Rescoldos de esperanza

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Débiles rayos de sol iluminaban la sala. Esa mañana la señora Hale se sentía un poco mejor y se había acomodado en una confortable silla en compañía de su esposo. Margaret se sentó cerca de la ventana para aprovechar la luz matutina mientras leía. Pocos minutos antes había llegado el señor Bell, viejo amigo de la familia.
- ¡Qué amable el señor Thornton! La fruta más espléndida que he visto en el condado - exclamó débilmente la señora Hale admirando el cesto rebosante de frutas de aspecto delicioso que se encontraba sobre la mesa. Extendió su pálida mano y tomó el sobre que había junto al cesto. Sacó el papel que se hallaba en su interior y, luego de leerlo brevemente, comentó: - Y una tarjeta, escrita de su puño y letra. Siempre ha sido muy civilizado y cabal. Pero no hubiera pensado que tuviera tiempo. Ha tenido muchos problemas con ese jaleo...
Las palabras de la señora Hale fueron interrumpidas por un acceso de tos. Su esposo se acercó inmediatamente para asistirla.
- Y deja un saludo para ti, querida - dijo el señor Hale.
La señora Hale asintió débilmente y, una vez recuperado el aliento, observó a su hija.
- Margaret, debes visitar Marlborough Mills y después de preguntar por la señora Thornton agradecerle al señor Thornton su detalle.
Margaret apoyó en su regazo el libro que sostenía entre sus manos temblorosas. Levantó la vista hacia su madre mientras intentaba calmar la inquietud que la había invadido al oírla mencionar el nombre del señor Thornton. Había pasado las últimas noches en vela recordando lo sucedido el día posterior a la revuelta durante su inesperada visita.
- Estoy segura de que una nota estará bien, mamá - respondió, intentando encontrar una manera de evadir el pedido de su madre. Volvió a levantar el libro para esconder parcialmente su rostro encendido de la mirada atenta del señor Bell.
- Vi a Thornton hoy en la calle - expresó el señor Bell, sin dejar de mirar a Margaret mientras hablaba -. No parecía tan controlado como siempre.
-¿De veras? - dijo el señor Hale, extrañado al escuchar sus palabras.
- Parecía muy distraído esta mañana - respondió el señor Bell -. Pienso que debe haber ido de visita por aquí cerca.
Incapaz de simular durante más tiempo su estado de nerviosismo, Margaret cerró su libro y se levantó de su asiento.
-Perdonadme, debo hablar con Dixon sobre ciertos asuntos de la casa - se excusó, abandonando la habitación.
Subió presurosa los peldaños de la escalera y entró en su dormitorio. Se acercó a la cama y se arrojó sobre ella, escondiendo el rostro en la almohada.
El pedido de su madre de visitar la casa de los Thornton la había tomado desprevenida. En ese momento se sentía incapaz de estar en presencia del señor Thornton luego de lo que había sucedido entre ambos.
"La amo como no creo que hombre alguno haya amado nunca a una mujer". Las palabras pronunciadas por el señor Thornton se repetían una y otra vez como una letanía. La ferviente e inesperada declaración del señor Thornton le había provocado un profundo impacto y ella había rechazado su propuesta segura de que John había actuado así para proteger su reputación de las habladurías de los sirvientes que la habían visto sujetándose a su amo para evitar que fuera herido por los proyectiles arrojados por los obreros iracundos. "Mamá está segura de que ella se ha fijado en John" había dicho Fanny a su criada cuando pensaban que Margaret yacía desvanecida en el sofá y no podía oírlas.
Se incorporó en la cama y cubrió su rostro ruborizado con las manos.
El señor Thornton se había comportado de un modo tan amable, interesándose por su madre enferma y llevándole fruta de la mejor frutería de Milton. Margaret no había estado presente durante su visita pero sabía que un encuentro entre ambos era inevitable. ¡Oh, Dios! ¿Cómo podría volver a mirarlo luego de la forma en que se había marchado aquella mañana, herido por su duro rechazo?
