El día en que conocí a mi padre.

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Antes de conocer a mi padre, el mundo que me vio nacer estaba dividido, cuatro provincias albergaban la gente que en el futuro se convertiría en mis amigos, mi amor, y mi propia destrucción. Antes de conocer a mi padre, ya tenía una misión que cumplir, mi mundo se regía por emperadores, gobernadores, procuradores.

Antes de conocerlo, las mujeres eran esclavas de sus varones, ellas también venían con una misión antes de siquiera albergar luz en sus ojos; antes de conocer a mi padre vi los ojos amorosos de mi santa madre, aquella que tanto me amó, aquella que presenció mi sacrificio, guiada por la devoción de una idea estructurada, una idea de la cual fui el primer partidario. Antes de conocer a mi padre conocí el amor en donde menos lo esperaba, un amor que tampoco buscaba, un amor que tuve y que perdí.

Antes de conocer a mi padre, doce hombres me acompañaron, a doce hombres elegí y solo once quedaron. Conocí la traición, pero a quién engaño, yo elegí la traición, supe a qué me enfrentaba y en el último momento perdone, o eso dice la historia, pero... ¿Puede alguien perdonar enteramente? No se puede, pero era parte de la misión que se me encomendó, y tuve que hacerlo, contrario a lo que se piensa de mí, fui humano, y como humanos, no estamos libres de pecado.

Antes de conocer a mi padre a una boda fui, y en vez de pastel y fiesta, hubo agua convertida en vino; le di peces a los que tenían hambre y a cambio me ayudaron a pescar almas, antes de todo la lepra fue una ilusión para aquel que la padecía, porque luego de mí, su lepra dejó de existir. Antes de mi calvario a un hombre ayudé a caminar, en medio de miradas curiosas se pudo levantar, "qué cosas maravillosas hemos visto hoy", decían aquellos que momentos antes juzgaban mis barbaridades. Una ocasión vi a un demonio cara a cara, pero gracias a mi padre liberé al pobre diablo poseído, para sorpresa de todos aquellos que a mí alrededor estaban.

¿Quién era ese que aun los vientos y el mar obedecían? Era yo aquel que detenía tormentas, que traía calma, que aplacaba el viento, ¡hombres de poca fe! Aquellos que nunca me creyeron. Yo era la resurrección y la vida, y por mostrar mi punto me fui dos días lejos de mi pueblo, a pesar de que dos grandes amigas necesitaban mi ayuda, dejé morir a uno de los míos para después regresar a su tumba, en medio de un maremágnum de lamentaciones, abrirla y llamarlo: "Lázaro, sal de ahí" y como fue dicha mi palabra, Lázaro salió de su tumba, vivo, como si no hubiera pasado un solo día de su muerte.

Milagros, les llamarían después a estos hechos que más bien eran actos de circo para complacer a los pecadores, yo mismo era uno de ellos, con la diferencia de que yo tenía una misión que cumplir.

Pasaron años en los que siempre hablaba de mi padre con todos, para eso fui traído al mundo después de todo, años sanando corazones, sanando vidas, siendo un cordero obediente, temiendo mi destino, amando sin amar y odiando sin odiar.

Como era de esperarse, no todo el mundo estaba feliz con mis predicaciones, ni siquiera con mi propia vida, y Caifás fue el elegido para acabar conmigo, proclamándome un vil blasfemo, un impostor; rasgando sus vestiduras cuando las palabras salieron de mi boca. Ya sabía yo lo que se avecinaba, siempre lo supe, pero nunca pude evitarlo. Por eso una cena se organizó, la última, aquella en donde se bebió vino y se comió bien, aquella en la que momentos antes de empezar se selló mi suerte, aquella en la que mi precio se estableció en unas pocas monedas de oro, no lo culpo, desde que lo conocí supe que esas monedas ya eran suyas, supe lo qué iba a hacer. Pero nunca lo perdoné. Y no fue el único, antes del siguiente amanecer, antes de que los gallos cantaran, ya habría sido negado tres veces por cobardes que juraron estar a mi lado pero no cumplieron su palabra.

