Hécate

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Lora era perfecta.
No podía dejar de mirarla mientras entraba con Agnes en su dormitorio, con su brazo alrededor de la cintura de la otra chica, susurrándole al oído palabras de consuelo aunque ella tuviera tantos —si no más— motivos para estar aterrorizada.
Cuando desapareció en la habitación, sacudí la cabeza tratando de salir del trance que me había provocado ese sencillo gesto.
Verla llamar a mi puerta me había conmocionado. Al principio no entendía por qué lo había hecho. Pero debería haber sospechado que había sido porque el llanto de Agnes la había alterado.
Me preguntaba qué habría pensado antes de cerrar la puerta. No sabía qué tenían sus ojos. Había algo distinto en la forma en la que me miraba, en comparación con las otras chicas. Con incertidumbre, sí. Pero no con miedo exactamente. Era más como una curiosidad morbosa.
Me preguntaba por qué.
Volví a la cama, aunque no tenía deseos de dormir. Me quedé mirando el techo.
Al día siguiente, Alani vendría a por mí y de nuevo me vería envuelto en los asuntos de la isla. De vuelta a la vida de la que había tratado de escapar.
Descubrí que el pensamiento de dejar sola a Lora durante horas en la casa del árbol me producía gran ansiedad. Dudaba que ninguno de los guardias le hiciera daño, no después de haber convertido a Enzo en un ejemplo. Pero la idea de que le ocurriera algo malo me preocupaba. Todavía no estaba convencido de que no volvería a intentar escapar.
Puede que mis guardias fueran leales, mis pensamientos volaron hacia mi hermano, y otra vez me sentí hervir de ira por la forma en que se comía a Lora con los ojos. Había aceptado que Lora era su regalo para mí. Pero no descartaba que, a pesar de ello, intentara algo con ella.
Lora era tan sensible. Solo hacía falta un vampiro para fulminarla y la perdería para siempre.
De repente, me pareció que ella era lo más valioso que poseía o que había poseído jamás. Y, sin embargo, no tenía elección. Debía cumplir mis obligaciones en la isla. No podía aplazarlo más tiempo.
Una solución se abrió paso en mi mente durante las primeras horas de la madrugada. Y, cuando surgió, me pregunté cómo no se me había ocurrido antes. Ciertamente, no era un plan, pero al menos la ayudaría. Podría respirar algo más tranquilo cuando no la tuviera a la vista.
Hice una mueca al imaginar lo que pensarían mi padre y mis hermanos por permitir que la idea siquiera se me pasara por la cabeza. Pero no me importaba lo que pensaran. Era mía y la tenía que proteger.

LA ISLA DE LOS SINSENTIDOS( +18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora