Nueva York era increíble, hecha de sueños de una infancia pasada queriendo estar fuera de Lima. Por fin podía ser libre para ser él mismo. Aquí podría ser lo que su madre siempre lo había alentado a ser. A Kurt le encantó desde el primer día, a pesar del ruido, del flujo constante de personas y del hecho de que llegaba irremediablemente tarde a sus primeras clases. Pero Nueva York era... era una ciudad mágica.
Justo cuando pensaba que Nueva York no podía ser más perfecta, se topó con él...
Fue un día de lluvia, la humedad hacía que su cabello luciera particularmente desagradable, y una vez que terminaron las clases, Kurt buscó el refugio de la pequeña cafetería justo fuera del campus.
Estaba esperando en la fila cuando lo vio, sentado en el rincón más alejado, con un libro abierto delante de él y un par de gafas posadas graciosamente en la punta de su nariz.
Había pasado mucho tiempo desde la última vez que Kurt había pensado que un chico era lindo, y definitivamente el tipo inmerso en su libro era lo más lindo que había visto en su vida. Parpadeando de vuelta a la realidad, ordenó su café moka light y ocupó todo el tiempo que se tardaron en entregarle su orden lanzando miradas discretas al chico del rincón. Kurt notó que se mordía el labio inferior de vez en cuando, probablemente a manera de concentración. No podía dejar de pensar en que el extraño tenía unos labios hermosos, carnosos y seguramente suaves.
Sosteniendo su taza un poco más fuerte, se dirigió a su mesa de siempre junto a la ventana, justo al lado del bellísimo lector. Al sentarse, el joven levantó la mirada y Kurt no pudo dejar de mirarlo. Sus ojos eran grandes, incluso detrás de los lentes, cálidos y del color del caramelo, o del café con leche. El chico sonrió y el corazón de Kurt revoloteó como alas de mariposa. Se obligó a sonreír de nuevo, sabiendo que sus mejillas debían estar completamente rojas.
- Hola.
Kurt parpadeó, la voz del chico era cálida al igual que sus ojos, suave y rica, Kurt pensó que sería un cantante perfecto.
- Ho-hola.
Y de verdad que deseaba no haber tartamudeado, pero estas cosas no le sucedían a él: hombres hermosos mirándolo y hablandole a él de esa manera. Definitivamente no era usual.
- Eres estudiante de TISCH, ¿verdad?
Kurt levantó una ceja.
- Sí. Diseño de vestuario.
La sonrisa del extraño se hizo más grande.
- ¡Lo sabía!
- ¿Quieres decir que me conoces?
- Bueno, yo estudio Escritura de Teatro Musical y te he visto pasear por los pasillos del campus, desde el inicio del semestre... unas cuantas veces.
Las mejillas del chico se tornaban más rojas y su voz era apenas un susurro cuando volvió a hablar.- Tú... no eres fácil de olvidar...
Los dedos de Kurt se asieron con más fuerza alrededor de la taza, no sabía cómo interpretar las palabras del chico. En Lima Kurt había sido blanco de miradas de desprecio mientras caminaba por los pasillos de McKinley, siempre destacando, siempre diferente.
El joven debió haber adivinado lo que estaba pensando, porque sus ojos se abrieron como platos y sacudió la cabeza con fuerza, sus rizos rebotando ligeramente.
- Oh no, yo no lo dije en mal sentido. Es sólo que... bueno, eres hermoso.
La boca de Kurt se abrió, y por un instante estaba seguro de que había perdido el control de todo su cuerpo. El chico se pasó una mano por el cabello negro azabache y gimió suavemente.
- Oh Dios, ahora seguramente pensarás que soy una especie de loco. Te juro que no soy un acosador, y lo siento, tiendo a dejar escapar las cosas sin pensar, y...
Era adorable, todo sonrojado y confundido y Kurt no pudo contener una sonrisa.
- No, no te preocupes. Sólo... me tomó por sorpresa, eso es todo.
El hombre le dedicó una sonrisa de alivio antes de bajar la mirada otra vez. Kurt centró su atención en la parte inferior de la taza, deseando que su corazón se desacelerara. Cuando levantó la mirada de nuevo, el chico lo miraba.
- Este... ¿te importa si me siento contigo?
Kurt trató de responder, pero su lengua no parecía cooperar, así que se limitó a asentir. El desconocido recogió su libro y su taza y se levantó de su mesa. Kurt le echó una mirada a la chaqueta roja y al corbatín azul que llevaba puesto. Adorable y al mismo tiempo tan precioso que Kurt casi no podía creer que fuera real.
- Soy Blaine, por cierto.
Kurt miró la mano bronceada del chico. Se sintió cálida y firme en cuanto él la tomó.
- Soy Kurt. Encantado de conocerte.
Era fácil perder la noción del tiempo hablando con Blaine, era divertido y brillante, y sonreía con la fuerza de diez soles. Desde que llegó a Nueva York y comenzó a asistir a TISCH había conocido a gente como él, con los sueños demasiado grandes como para ser contenidos, que habían comenzado a leer Vogue tan pronto como se enteraron de su existencia, que amaban a Broadway con pasión. Pero Blaine era como nadie que jamás había conocido. Hablaba acerca de la música con una pasión tranquila, sus ojos brillando con la fuerza de esa pasión. Hablaba de ello como si fuera parte de él, y cuanto más conversaban, más descubría Kurt que quería conocer a Blaine. Para descubrir cómo había sido cuando estaba creciendo, y cuáles habían sido sus verdaderos sueños. Daba miedo de alguna manera, después de haber sido siempre tan hermético cuando se trataba de sí mismo, de su pasado y de sus deseos más profundos, casi con miedo de que el mundo pudiera romperlos. Y aún tenía miedo, sobre todo después de que ya había enfrentado la realidad al no conseguir entrar a NYADA, y haber tenido que rehacer un nuevo camino por sí mismo.
Cuando Blaine le dijo que solía formar parte del coro de su escuela y que en ese entonces su sueño más grande había sido convertirse en un exitoso cantante, Kurt no pudo evitar una pequeña sonrisa triste.
- ¿He dicho algo malo?
Kurt negó con la cabeza.
- No, en lo absoluto. Es sólo que el canto también era mi sueño.
Blaine asintió y sonrió.
- Mi abuela solía decir que lo interesante de los sueños es que pueden cambiar, pero seguir llenos de magia.
Kurt tomó un sorbo de su café ya frío. Su corazón se sentía extrañamente ligero.
...
Caminando de regreso a su apartamento, con el número de Blaine guardado en su teléfono móvil y con el calor de su mano aún cosquilleando en la suya, Kurt pensó que Blaine era exactamente la persona que había estado esperando cuando él todavía estaba en Lima, un niño soñando con un novio amable y cariñoso.
Aunque sabía que no era prudente enamorarse de alguien que acababa de conocer, eso no cambiaba el hecho de que había pasado todo el viaje en el tren sonriendo hacia los túneles a través de las ventanas, con la esperanza de encontrarse con Blaine en el campus al siguiente día.
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Del Mismo Material Que Los Sueños
FanfictionBlaine y Kurt viven felices en Nueva York aún sin conocerse, pero algo les falta. Kurt entra en su cafetería favorita cuando de pronto lo ve. El chico del rincón es la cosa más hermosa que jamás haya visto.