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Y es que estás lleno de sombras,
y ensombreciste la casa.
El nido estaba caliente
y acabó por enfriarse...

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    Cuando Park Jimin encontró su vocación tenía apenas diez años. Y el evento que arrojó luz sobre tal fue una tragedia, como lo es siempre la muerte en los indefensos. Aun así, este puntapié desafortunado envió a Jimin en la dirección certera de su pasión: la ciencia paleontológica. La idea de que los elementos orgánicos e inorgánicos pudieran dar prospecto de los tiempos precedentes lograba en Jimin completa admiración. Lastimosamente, nadie compartía su fascinación por desenterrar el pasado ni por intentar predecir a partir de cada hallazgo piezas de valor histórico. Por tal razón, fue burlado y, en el mejor de los casos, ignorado. No así por su padre, quien con severidad le demostró cuán decepcionado estaba por su "capricho" de estudiar una disciplina inservible y con escasa recompensa monetaria.
Años después, la opinión de su padre se mantiene. Al igual que la suya por continuar buscando en la tierra la vida que los antecedió. ¿Cómo podría extirpar esa sensación poderosa y extasiante que emerge ante sus descubrimientos? Incluso si pocos fueron, todavía lo mantienen exudando un asqueante regocijo que alimenta el enfado de su envejecido y enfermo padre. No que la condición de este, enclenque y por momentos delirante, mitigue la fuerza de sus golpizas. No obstante, trabajar en paleontología también era un método efectivo para lidiar con los problemas en casa.

Cuando Park Jiho, su progenitor, lo encontraba alistando sus herramientas enloquecía. Hoy no fue la excepción. Su madre huyó a la tienda y él no pudo culparla. Al contrario, sintió alivio de que no presenciara ni siquiera el primer golpe que cayó sobre su rostro. Jimin los había resistido hasta que notó que su padre se esforzó demasiado y comenzó a toser sin poder detenerse. Lo ayudó a recostarse otra vez, le preparó un té y le entregó el dinero que recibió por sus últimas ventas.

No bastó para calmarlo, por desgracia. Jiho no había reconocido ni su ayuda y continuó despotricando sobre el mismo tópico que los enfrenta hasta que cerró la puerta. Podría haberle dicho a su padre que era un paleontólogo con cierto reconocimiento desde que halló restos casi por completos de un ave extinta hace mil años. Aunque callar también era una manera de evitar decirle que por solo encontrar un único espécimen no se lo tomaba muy en cuenta en la Sociedad de Paleontología de Busán.


Antes de salir de casa, no tuvo coraje para verse al espejo. No era necesario, podía imaginar el pintoresco cuadro del regaño de su padre. Oía aún el eco de sus reclamos. Esa voz tan áspera poco a poco se fundió con aquella que habita en su mente. Y entonces las afirmaciones de su imbecilidad, su incordiante existencia, la inservible profesión que ejerce fueron pronunciadas por él. Adoptadas. Un discurso ajeno hecho suyo. Encarnado hasta doler como un autoflagelo merecido.

Dormiría en la playa, tal vez. No podía aguantar otra noche oyendo los quejidos de su padre, los insultos a su madre y a él, pero lo peor era abandonar el puesto que señalizó y donde mantiene la esperanza de encontrar algo de interés científico. Las rocas del periodo ilúrico no atraían a los miembros de la asociación, apenas sí a los turistas. Aquellos que venían exclusivamente porque las noticias dijeron que había fósiles de dinosaurios en Busán. Y que un muchacho –ni siquiera se le reconoció como profesional— lo descubrió mientras paseaba por la playa. Pero al menos había vendido rocas, huesos de animales –que pudo alterar para pretender que eran fósiles— y hasta concedió entrevistas para conseguir subvencionar su membresía de paleontología.

Llegando a la playa, se alegró de que los grupos de turistas aficionados no reanudarán la búsqueda de dinosaurios. Estropeaban el terreno y, aunque hallaran algo valor científico, lo más probable era que no supieran manejar el objeto y acaben por dañarlo. No había tenido que lidiar con curiosos ignorantes por semanas. Lo que, en retrospectiva, fue también pérdida para su tienda. Con los incrédulos compradores de huesos, habían comido cada día sin saltearse cena o almuerzo; pudo ofrecer medicinas a la enfermedad incurable y agonizante de su padre; también obsequiarle a su madre ropas y descanso de trabajos de lavandería o limpieza.

Un hallazgo extraordinario [Jinmin]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora