Si había algo tan antiguo cómo la casa misma, era aquel espejo. Según palabras de mi abuela, había estado ahí desde poco antes de la muerte de su abuela y había pasado de mano en mano y de habitación en habitación, pero siempre se mantuvo en la casa.
Era una pieza que reflejaba por completo la estatura humana estandar y un poco más y lo bastante ancho cómo para que al menos dos personas se vieran en él con comodidad. El marco de madera contaba en la base con una paltaforma para pararse en ella y estaba pintando de amarillo. Color que tenía desde que tengo uso de razón.
Dicho espejo me perturbaba en una manera que no podía explicar y a la que no le daba tanta importancia, hasta lo que sucedió aquella noche.
Era una de esos días dónde visitaba a mi abuela y me quedaba a dormir. La habitación que habían designado para mí era dónde estaba el espejo, el cuál quedaba justo al lado de la cama y podía verme perfectamente en él cuándo me acostaba en ella. Esa noche, abrí mis ojos repentinamente, cosa que me sucedía a menudo debido a mis episodios de insomnio.Pero mi cuerpo estaba paralizado. Lo único que podía mover con libertad eran mis ojos, que se dirigieron cómo saetas a la pieza reflectora al lado de la cama.
Me miraban desde el espejo.
Dos figuras, una alta y delgada y otra más bajita y ancha me observaban desde la superficie que se suponía debía mostrar mi reflejo. No tenían nada reconocible, simplemente eran dos figuras negras y borrosas, humo en movimiento. La más alta parecía inclinarse para susurrar al oído de la otra y luego sus rostros irreconocibles se giraban a verme, y sonreían.
Una sonrisa sin dientes, unas aperturas con forma de curvas hacia arriba que aparecían dónde supuse debían estar sus bocas.
Un potente escalofrío me recorrió desde los pies a la cabeza. Deseaba tanto moverme, gritar, lo que sea, huir de allí. Sin embargo, mi cuerpo no respondía a ninguno de mis deseos, cómo si estuviera apresado con una camisa de fuerza y atado a la cama con cadenas. Solo podía mirar de vuelta y rogar que nada sucediera, el miedo haciendo latir mi corazón cómo nunca antes.
Puedo afirmar con total seguridad, que fueron los quince minutos más eternos de mi vida, en los cuales aquellas aparentaban salir lentamente del espejo, muy lentamente. Parecían disfrutaran de perturbar mi mente y hacerme temer. Así que me dije a mí misma que debía hacer algo, y empleando la fuerza de voluntad que sabía que tenía, envíe descargas de energía a todos mis músculos, comandos urgentes por parte de mi cerebro. Debía moverme a toda costa, antes de que aquellas figuras salieran por completo del espejo.
Y cuándo finalmente recupere la movilidad, abrí los ojos.
Me levanté estrepitosamente de la cama, sudorosa y jadeante. Mi cerebro racional afirmaba que aquello había sido una pesadilla. Pero algo dentro de mí decía que había sido real. Miré hacia el espejo y no había nada allí. Pero la perturbación que removía mi corazón y estómago no desaparecía, al igual que la sensación agarrotada de mis músculos, cómo si aquellos movimientos fueran los primeros que hacía en años. No logré dormir el resto de la noche y aquel incidente no volvió a suceder.
Pero a veces, cuándo me miro en el espejo, su superpone en mi rostro una sonrisa oscura y sin dientes, cómo humo en movimiento.
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Cuentos de Oscuridad
ParanormalA excepción de el primero, que posee un tinte más metafórico, el resto de cuentos son basados en algunas experiencias que he tenido en medio de la oscuridad de las madrugadas, ciertamente un poco más exageradas para darles dramatismo, pero que igual...