Dicen que tu primer amor no se olvida. Tal vez eso me pasaba con Robin.
Crecimos juntas, su casa al lado de la mía. Llevamos compartiendo helados, juguetes y mocos desde que tengo memoria, y somos inseparables. Uña y carne.
A los once años, Robin ya estaba segura de que los chicos no le interesaban para nada, y cuando en ese pueblo tan pequeño descubrí que también podían gustarme las chicas, las preguntas empezaron a surgir en mi cabeza. ¿Y si estaba enamorada de mi mejor amiga? No veía la diferencia de quedarme embelesada mirando las pecas de Robin cuando se quedaba tumbada tomando el sol en la piscina municipal, a las cosquillas en el estómago que sentía cuando la abuela Gladys ponía una de sus películas favoritas de Elvis y aparecía él moviendo las caderas y cantando a un ritmo desenfrenado.
Creo que fue esa sensación la que me llevó a que precisamente uno de esos días de verano en los que Robin estaba tomando el sol con sus ojos cerrados, me acercase y le diese un beso. Un inocente y rápido beso. El corazón me iba a mil por hora. Sabía que podría haber roto una amistad de más de diez años en cosa de segundos. Robin se incorporó, tiesa como un palo, todavía con los ojos cerrados. Los abrió. Giró su cabeza hacia mí y me dijo:
- ¿Vamos a por un helado?
Agarré su mano y fuimos corriendo hasta la furgoneta que aparcaba todos los días en la puerta de la piscina, sintiéndome la persona más libre y feliz del mundo mientras el aire azotaba mi pelo mojado.
A los doce años, nos escapábamos de noche para trepar hasta el tejado y ver las estrellas juntas.
A los trece, entrábamos en la biblioteca y robábamos algún libro para leerlo durante toda la tarde tiradas en el césped del parque que había detrás.
A los catorce, entendimos que habíamos pasado tanto tiempo juntas, que habíamos confundido el cariño que nos teníamos con algún tipo de atracción.O al menos eso fue lo que admití sentir cuando Robin me dijo que era como su hermana.
Sentí una puñalada.
A los quince, a penas nos hablábamos. Me sentía traicionada y dolida. Pasé dos años creyendo que íbamos a ser Robin y yo, juntas para siempre ante cualquier cosa que se nos interpusiera.
Entonces, antes de cumplir los dieciséis, me di cuenta de que estaba siendo una tóxica. Era mi mejor amiga, y eso estaba por encima de todo.
Dejé de ignorar sus visitas, sus cartas y sus llamadas. Le pedí perdón. Le hice un regalo atrasado por su cumpleaños, al cual no quise ir en su momento. Y un vale por helado infinito, que más tarde me devolvería.Y todo volvió a la normalidad.
***
21 de marzo, 1986
- ¡Violet! El desayuno. ¡Zoe! ¿Es que nadie es puntual en esta casa? –Gritó mi madre.
No podía importarme menos el desayuno. Hoy me presentaba a las audiciones para ser animadora. Estaba en mi último año de instituto y Robin me había convencido de que tenía que ser mi reto personal para salir del instituto y poder decir que sí, que había hecho absolutamente todo en mis años de estudiante. Había sido del club de ciencias, del club de letras, había tocado el triángulo en la banda, y había estado en el grupo de gimnasia (sin mucho éxito, pero estuvo entretenido). Era por eso que si conseguía entrar en las animadoras con las clases de baile a las que había ido durante unos meses con Robin, y con lo poco que había aprendido en gimnasia, me daba tiempo de entrar en el equipo justo antes de las finales.
La falda, blanca y verde, se ajustaba perfectamente a mi cintura. Era incómodamente corta para mi gusto, pero sí que era cierto que me hacía ilusión verme con el conjunto del top y la falda representando al instituto Hawkins.
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Hellfire | Eddie Munson
FanfictionNo es un buen año para Zoe Wilson, y lo único en lo que quiere pensar es que en solo unos meses estará lejos de su casa. ¿O no? Robin intenta que Steve deje de hacer el ridículo en el videoclub, y tal vez Zoe puede ser una buena opción. Pero el Hell...