El monstruo en el armario

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Ella tenía un monstruo en el armario. Siempre supo que había algo ahí. Oscuro, retorcido y oculto, muy oculto. Solo Mara conocía al monstruo, era la única que comprendía la magnitud de su fuerza y creía en su existencia. Mara odiaba al monstruo, y le amaba. Una contradicción confusa, pero así de inexplicables eran sus sentimientos. Odiaba amarle, y amaba odiarle.

Recuerda que la criatura no era tan aterradora en su niñez, para nada. Era solo una pelusilla tierna e inocente, algo extraña, divagante y curiosa, con ganas de explorar el mundo y conocer el porqué de todo. A medida que Mara creció y se relacionó con otros, la pelusilla fue transformándose en aquella cosa horrible. Así que cerró el armario con llave para que el monstruo no se atreviese a salir. Nadie debía verlo. No debían conocer al ser espeluznante. No.

A veces no podía dormir por las noches, debido al monstruo. El ruido de sus garras arañando la madera del armario, o sus embates contra la puerta en un intento de salir convertían sus noches en imsomnios madrugadores. Si ignoraba esos ruidos, lograba descansar un poco. Sin embargo, cuándo el monstruo lloraba era insoportable. Nunca había escuchado a alguien llorar tan lastimosamente como aquella criatura lo hacía. Lo peor de todo es que ese llanto conmovía su corazón, haciendola querer sacarlo de allí. Por suerte, lograba entrar en razón a tiempo. Jamás debía dejarlo salir.

Fuera de eso, Mara llevaba una vida normal. Era una hija querida, rodeada de amigos que la adoraban. Una chica exitosa con metas establecidas y sueños por cumplir. Amable y servicial, ayudando a todo el que lo necesitara, siempre alegre y con una sonrisa. Aplicada en sus estudios, humilde y nada caprichosa. Mara era llamada a veces "perfecta" o "dotada" y muchos otros adjetivos positivos que resaltaban su persona. Era imposible sospechar el oscuro secreto que guardaba.

Un día de esos, de lluvias, tormentas, truenos y relámpagos. De esos grises dónde no puedes evitar llorar, Mara se encerró en su habitación y muy asustada se miró al espejo. Había una grieta en su mejilla, y había otra en su brazo derecho. Su piel comenzaba a resquebrajarse por todos lados. "Seguro que es debido al estrés", pensó intentando calmarse. "No pasa nada, volverá a la normalidad".

Sumado a eso, hubo un embate ruidoso contra la puerta del armario cuyo eco pareció el trueno que retumbó por el cielo. Mara estaba aterrada, no solo por los trozos de piel que caían, sino por la forma en que, el ya oxidado candado cedía ante la fuerza de la criatura. Y no pudo hacer más que caer al suelo resignada, cuándo las enormes y horribles extremidades comenzaron a salir del destrozado ropero.

El monstruo se había vuelto más grande con el tiempo, y se acercó a ella, agachándose a su altura y observándola con esos ojos oscuros de abismo y tan reflectantes cómo espejos, que le mostraban tan horrible imagen de su piel quebrada igual que figurilla de porcelana estrellada contra el suelo.

— ¿Me temes? — Le preguntó su voz gutural, pero en un tono conciliador, cómo si tuviera pena de la mujer que había sido su captora por años.

— Más que nada. — Respondió sincera, ya no le quedaba nada más, no cuándo se deshacía cuál polvo de cristales rotos.

— ¿Por qué?

— Eres lo que no quieren.

— ¿Tienes algún deseo?

— Ser feliz.

— Qué así sea.

Entonces, el monstruo abrió sus fauces y devoró a la quebrada mujer. Hasta los huesos crujieron por la fuerza de sus dientes y de ella no quedó rastro. Cuándo la criatura se levantó y se dirigió al verse al espejo, fue una imagen diferente.

El monstruo estaba satisfecho por la brillante sonrisa de Mara.


Cuentos de OscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora