Lora

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Solo después de unas horas de silencio en el exterior de mi habitación y reuní el valor suficiente para abrir la puerta. Miré a ambos lados del corredor y suspiré de alivio al ver que estaba vacío.
Ya conocía un poco mejor el apartamento y logré no perderme de camino a la cocina. Aunque me llevó más tiempo del que suponía. Me detenía y seguía adelante cada vez que mis oídos detectaban el ruido más ligero.
Una vez tuve la cocina a la vista, me arrodillé y repté el resto del camino. Me puse en pie de nuevo al llegar a la encimera. Me dirigí directamente al cajón de la cubertería y lo abrí, revolviendo su contenido tan en silencio como pude, buscando el cuchillo más afilado que pudiera encontrar.
Solo había uno y estaba enfundado. Era más bien grande, pero tendría que servir. Me levanté el vestido y lo sujeté lo mejor posible a mi ropa interior.
Me di cuenta de que sería una proeza sacarlo lo suficientemente rápido si me atacaban. Tendría que pensar algo cuando volviera a la habitación. Eché un último vistazo a la cocina por si había algo más que pudiera servir para protegerme. Estaba a punto de marcharme cuando una voz profunda resonó a mis espaldas.
—Me preguntaste qué quería de ti.
Sentí que la sangre abandonaba mi cabeza al girarme y encontrarme cara a cara con Hécate . Estaba de pie junto al marco de la puerta, con los brazos cruzados sobre su pecho.
No estaba acostumbrada a que se me acercaran a hurtadillas. Aparentemente, los vampiros poseían un gran sigilo.
No tenía ni idea de cuánto tiempo llevaba vigilándome. Recé para que no hubiera visto el cuchillo. Si lo había visto, no había reaccionado... todavía. Me quedé mirándolo fijamente, intentando descifrar su expresión.
—¿Qué? —tartamudeé, aunque no estaba segura de estar preparada para oír la respuesta.
—Si sigues mirándome de esa manera voy a llegar a la conclusión de que te gusto.
—No seas mentiroso, yo no te estaba mirando.
—Oye, no te enfades, en verdad no me importa. Aunque...yo también te miro.
Entró en la cocina y dio una palmada en la mesa, dejando tras de sí el teléfono celular. El mismo que vi cuando se lo dio Zots .
—Enséñame a usar esto.
Con el corazón todavía martilleándome el pecho, supuse que tendría que estar agradecida por su respuesta. Bajé la vista hacia el teléfono y luego hacia su gran mano, que descansaba sobre la mesa a escasos centímetros de este.
Volví la mirada a sus centelleantes ojos azules, dudando. Me preguntaba qué ocurriría si rehusaba cumplir su petición. Pero no me pareció inteligente hacerlo. Lo que más me interesaba era congraciarme con él durante tanto tiempo como me fuera posible.
Tragué saliva y tomé el teléfono, intentando ocultar el temblor de mis manos al recogerlo y examinarlo. Hécate acercó un taburete y se sentó frente a mí, vigilándome de cerca.
Era difícil concentrarse en algo con esos ojos fijos en mí. Tuve que desentrañar cómo se usaba el dispositivo antes de enseñarle a él. Ni siquiera estaba segura de la marca del teléfono. No tenía ningún logotipo. En casa yo tenía un iPhone y no estaba acostumbrada a usar otras marcas. Sin embargo, resultó ser un smartphone y no fue difícil aprender a usarlo.
Me acerqué a la mesa que estaba a su lado, y los dedos me temblaron cuando apunté al botón de encendido.
—Pulsa este botón para encenderlo y apagarlo. —Se lo mostré mientras continuaba. Cuando apareció la pantalla de inicio, señalé el icono del teléfono que estaba en la esquina inferior derecha de la pantalla—. Es un dispositivo de telecomunicación, y si pulsas...
Mi voz se apagó cuando comprendí lo estúpida que era por no haberme dado cuenta antes.

Tengo un maldito teléfono en la mano.
Hécate no tiene ni idea de cómo se usa esta cosa. Nació en el siglo diecisiete, por Dios. A lo mejor puedo ponerme en contacto con alguien capaz de rastrear mi ubicación.
—Un momento —dije—. Nunca he usado ninguno de esta marca...
Pasé los dedos por las teclas. No tenía ni idea de dónde estaba esta isla. No sabía qué código de área tenía. No tenía más elección que probar lo que fuera. Probablemente solo tendría una oportunidad antes de que Hécate se diera cuenta de lo que estaba intentando. Tenía que elegir de forma inteligente el número que iba a marcar.
Podía llamar a Rayan y rezar para que contestara.

Me recosté en la silla para que Hécate no pudiera ver la pantalla y simulé estudiarla. Marqué el número y pulsé llamar. Me lo puse al oído, e inmediatamente un estridente pitido me martilleó los tímpanos. No había línea. Probé con mi propio número. Tampoco.
Maldije para mis adentros.
«A lo mejor el "hechizo" del que hablaba Hécate también impide la comunicación con el mundo exterior».
Estaba muy decepcionada. El rayo de esperanza que había nacido en mí había sido tan real, tan tangible, que ya me había imaginado escapando... Habría helicópteros de policía descendiendo sobre Asgard y sacándonos a mí y a las chicas fuera de allí para llevarnos a la seguridad de nuestras casas.
Me pareció que Hécate había notado la decepción en mi cara. Arqueó las cejas.
Aunque lo único que deseaba era romper a llorar, me obligué a recobrar la compostura y continué enseñándole cómo usarlo.
De nuevo me concentré en el teléfono para que Hécate no pudiera ver las lágrimas que pujaban por salir. Le enseñé cómo hacer llamadas, porque ya había unos cuantos contactos en el teléfono. Le mostré la función de texto y cómo acceder al buzón de voz.
Se mantuvo en un silencio tal durante mi demostración que al final
levanté la vista, preguntándome si realmente me estaba escuchando.
Lancé un suspiro de frustración al comprobar que no estaba prestando la más mínima atención a lo que le estaba mostrando. Tenía los ojos fijos en mi cara, exactamente igual que cuando bajé la vista por primera vez hacia el teléfono. Me pareció que no se había enterado de una sola palabra.
—¿Me estás prestando atención?
—Si, siempre tienes toda mi atención mi ángel.
Empujé el teléfono hacia él.
—Bien, entonces muéstrame lo que te acabo de enseñar.
Temblé cuando sus fríos dedos acariciaron los míos al tomar el teléfono. Lo encendió como le había enseñado, y después fue cambiando entre las funciones de marcación, texto y buzón de voz.
Aprendía rápido.
Creía que no había nada más que enseñarle del teléfono. Me imaginaba que no encontraría útiles las fotos o los juegos.
—No hay mucho más que pueda enseñarte —dije. Todavía sentía vivamente el cuchillo bajo mi vestido e hice un movimiento para levantarme.
—¿Te gusta leer? —preguntó de repente.
Fruncí el ceño.
—Sí... ¿Por qué?
Me tomó la mano, envolviéndola con la suya, y me sacó de la habitación. Tuve que trotar para mantenerme a su paso mientras me conducía de habitación en habitación. Cuando llegamos al final de un corredor de cristal, se detuvo en una puerta. Al abrirla, hizo un gesto con la cabeza indicándome que entrara y dio un paso atrás.
Mirándole con precaución, pasé al interior. Ahogué un grito en la garganta. Me encontraba en una biblioteca bellamente amueblada. No había ni un centímetro libre en las paredes. Estaban cubiertas de estantes de libros. Me quedé de pie en el centro de la sala, sin habla, absorbiendo su belleza.
—Toma lo que quieras. Son para ti —Su voz sonó muy cerca de mí. Me giré para comprobar que había entrado y contemplaba mi reacción.
Lo miré tímidamente, y luego me volví hacia las estanterías. Caminé hacia ellas, deslizando los dedos por los polvorientos lomos de los libros. La mayoría eran clásicos. De no ficción había varios libros de tecnología.

Supuse que Alani los había puesto allí para ayudar a Hécate a ponerse al día con la época moderna.
No creía que mi mente se encontrara en un estado que me permitiera concentrarme lo suficiente en un libro pero, aún así, estaba agradecida. Si lograba centrarme en las palabras de la página, eso me ayudaría a pasar el tiempo. No me sentiría tan sola en ese gran dormitorio.
Cuando hube elegido los libros que quería, salí de la biblioteca y, como Hécate no protestó, me apresuré a volver a mi habitación.
Después de cerrar la puerta con llave, apilé los libros en la cama. Saqué el cuchillo de mi ropa interior y lo coloqué sobre el colchón. Quité la funda para comprobar su filo. Mientras volvía a revolver en los armarios, esta vez buscando un cinturón, no pude evitar preguntarme si al fin y al cabo necesitaría el cuchillo para defenderme de Hécate .

LA ISLA DE LOS SINSENTIDOS( +18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora