Regla 1

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Después de la muerte del difunto Rey Uther Pendragon, como todo estaba previsto, su hijo, el joven príncipe Arturo Pendragon había ascendido al trono y con ello grandes cambios en muchas cosas respecto al reino, pero algunas más significativas se habían realizado dentro de los muros del palacio. Pues ahora, que el reinado del terror del antiguo rey había acabado, la mayoría de la servidumbre podía relajar más sus hombros y asistía alegremente a realizar sus trabajos habituales, solo que existían ciertas cosas que aún los hacía poner los pelos de puntas. Fue así, como después de algunas veces de haber vivido de aquello, todos quienes frecuentaba el castillo sabían que hacer en ciertas situaciones.


El sol del atardecer abrazaba todo Camelot con fuerza dejando ver los primeros días de la temporada de verano, el día disponía de un perfecto clima para que los caballeros acompañarán a su rey a un día de caza y así había sido.

Los caballeros de la mesa redonda habían comenzado a alistar sus cosas desde temprano. Por ende, nadie de la servidumbre se sorprendió cuando vieron al joven siervo del su Rey, Merlín, correr de una lado para otro alistando sus propias cosas y las de su amo para el día de caza, afortunadamente algunas sirvientas habían ayudado al pobre sirviente con sus ajetreadas tareas, no fue hasta que el Rey apareció que las muchachas que había estado socorriendo se alejaron haciéndose las desentendidas. Merlín terminó haciendo todo lo necesario, antes de salir junto a los demás al día de caza.

Todos rezaron para darle buena fortuna al rey y trajera buenas presas.

Cuando los caballos galopando se escucharon, 5 horas después, más de un sirviente se acercó a las ventanas para ver llegar a los hombres en armaduras quienes serían, obviamente, encabezados por su rey, pero grande fue su sorpresa al ver en primer lugar al joven sirviente entrar primero cabalgando velozmente, ni bien bajó del caballo dejó las riendas al primero que vio y se alejo a pasos rápidos para perderse entre los pasillos del palacio mientras cargaba con una expresión de tristeza en su rostro.

Fue obvio que más de uno quedó consternado, más cuando vieron a los caballeros de la mesa redonda y a su Rey llegar un par de minutos después.

El antiguo príncipe hizo casi lo mismo que su sirviente, solo que este grito la orden de bajar las presas con una voz que hizo temblar a más de uno, sonaba mucho más que enojado y los fieles caballeros fueron vistos ponerse realmente tensos ante la situación.

Nadie preguntó nada, solo la única persona que fue capaz de acercarse a los caballeros fue la doncella Gwen, mientras la servidumbre se mostraba atenta a las expresiones de la mujer, pero aquello no reveló mucho.

Un sirviente que pasaba por un pasillo iba distraído en intentar ver por las ventanas hacia donde estaban observando otras sirvientas que no vio la figura imponente que se acerca en su dirección a pasos fuertes, no fue hasta que su cuerpo se estrelló con el del Rey que se desequilibrio y cayó tirando la charola con los cubiertos al suelo. Todo aquel cuchicheo de antes se detuvo y voltearon a ver la escena.

El sirviente al voltear hacia arriba se encontró con los ojos en llamas del monarca, quien apretaba los puños hasta volver sus nudillos blancos.

No hubo quien no detuvo la respiración.

-¡Eres un idiota!, ¡¿Oh acaso tus malditos ojos no vieron que venía hacia acá?!

Se oyó gritar con furia al rey Arturo. Seguidamente se le vio patear platos y vasos que habían en el suelo.

Mientras aquella escena pasaba vieron a la doncella y caballeros, que antes conversaban en el patio llegar al principio del pasillo con una expresión de consternación.

-¡Si no quieres terminar en el calabozo será mejor que todas las caballerizas estén limpias para antes del amanecer!

Volvió a gritar en la cara al sirviente que solo tenía la cabeza baja, después su vista se dirigió a la demás servidumbre que veía todo el espectáculo.

-¡Y pobre de aquel que se atreva a ayudarlo, o será quien pase días en el calabozo!

Sin más, el rey retomo su camino a paso fuerte y está vez nadie se interpuso en su trayecto; nadie pudo acercarse al sirviente que lloraba en el suelo por temor a cualquier posible consecuencia.

Aquel momento rápidamente se extendió como pólvora por todo el castillo, claro que como teléfono descompuesto, hubieron modificaciones como que el monarca había apuntado con su espada al sirviente o que había mencionado la ejecución.

Toda persona del castillo no volvió a ver al rey después de eso, de hecho, tampoco volvieron a ver al joven sirviente del mismo, al primero nadie quería verlo y al segundo lo intentaron buscar para preguntarle al respecto pero nadie lo encontró; bueno, si, hubo un guardia que lo vio caminar por el pasillo en dirección al cuarto del monarca a mitad de la noche, pero una vez entro a los aposentos del mismo ya no se supo nada de él.

No fue hasta el día siguiente cuando volvieron a ver al antiguo príncipe y, en contrá de lo que creían, ya no tenía rastro alguno de aquella expresión de furia en su rostro, de hecho, parecía más relajado, con una sonrisa en sus labios y un brillo en sus ojos, aunque claro, sin poder faltar, su fiel sirviente a un lado de él, con la misma expresión.


Después de aquella vez, hubo algunas otras veces similares y gracias a ello se instauró la primera regla dentro de los muros del castillo.

1. Si se escuchan las fuertes pisadas del Rey por los pasillos, será mejor que corras a la pared más cercana y no te muevas por nada del mundo, nadie deberá interponerse en el camino de su alteza si no quiere pasar una noche entera limpiando las caballerizas.

Las Reglas del ReyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora