Capítulo Dos.

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El teatro, sin duda alguna, no era lo que se decía un encanto antiguo

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El teatro, sin duda alguna, no era lo que se decía un encanto antiguo.  Es más, creo que no había edificio más horrendo que aquel en toda la ciudad.  Con sus paredes despintadas, repletas de enredaderas, sus butacas mohosas, los ventanales destrozados, y esas millones de horribles arañas que colgaban del suelo... Que me miraban desde los rincones más oscuros, con sus brillantes y diminutos ojos...

¡Era imposible no erizarme del miedo!  Solo un demente entraría allí.

Y bueno...  Yo no estaba muy cuerda que digamos...

Así que ahí estaba yo, como ya era costumbre, enfrentándome una vez más a los miles de insectos que habían hecho de aquel viejo edificio su hogar.

Las puertas de la entrada principal al teatro estaban bloqueadas por una barricada improvisada de tablones de madera, sillas y mesas; además de un enorme letrero que rezaba: "Prohibida la Entrada".

Así que para poder ingresar debía rodear el edificio hasta la parte trasera, que formaba un callejón con la pared exterior del edificio aledaño.  Allí se encontraba una puerta metálica, que solía funcionar como salida de emergencias, y que era la que yo utilizaba para entrar.

Al ingresar, la puerta soltaba un horrible chillido que me ponía los pelos de punta.  Y, como si eso no fuera suficiente, los agujeros en el techo filtraban algunos rayos de luz, lo que le daba un aspecto lúgubre y tenebroso a aquel sitio.

Luego de entrar me dirigí hacia la puerta de madera que estaba en el extremo de la sala, y que amenazaba con caerse en cualquier momento.  Esa puerta me conducía al recibidor principal del teatro, en el que, las telarañas, la alfombra roja destrozada por el tiempo, el polvo, y los escombros; servían como una tétrica decoración.

Me encaminé por el laberinto de pasillos y puertas, sorteándo los agujeros en el suelo, los clavos sueltos, y las columnas de mármol que se habían venido abajo por la falta de mantenimiento; hasta que por fin llegué al salón principal, donde se encontraba el viejo escenario, rodeado de las butacas rotas y polvorientas.

No era fácil entrar ahí.  Más de una vez había perdido unas hermosas mallas al quedar atorada en algún clavo suelto.

Aquello era un completo fastidio, pero no me detuve a pensarlo, ni siquiera hice una pausa para observar a los insectos que me miraban curiosos desde los rincones.  Simplemente corrí tan rápido como pude a través de las hileras de butacas dispuestas en semi-circulo, y descendí las escaleras hasta el foso, para luego trepar hasta el escenario, con cuidado de no pisar una tabla suelta.  

La primera y última vez que había pisado una tabla floja mi pierna se había hundió y atorado sin remedio en el suelo.  Terminé con una herida terrible al intentar liberarme, y por poco hice que me suspendieran de la Academia durante mi recuperación, ya que la instructora no creyó que estuviera en condiciones de presentarme.  Desde entonces, mejor miro dos veces donde pongo mi pies.

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⏰ Última actualización: Nov 04, 2022 ⏰

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