Capítulo Uno.

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Eran a penas las ocho de la mañana, pero parecía que el universo no quería darme tregua aquel día; porque lo primero que escuché al salir por la puerta de mi apartamento, fue la estridente voz de mi mejor amiga comenzando el sermón del año

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Eran a penas las ocho de la mañana, pero parecía que el universo no quería darme tregua aquel día; porque lo primero que escuché al salir por la puerta de mi apartamento, fue la estridente voz de mi mejor amiga comenzando el sermón del año.

—¡La próxima vez que tengas la grandiosa idea de irrumpir en un edificio en ruinas a mitad de la noche, ten la amabilidad de contármelo antes!

—Donna... —Repliqué tratando de detener lo inevitable— Estoy bien, déjalo ya, ¿quieres?

—¿Bien?  ¡Bien mal de la cabeza, quizás! —Chilló— Te pudieron haber ocurrido muchas cosas, ¿sabes?  ¿Que hubiera pasado si alguien te secuestra?  ¡O algo peor! —Rodé los ojos.

A veces mi mejor amiga podía ser realmente molesta.  Incluso, podría decir que se parecía bastante a mi madre.  Ella era demasiado racional, sensata y tosca; completamente opuesta a mi... Y eso podía resultar tedioso.

Sabía que únicamente estaba preocupada por mi bienestar, y lo agradecía.  Solo que...

—Deberías agradecer que estoy perfectamente y olvidarte del asunto.

—Lo olvidaré cuando me prometas que no volverás a ese lugar —Se plantó firme, cruzó los brazos, y clavó su mirada en mi fijamente.

—¿Alguna vez te he dicho que suenas como mi madre? —No hubo reacción— ¡Por favor Donna! ¡Se nos hace tarde para la clase!

—No me evadas, Jennalyn Abbey... Debes prometerlo.

¡Perfecto!  Ahora usaba mi nombre completo.

Mi madre se había pasado de la raya con eso de la creatividad al elegir mi nombre.  ¡Jennalyn! ¿Qué clase de nombre era ese?  Aún a mis veintiún años no lograba acostumbrarme a oír mi propio nombre.  Donna sabía cuanto lo detestaba, y aquella era una de las tantas formas que tenía para sacarme de quicio.  Solo que aquel era un día muy hermoso...

Todo en mi día iba perfectamente.  Me había despertado alrededor de las seis de la mañana para prepararme para mis lecciones, y había desayunado una comida exquisita.  Todo aquello me había puesto de un humor excelente, y no quería arruinarlo con mi mal genio; así que opté por omitir la mención de mi nombre, e ignorar su demanda.

Comencé a caminar, déjandola clavada en el piso justo frente al edificio donde estaba mi apartamento, y, por fin, cuando vio que no tenía intenciones de detenerme trotó en silencio para lograr alcanzarme.

Fijé mi mirada en el cielo celeste, en los árboles del parque que atravesábamos en aquel instante, en la gran fuente del centro, y en los niños que se conducían hacia la escuela.  Todo me resultaba encantador, aunque no lograba hacerme olvidar la mirada foribunda de mi amiga.  Traté por todos los medios posibles de no mirar a Donna mientras caminábamos, con la esperanza de que se olvidara del asunto.  Aunque sabía que era en vano...

Al Ritmo Del CorazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora