ONESHOT

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Fyodor dejó de escribir cuando se percató que sus propios trazos eran indescifrables. Las hojas, que no recordaba haber escrito hasta el momento porque jamás así lo había hecho, no poseían más que garabatos del mismo negro que la pluma que sostenía en la mano. De los ventanales a su lado provenía una luz espectral de colores que el cielo de su mundo jamás podría concebir y estrellas moribundas que no reconocía exhalaban sus últimos suspiros desde la oscuridad desteñida por el polvo de astros muertos. La visión le arrebató el aliento y todo pensamiento fue olvidado. Aquella hermosa quietud se derramaba sobre todo con los tintes de un caleidoscopio que ya nadie quería volver a alterar.

Aún para un sueño, porque no había más nada que pudiera ser, aquel mundo era una rareza que aún ante todo lo que presenció en su vida su mente sería incapaz de concebir, pero aún más extraña le parecía la increíble claridad de su propia conciencia. Posó su mano en el vidrio que lo separaba de la visión imposible y para su sorpresa, la sintió tan helada como si la estuviera tocando en la misma realidad.

El mundo estaba sumido en el silencio, y esa quietud hace tiempo olvidada, hizo que advirtiera la ausencia de la voz en su cabeza. Ahora lo recordaba; todo esto debía ser obra suya. Y por si fuera poco, él había accedido a ello.

Aquella voz, a la que había decidido bautizar Nikolai en vista de que carecía de nombre propio porque nadie más que los humanos los utilizaban y se había cansado de dirigirse a él como "voz" cuando fue claro que no se marcharía, había estado con él hace poco más de un año. Y sin que se percatara, se había vuelto su íntimo amigo.

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Una noche, una voz misteriosa lo despertó, como si perteneciera a un sueño que había olvidado morir durante la vigilia. Lo que al inicio le había parecido una oscuridad desconcertante, pereció ante las platinadas pinceladas de la luna que iba y venía entre las nubes y las copas de los árboles. El pasto acariciaba su rostro y la tierra le servía de lecho, que paciente, esperaba que se hiciera uno con ella cuando el flagelo de la noche lo despojara de todo calor.

Se había encontrado a sí mismo tendido junto al camino del bosque que había tomado para regresar a su hogar. Su única compañía parecía ser nada más que la nocturna sinfonía de la naturaleza imperturbada por los humanos, con las copas que se mecían monótonamente con el viento y dibujaban arabescos irrepetibles sobre él, y los insectos que con su canto solitario, esperaban un igual que respondiera su llamado. Su cuerpo temblaba y no sentía sus dedos. ¿Qué había escuchado que lo desconcertó y lo obligó a despertar? Eres tan cálido , una dulce mentira en la que deseaba creer en ese momento. No había nadie con él que pudiera pronunciar aquellas palabras; no debió haber sido más que un sueño y que sueño precioso debió haber sido si la calidez fue parte de él.

Un intenso dolor de cabeza lo distrajo, como si algo, se retorciera dentro de él.

Se levantó con cuidado, para evitar que su vista se tornara más oscura que la misma noche y su mente volviera a abandonarlo, y siguió el mismo sendero por el cual siempre había caminado.

—Ha sido terrible —dijo una voz, y los pasos de Fyodor se congelaron en su lugar—. Lo primero que he sentido ¡ha sido terrible! Percibir mi conciencia desvanecerse hasta caer en un ininterrumpible sueño. Pasó del instinto a algo más. Y ese algo más, ha sido terrible. Vete del bosque, ¿qué haces allí parado?

Fyodor contempló su alrededor. Su ínutil corazón latía con un miedo desconocido hasta el momento, mientras sus pies parecían arraigados a la tierra bajo ellos. ¿Quién le dirigía todas esas palabras? Y era como la voz de un espectro, sin dirección, como si proviniera de todas partes y a la vez de ninguna en particular.

Solo en sueños puedo tocarte [Fyolai]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora