la recepción y le preguntaría a alguien donde quedaba la cocina. Si esa persona le preguntaba por qué la buscaba, le respondería que era amigo del cocinero. Nada podía fallar.
Se vistió y salió afuera. Aunque quería correr y dar con el alcohol lo más rápido posible, también debía ser sensato y pasar desapercibido, por lo que comenzó a caminar con tranquilidad hacia las instalaciones. Hacía un día hermoso, el sol brillaba en lo alto y la gente había decidido aprovecharlo: decenas de personas vestidas con ropa deportiva corrían por los senderos. Algo que Edgar no había notado era que en las cercanías de su cabaña había un pequeño parque de juegos para niños, aunque extrañamente ninguno estaba jugando allí. Deben estar en la escuela, pensó Mundstock. Siguió caminando, tratando de camuflarse entre los corredores, aunque su actitud no logró ocultarlo de Emilio que lo saludaba desde lejos. Edgar le devolvió el saludo.
- ¡No olvides que hoy tenemos entrenamiento! - le dijo el preparador físico.
- ¡Cuenta conmigo! – le respondió Edgar, tratando de enmascarar su falsedad. Le gustaba estar con Emilio, aunque hoy su mente no estaba centrada en salir a correr.
Llegó a la recepción unos minutos después y, cuando estaba a punto de entrar, vio algo que llamó su atención. Pegado en la pared había un cartel que anunciaba un recorrido educativo por las instalaciones del laboratorio, orientado a estudiantes universitarios. Tendría lugar dentro de media hora, y partirían desde la misma recepción. Era su oportunidad para encontrar la cocina.
Se sentó en un sillón de la sala de espera y, para matar el tiempo, se puso a leer una novela. Los minutos pasaban, las paginas cambiaban, y en la sala de recepción las personas no dejaban de entrar y de salir. Edgar pensó que le costaría divisar al grupo de estudiantes, pero cuando vio a un grupo de personas que se reunían en torno al centro de la sala supo que allí era donde debía ir. Esperó a que se reunieran más personas y cuando comenzaron a moverse se aproximó y se integró en el grupo, colocándose al fondo del mismo para pasar inadvertido. El guía llevaba a los estudiantes por los pasillos de las instalaciones, enseñándoles las distintas salas y sus propósitos.
-En este lugar es en donde se prueban los prototipos de vacunas y sus efectos en las personas. Actualmente estamos trabajando en una vacuna que sirva como método anticonceptivo, provocando así un periodo de infertilidad de un año en el paciente sin importar cuál sea su sexo.
Los estudiantes observaban atentamente y hacían preguntas, a las que el guía respondía con alegría. De repente, una de las chicas que estaba en el grupo alzó la voz.
- ¿Por qué esa habitación está clausurada?
A la derecha del grupo había una puerta que no tenía nada fuera de lo normal, salvo por un cartel rectangular que en letras rojas exhibía la palabra "clausurado".
-No... no estoy muy seguro, creo que hubo un accidente- dijo el guía. Se notaba que la pregunta lo incomodaba, así que rápidamente cambió de tema. Edgar no le puso mucha atención al asunto ya que se moría de ganas por encontrar el alcohol. Por suerte, el guía pareció leer su mente y anunció que se dirigirían hacia la zona de la cocina.
Llegaron rápidamente al tan esperado lugar, y al entrar, Edgar se dio cuenta de que estaban solos en la habitación.
-Lamentablemente, el horario de nuestro recorrido coincide con el horario de descanso de los cocineros, así que no los podremos ver en acción.
La habitación era grande y podía albergar una gran cantidad de equipamiento. El guía les dio un pequeño recorrido por las instalaciones y empezó a guiar al grupo hacia la salida, a lo que Edgar aprovechó para esconderse detrás de una mesada y poder realizar su cometido. Esperó a que el grupo saliera de la cocina y se paró. Dio media vuelta y pudo divisar la tan ansiada heladera. Corrió a abrirla y se llevó una gran desilusión. En lugar de estar repleta de grandes cantidades de licor, solo había tres botellas de vino, y una de ellas estaba por la mitad. Aun así, decidió buscar una bolsa y tomar las botellas para llevarlas a su cabaña. Salió de la habitación caminando de manera normal, tratando de pasar desapercibido y no llamar mucho la atención. Se percató de que había un conserje que lo miraba de manera extraña, pero para no generar sospechas le devolvió una sonrisa y siguió su camino.
Al cabo de unos minutos llegó a la cabaña. Cerró la puerta con llave y abrió una de las botellas. Ni siquiera buscó un vaso, tomó del pico y pudo sentir como se exaltaban sus papilas gustativas al volver a saborear el tan preciado líquido. Tomó un trago, tomó otro, y cuando se fijó ya había tomado dos botellas. Estaba borracho. En algún momento se durmió, absorto en el tan preciado licor. Se despertó con un fuerte ruido. Pudo distinguir que era Emilio golpeando la puerta: era hora de salir a correr.
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El Puño Pestilente
ActionEdgar Mundstock es un vagabundo: su vida consiste en recorrer las calles en busca de comida. Cada dos años alquila su cuerpo a un laboratorio a cambio de dinero y un día, cuando volvió a hacerlo, todo cambió. Comenzaron a llamarlo el luchador y, li...