Estaba segura que su madre insistiría en que Margaret agradeciera el considerado gesto que había tenido el señor Thornton para con ella y decidió no seguir postergando el inexorable asunto. Con lentitud se incorporó de la cama y se acomodó los mechones rebeldes que habían escapado de su peinado recogido. Luego tomó el chal y abrió la puerta con determinación.
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John repasó las cifras que acababa de escribir y, al notar que nuevamente se había equivocado, apartó la hoja con frustración y dejó a un lado la pluma. Se puso de pie y se acercó a la ventana de su despacho que daba al patio de entrada de la fábrica. Cerró los ojos y oprimió la sien con su mano en un vano intento de apartar a Margaret de sus pensamientos.
"Usted no me gusta y nunca me gustará". Esas palabras hirientes habían hecho añicos su sueño más preciado. Se reprochó una vez más su impulsiva declaración pero el intenso amor que sentía por Margaret y lo sucedido durante la revuelta en la que ella había resultado herida le habían llevado a actuar precipitadamente. Y allí estaba él, con el alma desgarrada por el profundo dolor del rechazo. Se había dicho a sí mismo que llevar fruta a la señora Hale era algo que hacía como una atención a la esposa enferma de un amigo. Pero debía enfrentar la verdad: a pesar del despiadado rechazo de Margaret, en cada visita a la casa de la calle Crampton esperaba poder ver, aunque sea desde lejos, a la mujer que se había adueñado de sus anhelos y esperanzas.
¿Por qué no podría enamorarme así de la señorita Latimer?, se preguntó con frustración. Sabía que Ann lo aceptaría inmediatamente si le propusiera matrimonio y su madre seguramente aprobaría exultante esa unión. Pero el corazón no entiende de razones y debía aprender a vivir con el amargo hecho de no ser correspondido por la mujer amada.
Al abrir los ojos con resignación, un lento movimiento en el patio llamó su atención. Allí, como si su mente la hubiera conjurado, estaba la única dama que consideraba digna de su amor.
Margaret avanzó por el patio desierto y se arrebujó con el chal cuando una ráfaga de viento sopló de repente. Inspiró profundamente armándose de valor a medida que se acercaba a la entrada de la casa de los Thornton.
-Señorita Hale - pronunció una gruesa voz a su espalda.
Margaret giró con lentitud y observó la alta y oscura figura del hombre que se acercaba desde la fábrica.
-Señor Thornton - dijo a modo de saludo, al tiempo que inclinaba lentamente la cabeza.
John aguardó en silencio.
-Espero que su madre y su hermana se encuentren bien - expresó Margaret con cierto nerviosismo. Su mirada se posó un breve instante en el rostro masculino y luego miró hacia abajo, mientras aguardaba su respuesta.
-Ambas están bien - respondió él -. Lamento que no estén en casa para recibirla. Fanny y mi madre han ido a la modista y tardarán un buen rato en regresar.
Margaret asintió brevemente y luego alzó sus ojos claros mientras decía: - Señor Thornton, he venido también a agradecerle el amable gesto que ha tenido hacia mi madre. Las frutas que ha llevado le han sentado muy bien. Con la fiebre persistente que tiene, le apetece mucho la fruta.
Me alegra mucho saber que le han gustado a su madre, señorita Hale - respondió John -. Como el doctor Donaldson me comentó al respecto cuando lo encontré a la salida del juzgado, me he tomado la libertad de llevarle un poco, esperando que fueran de su agrado.
Los ojos oscuros del señor Thornton la observaron durante unos breves segundos. Sabía que lo sucedido entre ambos los dejaba en una situación de cierta incomodidad y, al notar el nerviosismo que Margaret intentaba ocultar, John apartó la mirada. Estar tan cerca de ella y saberse no correspondido le producía un hondo sufrimiento así que dio varios pasos alejándose de Margaret.
-Señor Thornton - lo llamó ella con voz suave -, quería decirle que agradezco todo lo que hace por mi familia. Mi padre es muy afortunado de tenerlo a usted como amigo.
-Su padre es una persona a quien aprecio mucho, señorita Hale - dijo, mirando hacia la fábrica para evitar que sus ojos volvieran a posarse sobre ella.
Margaret permaneció en silencio. Sabía que el señor Thornton estaba dolido por las palabras con las que ella había respondido a su propuesta. Desesperada, su mente buscaba la manera de hallar la forma de atenuar el sufrimiento que le había ocasionado al haberlo rechazado de esa manera tan cruel.
-Yo... - se interrumpió brevemente - yo... lamento el modo en que se desarrollaron las cosas entre nosotros la mañana siguiente de la revuelta. Realmente no fue mi intención...
-Señorita Hale, no es necesario que hablemos sobre eso. Usted fue muy clara al respecto - dijo con sequedad -. Le diré a mi madre que ha venido a visitarla y le transmitiré sus saludos.
Al notar que él estaba intentando dar por terminada la conversación, Margaret contempló a su alrededor y dijo: - Es increíble pensar que en este lugar tan silencioso varios días atrás se haya producido una revuelta.
Por el rostro de John cruzó una expresión de angustia.
-Lamento mucho que haya tenido que presenciar una situación tan violenta y que resultara herida ese día, señorita Hale.
La mirada masculina se posó en la herida en la sien de Margaret parcialmente oculta bajo su sombrero. Él comenzó a levantar una de sus manos, como si quisiera acariciar la zona lastimada, pero se detuvo a mitad de camino y la dejó caer.
-Su madre me dijo que, si alguna vez tuviera interés por conocer las manufacturas de Milton, permitiría que visite los talleres de tejido y de hilado de su fábrica. ¿Cree que sería posible organizar en algún momento una recorrida por la fábrica? Si no le parece inoportuno mi pedido, por supuesto.
John se mostró un tanto sorprendido por la solicitud de Margaret
-Le avisaré en cuanto pueda disponer de un momento para que visite los talleres, señorita Hale - respondió tratando de ocultar la cálida emoción que lo embargó al saber que ella estaba interesada en conocer un poco más de la fábrica que tanto esfuerzo le demandaba llevar adelante.
Ambos caminaron hacia la puerta de la pequeña entrada lateral. Margaret extendió su mano para abrir la puerta en el mismo momento en que John lo hacía. El inesperado roce de los fuertes dedos masculinos sobre la delicada piel de Margaret tuvo un potente efecto en ambos. Margaret nunca había sido tan consciente como en ese momento de la imponente presencia de John a su lado y la calidez que le produjo el contacto de su mano aceleró los latidos de su corazón. Cerró brevemente los ojos y con lentitud dejó escapar el aliento que, sin saberlo, había retenido. Sentir bajo sus dedos la suave piel femenina reavivó en John el ardor que había creído extinguido. Era la primera vez que se encontraba tan cerca de ella y una sutil fragancia a jabón inundó sus sentidos.
John abrió la puerta y se apartó para permitirle el paso.
-Buenos días, señor Thornton - saludó ella al tiempo que inclinaba levemente la cabeza para ocultar el rubor de sus mejillas con el sombrero.
-Que tenga un buen día, señorita Hale - dijo el señor Thornton.
John permaneció durante un breve instante observando la silueta femenina que se alejaba. Después de varios días de oscura desilusión sintió renacer un rescoldo de esperanza. Miró el edificio de la fábrica y lo invadió una enorme emoción al imaginar a Margaret recorriendo sus instalaciones.
"Usted no sabe nada del Sur", le había dicho ella en una ocasión. "¿Me permite decir que usted no conoce el Norte?", le había respondido él. Ahora ambos tenían la oportunidad de hacer que el Norte y el Sur se conocieran. Una leve sonrisa asomó en la comisura de sus labios y John entró en su despacho esperando con ansias su próximo encuentro.

Rescoldos de esperanzaWhere stories live. Discover now