Luego los hechos me llevaron a estar esposado, a ver como todos los que me acompañaban me abandonaron y huyeron, fui llevado ante Anás, para luego llegar a Caifás, recibí burlas y bofetadas, golpes y escupitajos, humillaciones, fui llevado del Sanedrin a Pilato, de Pilato a Herodes, de Herodes a Pilato y finalmente de Pilato al pueblo, pueblo vil y corrompido que decidió dejar en libertad a un ladrón y homicida para llenar su sevicia de ver muerto y crucificado al sanador y milagroso Jesús, yo. La cruz de ese hombre "hijo del padre" pasó a ser mía. Cargué ese peso, ofreciendo un espectáculo, por todo el pueblo hasta una montaña, con llantos y gritos a mí alrededor y con una corona de espinas en la cabeza, por ser el rey de los judíos y de todos aquellos que me dieron la espalda. Tres clavos marcaron mi lugar en la cruz, justo en medio de dos ladrones que habían tenido el mismo destino, uno de ellos deseó ir al paraíso, nunca supe si encontró el camino para llegar allí, tal vez el camino nunca existió. Mi madre lloraba a mis pies desconsolada, oh pobre de mi madre que nunca aceptó mi destino, pobre de mi madre que quedó sola sin camino. Pobre de mi Magdalena, que sufrió en llanto y dolor mi pérdida. Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen.

Pero a quién quiero engañar, claro que sabían lo que hacían, sabían torturar y castigar a los que no seguían sus órdenes, sabían que estaban pecando gozando un acto tan bajo como este, que bajo cayó el hombre, y que bajo sigue cayendo.

Morí, y de ese lapso solo recuerdo que el día de conocer a mi padre había llegado, ya no había un antes de conocerlo, ya estaba con él, calmando mi sufrimiento, pero aún no estaba contento, no estuvo contento luego de ver a su hijo sufrir y morir como un cerdo, de una manera cruel y despiadada, rodeado de risas de aquellos que disfrutaron la muerte, de aquellos que la celebraron, nunca estuvo contento. Y por eso fui enviado nuevamente al tercer día, resucitado, estaba feliz de volver a ver a mi madre y a mi Magdalena, pero no feliz de volver de nuevo a desperdigar una palabra que ya no me interesaba.

Por eso escapé, mande a los doce hombres que me juraron ser fiel a predicar la palabra por todo el mundo, a regañadientes aceptaron, con miedo de morir como yo mismo lo hice. ¿Y yo? Yo escapé con mi Magdalena, me casé con ella, como se especuló por mucho tiempo, tuvimos dos hijos, y fue ella la primera María, no mi madre, mi madre murió a mi lado y dejé a mis hombres predicar mi palabra como ellos quisieran. Nunca más volví a ver a mi padre, pero siempre supe que me observaba todo el tiempo, desaprobando mis actos, mirándome por encima del hombro, creyéndose omnipotente, pero nunca fue omnipotente porque no pudo lograr separarme de mis deseos ni de mi verdadera familia.

Luego de miles de años, de épocas, de siglos, veo toda mi vida y pienso que el ser humano es justo como se describió en las escrituras sagradas, a imagen y semejanza de mi padre, por lo tanto mi padre nunca fue omnipotente, nunca fue omnipresente, está lleno de crueldad excesiva, de envidia, de celos, de lujuria, de malos pensamientos, le encanta la sangre, le encanta el conflicto y ver a su creación matarse por asuntos políticos, se regocija viendo como todos quieren y buscan poder pero nunca lo consigue, guerras, bombas, atentados, matanzas, todo es parte de la obra elaborada a la que mando a la humanidad a esta tierra, todo hace parte de su plan para ver sufrir a todos, todo siempre estuvo planeado, y años después, en mi lecho de muerte, puedo decir que nunca hubo un padre al que conocer, nunca hubo un antes o después de conocerlo, porque nunca hubo un padre, fue siempre un dictador que seguirá extendiendo el sufrimiento de esta tierra hasta que decida presentarse él mismo a acabar con todos. Pero ya no habrá nada que hacer, porque el destino de la humanidad se selló el día en que mi padre decidió poner su creación en esta tierra. El mismo ser que creó a la humanidad, será el encargado de destruirla. Y en el fondo se va a regocijar con su destrucción. 

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