Kurt bajó las escaleras de dos en dos; odiaba llegar tarde, pero meter toda la ropa que necesitaría dentro de su maleta le llevó más tiempo de lo esperado. Iba a ser su primer Año Nuevo como un neoyorquino, nunca más atado a Lima y quería lucir fabuloso. Mientras caminaba por la calle hacia la estación del tren, sus pensamientos obedientemente fueron de nueva cuenta hacia Blaine.
Siempre había pasado la mayor parte de su tiempo soñando, desde que era un niño y jugaba en el jardín trasero, imaginando vivir en un castillo con un príncipe a su lado o, más tarde, soñando con el día en que su madre se despertara y estuviera allí, bella y dulce como siempre. Había mantenido sus sueños cuando estaba en la secundaria, soñando con luces brillantes y carteleras teatrales, soñando con ropa fabulosa y un amor lo suficientemente grande como para dejar de preocuparse por el mundo entero.
Antes de conocer a Blaine, no se había percatado de lo mucho que había dejado de lado esos sueños, guardándolos donde atesoraba esas cosas que eran demasiado valiosas para ver la luz, justo al lado del débil recuerdo de la sonrisa de su madre. Conocerlo también lo había llevado a revelar algunas cicatrices, y Kurt se había visto obligado a mirarlas, y aceptar que estaban allí, pero sin impedirle soñar mucho más allá de lo imposible.
Ahora la mayoría de sus sueños -si no es que la totalidad de ellos- parecían girar también en torno a Blaine. Había tanto cosas pequeñas, como fantasear con paseos románticos en Central Park; como cosas más grandes, como soñar con un futuro juntos, despertar al lado del otro en la mañana y besarse sobre la mesa de la cocina que habían comprados juntos.
Cuando Blaine le pidió que se vieran antes de volar a casa, Kurt no pudo negar la forma en que su corazón enloqueció y latió descontroladamente. De pie en el tren subterráneo, se aferró más firmemente al pasamanos, repitiéndose a sí mismo que no debía esperar nada. Él no debía estar esperando que algo sucediera con su amistad, y que ésta se transformara en algo más. Sin embargo, algo en su interior iba creciendo cada mañana en que Blaine le recordaba que se sabía su orden de café de memoria, con cada sonrisa tímida, con cada sueño de piel bronceada y labios suaves que lo dejaban dolorido.
Blaine le había dicho que se verían en el Obelisco de Central Park y Kurt corrió a lo largo del camino; el suelo estaba todavía cubierto de nieve aquí y allá, y reflejaba la luz anaranjada de las farolas, haciendo que pareciera como si hubiera algo oculto bajo la superficie, ardiendo suavemente. Kurt pensó que parecía un sueño, o uno de esos cuentos de hadas que su madre solía leerle por la noche antes de dormir. El corazón de Kurt golpeaba contra su pecho, lleno de deseos de ver a Blaine.
Le desagradaba la idea de no ver a Blaine durante dos semanas, igual que detestaba imaginar a Blaine pasando Navidad en su casa... solo, teniendo que enfrentar miles de horas con su padre paseando alrededor, siendo cuidadoso de no mencionar nada respecto a que su hijo era gay.
La primera vez que Blaine le habló de cómo salió del closet y de la manera en que su padre lo había tratado desde entonces, Kurt estaba enjuagando fresas para prepararle un postre a Blaine. Tal fue su molestia que las había apretado tan fuerte que terminó derramando pulpa roja en sus dedos. Había dado un pequeño grito y Blaine se había acercado; no lo miró, pero le ayudó a limpiar sus manos. Kurt todavía podía recordar la sensación de la firmeza de los dedos de Blaine en torno a los suyos.
Ese día, Kurt le había dicho que no tenía nada de malo enojarse de vez en cuando, y que forzarse a sí mismo a ser feliz y optimista en todo momento, tarde o temprano lo agotaría. Blaine se había acercado más a él en el sofá y había tomado su mano. Kurt la había apretado firmemente. Conmigo puedes ser libre y ser tú mismo, aquí estaré. Cuando no tengas fuerzas para seguir, yo sostendré tu mano y te guiaré. Cuando el mundo se ponga muy duro, te cubriré y recibiré los golpes por ti.
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Del Mismo Material Que Los Sueños
FanfictionBlaine y Kurt viven felices en Nueva York aún sin conocerse, pero algo les falta. Kurt entra en su cafetería favorita cuando de pronto lo ve. El chico del rincón es la cosa más hermosa que jamás haya visto.